Lo que
Kant descubre es que todos los imperativos morales que tienen una forma categórica, en realidad no son categóricos sino que están condicionados, son hipotéticos. Por ejemplo, pensemos en lo que pasa si un niño o niña como Mafalda nos pregunta por qué tiene que tomarse la sopa que tan categóricamente le hemos dicho que se coma. Y le contestamos que tiene que hacerlo porque así se hará mayor, crecerá. Mafalda nos replicará inmediatamente que ella no tiene ninguna intención de hacerse mayor, y se nos habrán acabado los argumentos.
Eso mismo es lo que pasa con todos los imperativos morales, que todos ellos están sujetos a una condición. “Ayuda a los demás, si quieres tener amigos”, “no robes objetos que no te pertenecen, si no quieres que te castiguen”, “no mientas, si quieres que la gente se fie de ti”, etc. Basta con negar la hipótesis, y el imperativo deja de ser categórico, deja de tener valor.
Kant dice que existe, sin embargo, un imperativo, uno sólo, que es categórico y que representa para los humanos la ley moral. Obedecerlo nos hace seres morales. Y no hay que enseñarlo desde fuera, sino que hay que enseñar a encontrarlo en nosotros mismos.
Kant afirma que las dos cosas que más admiración le causan en el mundo son el cielo estrellado por encima de nosotros y la ley moral dentro de nosotros.
Su formulación es esta: “Actúa de tal manera que desees al mismo tiempo que la máxima de tu acción se convierta en ley universal”, “actúa como legislador universal”, “actúa queriendo al mismo tiempo que todo el mundo, en esas mismas circunstancias, hiciera eso mismo”. No está condicionado, no es hipotético, no puede rebatirse. Si uno dice que cuando roba una bicicleta, quiere al mismo tiempo legislar universalmente que hay que robar bicicletas, estaría aceptando que, a su vez, puede ser víctima de un robo, lo que evidentemente no asumirá.
El imperativo categórico es un ideal, en el sentido de que los humanos no lo aplican constantemente. Pero lo podemos encontrar en nuestras cabezas, es lo que nos permite juzgar nuestras propias acciones y las de los demás, es un principio moral al que atenerse.
Lo que deberíamos enseñar a nuestros hijos, a nuestros jóvenes es a reflexionar, a encontrarse consigo mismos, en el silencio y en la soledad, con la certeza, según
Kant, de que ahí, dentro de sí mismos, encontrarán ese principio, ese imperativo categórico que les indicará lo que está bien y lo que está mal.
Maite Larrauri,
Para todos filosofía (6): imperativo categórico, fronteraD, 28/11/2014
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