El Roto |
Muchos son los elementos que en mayor o menor grado se consideran decisivos en el camino de nuestra humanización. La adquisición del lenguaje, la ampliación del cerebro y de las habilidades cognitivas y tecnológicas… Pero todos tuvieron que ser reclutados para superar los riesgos que la lucha por los recursos y las arbitrariedades del azar imponían en un momento u otro a cualquier individuo. Sobrevivir resultó ser algo que se hacía mejor si se contaba con la implicación moral del mayor número de personas posible. Y lo hicimos convirtiéndonos en “humanitarios”.
La progresión hacia unidades más vastas de integración es la consecuencia de tres rasgos que se asentaron en nuestro pasado cazador-recolector, que hunden sus raíces en el ayer homínido y que han sido pilares para el desarrollo de sistemas de relaciones humanas cada vez más inclusivos2. Son la clave de su asombroso desarrollo y progreso. Me refiero a la antiquísima “Regla de Oro”, a la expansión del llamado “Círculo Moral” y a la superación de los juegos de “Suma Cero”. Sin ellos, en muchos momentos y lugares del pasado y, por desgracia, en muchos momentos y lugares de la actualidad, nuestra vida es “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Su supresión o minusvaloración pone peligro nuestra seguridad pero, también, en un mundo interconectado, la de todos los seres humanos del planeta.
Esta tendencia a la solidaridad se ha ido imponiendo a pesar de la “guerra de armamentos” ancestral contra quienes han querido aprovecharse egoístamente de la benevolencia o la generosidad ajena. El alpha abusador o el sempiterno free rider (aprovechado) son los inveterados enemigos que ponen en peligro el delicado equilibrio de la cooperación. Son eternos compañeros de viaje.
Que los padres favorezcan a los hijos no tiene nada de misterioso. Compartimos con ellos el 50% de nuestra carga genética. Destinarles recursos es propiciar la única forma de inmortalidad que un biólogo puede entender. También es comprensible la solidaridad con los parientes cercanos y con los miembros del grupo más próximo. Lo que ya no es inmediatamente entendible es la solidaridad o el altruismo con los extraños.
Las pesquisas dedicadas a dilucidar la cooperación humana se centran tradicionalmente en entender ese “misterio”. Para la llamada “hipótesis del gran malentendido” (Big Mistake Hypothesis), la cooperación entre extraños es posible porque conservamos los mecanismos cognitivos que evolucionaron en el contexto de pequeños grupos, y que ahora podemos extender a situaciones imprevistas. En cambio, para los partidarios de la selección de grupo, la cooperación es más bien el resultado de la competencia entre grupos que propiciaron la aparición de normas culturales específicas. Sea como fuere, en un momento del pasado lejano los seres humanos descubrieron que colaborar con los extraños resultaba necesario para la supervivencia y la procreación. Nos hicimos más solidarios a medida que nos convertimos en más interdependientes.
La regla de oro.
La Regla de Oro, o “ética de la reciprocidad”, es una regla intuitiva que va poco más allá del reconocimiento de agencia y de habilidad empática. Es una forma simple de teoría de juegos. No tiene categoría moral, pero es un paso indispensable en esa dirección. Se resume en la idea: “Haz a los demás lo que deseas para ti” (que también se expresa en forma inversa “no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran”) y puede encontrarse en el subsuelo de las tradiciones éticas de todas las culturas y lugares, en sus códigos morales, en su instrumentación legal y sus sistemas de justicia. Se subsume y sofistica más adelante en los procesos de expansión del círculo moral.
El círculo moral.
