Se sabe que
Platón construyó lo político (y, con el mismo gesto, delimitó lo filosófico como tal) excluyendo de la pedagogía del ciudadano, y más generalmente del espacio simbólico de la ciudad, los mitos, y las formas mayores del arte que les estaban vinculadas. Es de
Platón que data la oposición zanjada, crítica, entre dos usos de la palabra o dos formas (o modos) del discurso: el
mythos y el
logos.
La decisión platónica concerniente a los mitos se apoya en un análisis teológico-moral de la mitología: los mitos son ficciones, y estas ficciones cuentan, sobre lo divino, mentiras sacrílegas. Es necesario, por consiguiente, corregir los mitos, expurgarlos, desterrar de ellos todas esas historias de parricidios y de matricidios, de asesinatos de todo género, de violaciones, incestos, odio y engaño. Y se sabe incluso que
Platón pone en tal rectificación, en esta tarea ortopédica —que no es, por tanto, una pura y simple exclusión—, un cierto ensañamiento.
¿Por qué? Por la razón esencial de que los mitos, por el rol que juegan en la educación tradicional, por su carácter de referente general en la práctica habitual de los griegos, inducen malas actitudes o malos comportamientos éticos o políticos. Los mitos son socialmente nefastos.
Con esto llegamos a nuestro asunto. Porque esta condenación del rol de los mitos supone que se les reconozca de hecho una función específica de
ejemplaridad. El mito es una ficción en el sentido fuerte, en el sentido activo de modelamiento, o, como lo dice
Platón, de la “plástica”: es pues un
ficcionamiento, cuyo rol es proponer, si no imponer, modelos o tipos (es todavía el vocabulario de
Platón, y pronto veremos dónde y cómo reaparecerá), tipos a la imitación de los cuales un individuo —o una ciudad, o un pueblo entero— puede comprenderse a sí mismo e identificarse.
Dicho de otra manera, el problema que plantea el mito es el del
mimetismo, en cuanto que el mimetismo solo está en condiciones de asegurar una identidad. (Lo hace, es cierto, de un modo paradójico: pero no es posible entrar aquí en los detalles.) La ortopedia platónica equivale, por tanto, a corregir el mimetismo en provecho de una conducta racional, es decir, “lógica” (conforme al
logos). Se entiende por qué, con el mismo movimiento,
Platón debe también depurar el arte, es decir, desterrar y expulsar ritualmente de la ciudad el arte en cuanto que éste implica, en su modo de producción o de enunciación, la
mimesis: lo que vale esencialmente, pero no exclusivamente, para el teatro y la tragedia. En eso se indica además que el problema del mito es siempre indisociable del problema del arte, menos porque el mito sea una creación o una obra de arte colectiva, que porque el mito, como la obra de arte que lo explota, es un instrumento de la identificación. Es incluso el
instrumento mimético por excelencia.
Philippe Lacoue-Labarthe & Jean-Luc Nancy,
El mito nazi, Artillería inmanente, 02/12/2014
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