Por lo que el pensamiento filosófico es una senda difícil de recorrer es porque siempre se mueve entre las fronteras de la aporía (polos contradictorios a los que no queremos renunciar) o la paradoja (afirmaciones que nos resultan extrañas o falsas sin que encontremos contradicción en ellas). No es extraño que tantos filósofos desde la antigüedad, comenzando por los escépticos, hayan considerado a la filosofía una enfermedad de la que hay que curarse. Y no es extraño que encontremos en esta aproximación terapéutica a la filosofía algunas de las más enrevesadas paradojas: "Nuestra paradoja era ésta: una regla no podía determinar ningún curso de acción porque todo curso de acción puede hacerse concordar con la regla. La respuesta era ésta: si todo puede hacerse concordar con la regla entonces también puede hacerse discordar. De donde no habría concordancia ni desacuerdo" (Sección 201 de las
Investigaciones Filosóficas). Se tarda en entender esta paradoja, pero una vez comprendida muestra lo corrosiva que es para toda filosofía esencialista que pretende encontrar en las reglas el refugio a la perplejidad del pensamiento (y también para la actitud contraria, pero éste es otro cuento).
Las paradojas habitan por doquier una vez que uno comienza a mirar filosóficamente al mundo. La paradoja de la creatividad, por ejemplo: ¿cómo es posible la creación? Porque lo nuevo ha de nacer de lo viejo. Hacer, pensar cosas nuevas implica usar los viejos materiales e ideas para que ocurra algo que no estaba antes en el universo. ¿Cómo puede nacer lo original de lo caduco? No sorprende que haya mucha gente que sostenga que no hay creatividad sino recombinación. Y sin embargo la creatividad es hoy día una especie de imperativo categórico ("innovación", se llama ahora). Muchos se han ocupado de esta paradoja, pero desde mi punto de vista fue
Marx quien la formuló primero con toda su crudeza: ¿cómo puede nacer una sociedad nueva de las ruinas de la vieja?
No quiero enredarme en ninguna de las dos paradojas, por tentadora que sea la ocasión. La paradoja a la que querría referirme es la que llamaré "paradoja del sujeto": ¿Cómo es posible devenir sujeto? Está sin duda contenida en las antinomias de
Kant, y es el tema central de la
Fenomenología del Espíritu de
Hegel, pero me gusta la expresión contemporánea que da de ella
Judith Butler en
Dar cuenta de sí mismo. La paradoja está ya contenida en el nombre: "sujeto" es un término que dice subordinación pero que quiere significar autonomía y libertad.
Usamos tres términos para intentar capturar la diferencia que tienen los seres humanos: "mente", "sujeto", "persona". Los tres son términos que abren campos enormes de pensamiento. Juntos, constituyen una suerte de misterio de la trinidad (hay autores que creen que la historia de la teología de la trinidad está profundamente relacionada con la búsqueda de respuestas a estas tres dimensiones de lo humano). La mente forma parte de nuestra historia natural. La persona surge en los ámbitos sociales en donde nos presentamos como seres capaces de acciones comunicativas. De los tres, sin embargo, "sujeto" es el término más misterioso.
Ser sujeto tiene una dimensión teórica: dar cuenta de sí mismo (en la filosofía más racionalista se expresa como "dar y pedir razones", "ser sensible a razones", tener "pretensiones de legitimidad", etc.) y una dimensión práctica: ser capaz de acciones y decisiones libres, sea cual sea el concepto que tengamos de libertad (aunque, podríamos resumirlo en "ser capaz de hacer y lograr lo que se desea", suponiendo que se sabe lo que se desea y se sabe hacer y controlar los resultados). Con la idea de
autonomía (la capacidad de darse a sí mismo normas) se trata de expresar esta doble dimensión. Pero he aquí la paradoja: para ser autónomo (uso el masculino como genérico) se ha de ser capaz de obedecer y estar subordinado a la autoridad social. Para ser sujeto, explica
Judith Butler, debemos "subordinarnos voluntariamente a la autoridad". La autoridad social, sea cual sea la forma en la que tratemos su apariencia, se inscribe en el sujeto constituyéndolo como tal. Es lo que en el lenguaje cotidiano expresamos como "alcanzar el uso de razón". Pero esta subordinación voluntaria parece suponer ya un sujeto que libremente se somete. ¿Cómo es esto?
La paradoja ya está en
Platón, desarrollada particularmente en el
Menon, y ha sido tratada una y otra vez por la filosofía. Observemos una de sus formulaciones en la genealogía del sujeto que propone
Louis Althusser: La "subjetivación", el proceso por el cual devenimos sujetos, sostiene, comienza en la interpelación de los otros. Del Estado, en particular. Su ejemplo es el del policía que se dirige a nosotros "¡Oye tú!". Al volver la espalda y mirarle a los ojos nos sentimos interpelados en nuestra singularidad. Nos sentimos obligados a dar cuenta: a mostrar nuestra inocencia, nuestra subordinación al estado. El psicoanálisis tiene su propia genealogía, bien conocida, donde la interpelación se sustituye por los procesos de represión y sublimación por los que el sujeto se subordina a la ley del padre.
Foucault desarrolló otra versión que se ha convertido en lugar común: las técnicas de si, las formas de biopoder, como procesos de formación de la subjetividad, que terminan en la capacidad para "dar cuenta de sí" en la forma de "decir la verdad sobre sí mismo". Las versiones más racionalistas, por ejemplo las kantianas, aparentemente no se embarcan en la paradoja, pero no es difícil descubrir cómo ésta se oculta en sus expresiones normativas. Son ejemplos de un tratamiento en forma de "dispositivos" de subjetivación. Dispositivos que, sin embargo, son misteriosos. No menos que la paradoja.
De los múltiples modos de encararse con la paradoja, la senda hegeliana ha sido la más transitada en la historia: el origen de la conciencia en una lucha por el reconocimiento. De
Hegel a
Sartre, el otro actúa a la vez como motor y como freno del proceso de autonomía, de pasar del en sí al para sí. Pero los procesos no son menos misteriosos que los dispositivos estructuralistas o post-estructuralistas. Nos conducen de nuevo a la paradoja de la creación: ¿cómo lo nuevo nace de lo viejo? Llamar "dialéctica" a este proceso es darle nombre, pero no resuelve el misterio. sino que lo renombra.
Me gusta esta forma de la paradoja: "Sólo somos libres en los otros". ¿Cómo es posible?
Por eso uno hace filosofía.
Fernando Broncano,
Paradojas de la identidad, El laberinto de la identidad, 09/11/2014