Durante el pasado siglo XX en el mundo occidental se produjo una elevación sustancial de la inteligencia media de la población, tal y como la refleja el cociente intelectual (IQ) y otros indicadores de capacidad cognitiva. A esa elevación, que también se está produciendo en otras zonas del mundo, se le ha dado un nombre, efecto Flynn, por el investigador que se percató del fenómeno y lo dio a conocer hace ya unas décadas. Lo más probable es que ese efecto se deba a una mejor alimentación, entornos más estimulantes, mejor formación y, quizás, menor incidencia de enfermedades infecciosas.
En la última década, sin embargo, en algunos países occidentales (Noruega, Dinamarca, Australia, Reino Unido, Países Bajos y Finlandia) se han detectado descensos del valor medio del cociente intelectual. No se sabe si esas tendencias de bajada se mantendrán con el tiempo o si, por el contrario, el nivel intelectual de la población se estabilizará en los países que han alcanzado ya sus niveles más altos. Pero hay investigadores que sostienen que, en adelante, los valores medios del cociente descenderán y lo harán con mayor intensidad en los países más avanzados.
Según esos investigadores a lo largo del siglo XX se superpusieron dos fenómenos distintos: un aumento de la inteligencia impulsado por los factores antes comentados y, a la vez, una disminución de la capacidad intelectual de base hereditaria, motivada por la acumulación de rasgos intelectuales desfavorables en la población. Esa acumulación se debería, según esa hipótesis, al hecho de que las parejas formadas por personas de menor capacidad intelectual son las que, por regla general, tienen más hijos. Según esta interpretación, los efectos beneficiosos de la buena alimentación, entornos estimulantes y buena educación habrían agotado ya su capacidad de producir mejoras y, en adelante, sólo se manifestarán los efectos disgenésicos de la mayor descendencia de los individuos más limitados intelectualmente.
La lógica del supuesto fenómeno es sencilla, aunque muy discutible. Hemos asistido, a lo largo del siglo XX, a un descenso de las tasas de natalidad en los países occidentales y, desde hace unas pocas décadas, en casi todos los países del mundo. Sólo en unos cuantos países africanos y algunos asiáticos de mayoría musulmana se mantiene alta la natalidad. La mejora de las condiciones de vida y, sobre todo, el acceso de las mujeres a la educación está provocando una fuerte reducción de la fecundidad en todo el mundo. Por otro lado, en los países de menor natalidad, son las parejas de bajo nivel formativo las que tienen más descendencia. Si, como sostienen quienes defienden esta hipótesis, ese menor nivel formativo es reflejo, en alguna medida, de un inferior nivel intelectual de base genética (y por lo tanto, heredable), el nivel intelectual medio de la población descendería durante los próximos años.
Como he señalado, se trata de una hipótesis muy discutible, puesto que es muy aventurado sostener que las diferencias de nivel formativo reflejan diferencias en la capacidad intelectual intrínseca de los individuos. Y es que sabemos que las condiciones, tanto educativas como de salud, son determinantes del nivel de desempeño escolar y del número de años que permanecerá una persona en el sistema formativo. Y ello se traduce también en mejores resultados en los test de inteligencia.
A algunos todo esto les recordará la película Idiocracia (2006) de Mike Judge, en la que, en tono satírico, se dibuja un futuro en el que el mundo estará lleno de personas estúpidas, de inteligencia limitada y zafio comportamiento. Creo que ese horizonte no es realista, pero reconozco que quizás lo crea sólo porque es eso lo que quiero creer. Juan Ignacio Pérez, Idiocracia, Cuadernos de Cultura Científica, 16/11/2014