La expansión del Círculo Moral es una consecuencia de la ancestral y paradójica tendencia humana a admitir dentro del perímetro de protección y solidaridad a personas ajenas a sus inmediatos lazos de sangre. Pasó de sus primeros albores como expresión prudente de una Regla de Oro de conveniencia a dotarse de una carga creciente de razonamiento, experiencia, o de reflexión filosófica o religiosa. A formar parte, en una palabra, de los cimientos de los sistemas éticos más complejos. Esta progresión ha llegado a hacerse tan amplia que hoy en día existen pensadores que exhortan a admitir dentro del círculo solidario y fraternal a los animales más cercanos, sobre todo a los primates. El interés por el planeta y por la ecología deriva de esa inclinación cada vez más abarcadora. Este marco moral tiene consecuencias importantísimas en los juicios, opciones y decisiones.
Las relaciones de suma cero.
Una situación de Suma Cero es aquella en la que las ganancias y las pérdidas agregadas de los individuos o los grupos que interactúan se acerca a cero. Lo que unos ganan, los demás lo pierden. Para muchos investigadores y pensadores, la complejísima red de proyectos comunes y de cooperación que ha conseguido imponerse sobre inclinaciones más oscuras durante nuestra evolución constituye la sola esperanza para optimizar la humanidad. La visión más optimista dice que nos estamos volviendo más cooperadores, más tendentes a juegos win-win (gana-gana) en gran parte por habernos vuelto más sabios y en parte porque las guerras y las crisis severas nos han forzado a decantarnos por lo único que parece que funciona.
Estamos viviendo una tendencia a la integración en organizaciones supranacionales. Pero antes hemos asistido a una progresiva y drástica disminución de las unidades políticas: organizaciones tribales, naciones o Estados. Los motivos que empujaron a esa reducción en el devenir de los últimos mil años fueron básicamente el expansionismo, el poder o la codicia. Pero el desenlace ha sido una reducción de Estados soberanos que se dio felizmente a la vez que iban surgiendo potencias comerciales que tendieron a favorecer el comercio de suma positiva sobre la conquista de suma cero. También corrieron parejas las ideas humanistas, universalistas, científicas e ilustradas.
No fue una progresión lineal. Los distintos intereses y las antiguas rivalidades condujeron a guerras devastadoras. Pero la reducción del número de Estados tuvo efectos positivos. Estudiosos como Steven Pinker sugieren que tiene relación con el declive en el número de guerras. Según él, como parece ser que hay menos guerras intra-Estados que entre Estados, hay más posibilidades para la paz.
El lado oscuro de la naturaleza humana.
Durante centurias, pensadores, científicos y humanistas han pregonado el universalismo. Los escritores populares empezaron a discutir cuestiones como las del honor, la gloria y otras pasiones atávicas y a tomar en cuenta los puntos de vista de los demás. Empezó a tener carta de naturaleza el cultivo de virtudes como la tolerancia y la comprensión del distinto. Pero la tendencia a la generalización del Círculo Moral coexiste con el lado más oscuro de nuestra naturaleza.
Compartimos el 100% de nuestros genes con nosotros mismos. Nuestro razonamiento genético nos empuja al egoísmo. Cuantos más genes compartimos con otro, mayor será la tendencia instintiva a favorecerlo por encima de los demás. La familia, la tribu, la etnia geográfico-cultural sigue estando presente planteando un conflicto con profundas raíces bioculturales. Los políticos corruptos siguen practicando el nepotismo “enchufando” a hijos y cónyuges. En caso de crisis económica se empieza a mirar con hostilidad al diferente llegado de fuera. El adoctrinamiento en causas quizá cruentas tiene éxito porque muchas personas se sienten perdidas y necesitan identificarse con “los suyos”.
En efecto, existe una lógica terrible que nos dice que el cosmopolitismo librará una eterna lucha contra el etnicismo porque nunca podrá contrarrestar las ventajas inmediatas y tangibles de favorecernos o de favorecer a quienes se parecen más a nosotros. No hay que olvidarlo jamás y debería formar parte inexcusable de la educación de los jóvenes.
Teresa Giménez Barbat, El coste afectivo y moral de la no-España, Claves de Razón Práctica, enero/febrero 2015, nº 238 [www.terceracultura.net]