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Las convenciones rígidas que enmarcaban las conductas han sido arrastradas por el proceso de personalización que en todas partes tiende a la desreglamentación y la flexibilización de los marcos estrictos; en ese sentido, es cierto que los individuos rechazan las imposiciones «victorianas» y aspiran a una mayor autenticidad y libertad en sus relaciones. Pero eso no significa que el individuo se encuentre sin ataduras, desprovisto de cualquier codificación social. El proceso de personalización no elimina los códigos, los descongela, a la vez que impone nuevas reglas adaptadas al imperativo de producir precisamente una persona pacificada. Decirlo todo, quizá, pero sin gritos, podéis decir lo que queráis, pero sin pasar a los actos-, es más, esa liberación del discurso, aunque vaya acompañada de violencia verbal, contribuye a la regresión del uso de la violencia física: sobreinversión en el verbo íntimo y a la vez abandono de la violencia física, por ese desplazamiento, el strep-tease psi se manifiesta como un instrumento de control y de pacificación social. La autenticidad, más que una realidad psicológica actual, es un valor social, y como tal expuesto a sujeciones: la orgía de revelaciones sobre uno mismo debe plegarse a nuevas normas, ya sea el diván del analista, el género literario o la «sonrisa familiar» del político en la tele. De todos modos la autenticidad debe corresponder a lo que esperamos de ella, a los signos codificados de la autenticidad: una manifestación demasiado exuberante, un discurso demasiado teatral no producen efecto de sinceridad, la cual debe adoptar el estilo cool, cálido y comunicativo; Más allá o más acá, resulta histriónico o neurótico. Hay que expresarse sin reservas (e incluso esto debe ser bien matizado, ya lo veremos), libremente, pero dentro de un marco preestablecido. Hay búsqueda de autenticidad, en absoluto de espontaneidad: Narciso no es un actor atrofiado, las facultades expresivas y lúdicas no están ni más ni menos desarrolladas hoy que ayer. Observen la proliferación de todos los «truquitos» de la vida cotidiana, las trampas y astucias en el mundo del trabajo: el arte del disimulo, las máscaras no han perdido ni un ápice de su eficacia. Fíjense hasta que punto la sinceridad está «prohibida» ante la muerte: debemos esconder la verdad al moribundo, no debemos manifestar dolor por el fallecimiento de un ser querido sino simular «indiferencia», dice Ariés: «La discreción se presenta como la forma moderna de la dignidad.» (Essays sur l'histoire de la mort en Occident, Ed. du Seuil, 1975) El narcisismo se define no tanto por la explosión libre de las emociones como por el encierro sobre sí mismo, o sea la «discreción», signo e instrumento del self-control. Sobre todo nada de excesos, de desbordamientos, de tensión que lleve a perder los estribos; es el replegarse sobre sí, la «reserva» o la interiorización lo que caracteriza al narcisismo, no la exhibición «romántica».
Por otra parte el psicologismo, lejos de exacerbar las exclusiones y engendrar el sectarismo, tiene efectos inversos: la personalización desmantela los antagonismos rígidos, las excomunicaciones y contradicciones. El laxismo sustituye al moralismo o al purismo, y la indiferencia a la intolerancia. Narciso, demasiado absorto en sí mismo, renuncia a las militancias religiosas, abandona las grandes ortodoxias, sus adhesiones siguen la moda, son fluctuantes, sin mayor motivación. Aquí también la personalización conduce a la desinversión del conflicto, a la distensión. En sistemas personalizados, los cismas, las herejías ya no tienen sentido: cuando una sociedad «valora el sentimiento subjetivo de los actores y desvaloriza el carácter objetivo de la acción» (T.I., p. 21), pone en marcha un proceso de desubstancialización de las acciones y doctrinas cuyo efecto inmediato es un relajamiento ideológico y político. Al neutralizar los contenidos en beneficio de la seducción psi, el intimismo generaliza la indiferencia, engrana una estrategia de desarme que está a las antípodas del dogmatismo de las exclusiones. (pàgs. 65-67).
Gilles Lipovetsky, La era del vacío, Anagrama, Barna 1986