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El narcisismo, por la atención puntillosa hacia el cuerpo, por su preocupación permanente de funcionalidad óptima, desmonta las resistencias «tradicionales» y hace al cuerpo disponible para cualquier experimentación. El cuerpo, como la conciencia, se convierte en un espacio flotante, un espacio deslocalizado, en manos de la «movilidad social»: limpiar el terreno, hacer el vacío por saturación, reducir los nudos refractarios a la infiltración de normas, de esta manera procede el narcisismo y no como afirma ingenuamente R. Sennett con la «erosión de los roles públicos», es decir el abandono de todo lo que es convención, artificio o costumbre, considerado desde ahora como «algo seco, formal, si no artificial» (T.I., p. 12), como algo que obstaculiza la expresión de la intimidad y de la autenticidad del Yo. Sea cual fuere la validez parcial de esta tesis, ésta no resiste la prueba de la idolatría codificada del cuerpo, de la que R. Sennett curiosamente no dice palabra: si el narcisismo está en una corriente de abandono, esto concierne a los valores y finalidades «superiores», en ningún caso a los roles y códigos sociales. Nada menos que el grado cero de lo social, el narcisismo procede de una hiperinversión de los códigos y funciona como un tipo inédito de control social sobre almas y cuerpos. (pàgs. 63-64).
Gilles Lipovetsky, La era del vacío, Anagrama, Barna 1986