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Javier Gomá: Conviene distinguir entre los ejemplos reales de la experiencia, que pueden ser positivos o negativos, y la ejemplaridad, que es un ideal, es decir, un deber-ser y en consecuencia, como tal, no existe, no es, no se da en la experiencia, no tenemos contacto sensible con él. Nadie encarna la ejemplaridad porque nadie, en este mundo imperfecto, personaliza la perfección del ideal. Ahora bien, los ejemplos concretos son la vía de acceso a la verdad, y cuando se trata de la verdad moral esto es especialmente cierto. Qué es lo honesto, lo decente, lo recto, lo justo, lo valiente, lo generoso se hace intuible y aprehensible a través del ejemplo personal, aunque no seamos capaces de verbalizar esos conceptos. El ejemplo muestra esa capacidad de hacerse evidente sin necesidad de definirlo. De manera que los ejemplos positivos y negativos que nos rodean constituyen la escuela de nuestra educación sentimental. Y entre esos ejemplos, despliegan particular influencia aquellos que poseen autoridad, como los padres o los docentes. Toda educación consiste en trasmitir un modelo de lo humano, un prototipo de excelencia. Proto-tipo significa sello (typos) originario. Educar es imprimir un sello en el alma de los educandos. Un educador, en el sentido integral del término, es quien, por ser un buen ejemplo de ese sello, sabe replicarlo en los demás. En un sentido más limitado, restringido ya a ciertas disciplinas, un buen docente, a mis ojos, es quien sabe comunicar, no tanto conocimiento, como amor al conocimiento: no historia de la literatura sino amor a la literatura.
La vocación remite al desarrollo orgánico de un principio interno más que a la reacción frente a estímulos externos. Y, en efecto, no recuerdo haberme encontrado nunca a una persona, real o histórica, que se me haya presentado como un modelo integral y pleno para mí o sobre la que yo me haya dicho a mí mismo: “quiero ser como ella”. Esto no me ha ocurrido. Podría citar a varias personas que me han abierto perspectivas, me han alentado, me han inspirado, me han orientado, me han acompañado, me han ayudado a encontrar mi camino. Pero no una persona que haya sido ella misma mi camino. Aunque a esta constatación le añadiría dos precisiones. La primera, que sí han existido muchas personas, vivientes, históricas o imaginadas, que me han servido de contraejemplo –todos aquellos que me parecía que caían en el patrón del romanticismo- y que han ejercido sobre mí una gran influencia, aunque sea inversa. Representaban lo que no quería. Y en segundo lugar, que en esa búsqueda del propio camino estoy convencido de que, de forma patente o latente, he emulado a otros que antes que yo han intentado lo mismo. Por último, fuera del fenómeno de la vocación, que objetivamente debe considerarse una anomalía vital, la relación maestro-discípulo, una relación en la que el segundo ve en el primero realizado (aunque sea con las imperfecciones propias de lo real) el ideal de humano, es y seguirá siendo la expresión suprema de la educación, como Nietzsche nos recuerda en Schopenhauer como educador: “Tus verdaderos educadores y formadores te revelan cuál es el auténtico sentido originario y la materia fundamental de tu ser”.
José Luis Coronado, Entrevista a Javier Gomá , INED 21, 28/12/2014