A través de su historia del nacimiento de la revolución digital, Walter Isaacson proporciona una suerte de manual y muy buena descripción de cómo se forjó la ética científico-empresarial y la cultura laboral estadounidense durante la mitad del siglo XX.
El periodista narra la forma en que ideales hippies, cyber-punks y
geeks, adherezados con un poco de LSD, así como las posturas de la
New Left y del movimiento por los derechos civiles de la población negra, se entretejieron en la costa oeste estadounidense para forjar una filosofía sui géneris que acabaría por definir a las empresas más exitosas de la era digital. En ello son particularmente enriquecedores el capítulo 8,
The Personal Computer, y el capítulo 6,
The Microchip, en el que describe cómo distintas visiones religiosas se entrelazaron en la compañía Intel, fundada en 1968: el autor detalla cómo hicieron comunión los valores cristianos congregacionalistas de Robert Noyce, la postura un tanto agnóstica de Gordon Moore y la visión judía de Andy Grove, para establecer el modelo empresarial laxo e informal tan típico de Silicon Valley, que desde ese entonces se vislumbraba a sí mismo en oposición al noreste que se percibía como más formal, frío y engreído.
El libro inicia con una loa a Augusta Ada Byron, Condesa de Lovelace, única hija legítima del poeta inglés
Lord Byron, y a partir de una entrañable biografía de su vida, Isaacson evoca el análisis que ella hizo del diseño de la
Analytical Engine, computadora mecánica que el ingeniero inglés Charles Babbage ideó en 1837. Con ello el autor busca desentrañar el genio creativo y matemático de la condesa. En su texto al respecto, ella definió las características y las limitantes que tendrían las computadoras, enfatizando en que estas máquinas no podrían crear, pero potenciarían la creatividad humana. La Condesa, quien jamás conoció a su padre, había sido educada desde pequeña en las matemáticas, pero siempre mantuvo gran pasión por la poesía. Así, Isaacson también aprovecha para destacar la comunión entre ciencias y artes como elemento clave de la innovación, y además subraya que esta no resultó de la labor de genios o individuos aislados, sino del trabajo en conjunto. Estos dos principios, el trabajo en equipo y la visión científico-artística, son enfatizados quizás con demasiada frecuencia a lo largo del texto.
A lo largo del texto se van ligando momentos e inventos clave a los cuales el autor dedica capítulos (
The Transistor,
The Internet,
The Web, etcétera.) que se sostienen de manera independiente, pero al mismo tiempo son piezas que arman su rompecabezas de la historia de la revolución digital. Walter Isaacson, uno de los periodistas con mayor prestigio en Estados Unidos, ha sido director de CNN y de la revista
Time, y es experto en biografías de célebres personajes; ha escrito las de
Albert Einstein,
Benjamín Franklin y la de Steve Jobs, misma que fue un
bestseller mundial. Este estilo se refleja en su nuevo libro y a veces traba la lectura, como en el capítulo
The Computer, donde se traza el surgimiento de la computadora a través de las biografías de los diversos innovadores, pero hay tal cantidad de personajes, que de pronto el capítulo parece un directorio de ingenieros y el protagonista central –la computadora– se pierde en la mar de detalles biográficos a veces no tan relevantes. En contraste, los capítulos
Software y
The Personal Computer resultan mucho más ágiles e informativos, pues aunque el centro de ellos está en las biografías de Stewart Brand, Douglas Engelbart, Bill Gates y Steve Jobs, es evidente que el autor conoce con más detalle la vida de estos personajes así como de los sucesos de la época, y los logra entrelazar con mayor éxito.
Desde una perspectiva que podría ubicarse en el ala izquierda del Partido Demócrata estadounidense, Isaacson ensalza diversos valores como elementos clave para la innovación y el progreso: el cuestionamiento a la autoridad, la contracultura estadounidense y la visión antiracista y a favor de la igualdad de género. De hecho, su capítulo
Programming elucida de manera muy interesante el machismo en Estados Unidos: destaca cómo un grupo de mujeres olvidadas diseñó el primer software de la historia, sin embargo, señala y critica que las oportunidades que tuvieron fue porque en su momento se consideraba al software como una labor menor a la del hardware, en cuya creación predominaban los varones.
También hay que señalar que
The Innovators se centra demasiado en Estados Unidos: Isaacson cuenta cómo la tecnología en microchips y transistores permitió el arranque de la era espacial, sin embargo, aunque menciona que la Unión Soviética adelantó con el
Sputnik, no detalla qué científicos soviéticos estuvieron detrás de ello. Es difícil pensar que no hubiera innovadores en la antigua república socialista dignos de mención. Lo mismo sucede respecto a Japón: el capítulo
Video Games es extremadamente limitado: menciona los juegos
Pong y
Spacewar y narra la hisotria de la compañía
Atari, pero en ningún momento se menciona al país asiático cuya compañía Nintendo revolucionaría por completo la idea del videojuego desde 1983, con el lanzamiento de su consola Famicom (llamada Nintendo Entertainment System en América). Además, la tecnología en miniaturización electrónica de los japoneses rebasaba con creces a la estadounidense desde los 70, y también debió haber científicos e ingenieros con importantes contribuciones a la revolución digital.
The Innovators es un documento muy importante para aquellos interesados en la era digital, en particular por el lujo de detalles sobre personajes olvidados, por las conexiones históricas que traza entre Ada Lovelace y Jimmy Wales, el fundador de Wikipedia, y en cómo se aborda la constante búsqueda por lograr que las computadoras emulen al cerebro humano. En su último capítulo,
Ada Forever, que por momentos parece un panfleto en pro del trabajo en equipo, Isaacson fija su postura respecto a las computadoras: no deben verse como competencia, sino como dispositivos que magnifican nuestras capacidades intelectuales, y a través de la simbiosis laboral hombre-computadora es que el ser humano podrá trascender en esta Tierra.
Bruno Bartra,
La ética californiana y el espíritu del corporativismo, Letras Libres, noviembre 2014