Las nuevas tecnologías adoradas por los jóvenes se están convirtiendo ahora en su propio cepo. En un instituto de Badalona se aplican unas cámaras de reconocimiento facial para controlar la asistencia a clase de los alumnos. La pregunta es si este exceso de control es necesario en una sociedad que ve cada vez más recortado su derecho a la intimidad. ¿Nos acercamos al oscuro mundo imaginado por
Orwell en su Gran Hermano?
Andrea, de 13 años, inclina su cuerpo para que su cara quede encuadrada en el círculo de la pantalla. Unos segundos después, el terminal reconoce el rostro. Su nombre aparece en el monitor. Fin del examen. Ya puede pasar otro niño.
Andrea es estudiante de Primero de la ESO en el instituto Enric Borràs de Badalona. Sin duda, el centro escolar de España donde es más difícil hacer novillos. Cuatro dispositivos de reconocimiento facial -una pantalla de ordenador que identifica a la persona que mira a la cámara- controlan la asistencia de los 150 alumnos del curso. Los niños dicen que es un sistema de seguridad «por la cara».
«La terminal lee, en 3D, el cuadrado formado desde las cejas hasta debajo del labio. Con esta información, los vectores de distancia y profundidad son suficientes para identificar a la persona. En un minuto, el dispositivo puede reconocer hasta 50 alumnos», afirma Oriol Martí, director técnico de Xip Solucions, empresa creadora del terminal. «Además, dispone de un sistema que envía un SMS a los padres de los alumnos que no han asistido a clase. También puede utilizarse como sistema de control horario de los profesores».
Algunas de estas nuevas tecnologías se están convirtiendo en una trampa para estos chavales. Muchos no han leído a
George Orwell, pero seguro que les resultarían familiares algunos de sus capítulos. El escritor británico ya profetizó en su obra
1984 un estado totalitario donde siempre se halla omnipresente la figura del Gran Hermano: el que todo lo ve. La directora del instituto, Ana García, asegura que, desde que lo han instalado, los alumnos de primero asisten a clase todos los días. «Esta solución permite a los profesores aprovechar la hora de clase para dar contenido sin tener que perder el tiempo anotando a los alumnos que faltan», aclara Ana.
El producto llamado FaceID tiene un coste de 750
euros por terminal. Este sistema también se ha instalado en empresas privadas y en el ayuntamiento de Girona, donde se controla la entrada y salida de los trabajadores de brigadas. «Sustituimos el sistema de huellas dactilares por el de reconocimiento facial para facilitar a los funcionarios que trabajan en mantenimiento una forma de fichar más higiénica y eficaz», afirma Silvia Planas, responsable de comunicación del ayuntamiento.
El reconocimiento facial se lleva utilizando desde los años 60 tanto para el control de acceso, como herramienta de seguridad en lugares públicos y privados. Los reconocimientos pueden ir desde el monitoreo visual realizado por una persona hasta un proceso de comparación con imágenes de archivo. Hace tres años, Scotland Yard, la policía metropolitana de Londres, comenzó a utilizar un sistema durante los disturbios juveniles que provocaron la quema de vehículos y destrucción de comercios. En Londres, recurrir al vídeo es fácil. Es la ciudad más vigilada del planeta, un hervidero de cámaras de seguridad que están en constante funcionamiento. Se calcula que hay unas 500.000 repartidas por el área metropolitana. Tocan de media a una cámara por cada 14 habitantes. ¿Quién dijo que en una ciudad es más fácil pasear inadvertido?
Estos sistemas funcionan casi como en las películas y series de ciencia ficción estilo
Black Mirror o
Person of Interest. En Japón, por ejemplo, el sistema de reconocimiento facial identifica un rostro entre 36 millones en un segundo. En EE UU, el FBI gasta al año 1.000 millones de dólares en estas tecnologías para rastrear criminales en fotografías y cámaras de seguridad. En España, la empresa Indra en colaboración con investigadores de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, probó con éxito este sistema biométrico en 2D en el aeropuerto de Barajas.
Pero no solo las cámaras nos vigilan. En el Macchiato Gran Café, en Sitges (Barcelona), a David se le ha antojado un capuchino. Se acerca al mostrador y pasa su Samsung Galaxy por el datáfono como forma de pago. David toma su bebida. Mientras camina hacia fuera, le llega un recibo a su móvil por su compra. «Me encantaría no tener que llevar una billetera ni preocuparme de pagar por las cosas», afirma.
El sueño de David ya ha empezado a cumplirse. Con la tecnología NFC (Near Field Communication) la vida sin tarjetas de crédito ni dinero está más cerca. Este sistema es un chip de comunicación inalámbrica que permite a los clientes realizar pagos rápidos en comercios. Basta con colocar el teléfono móvil en el datáfono (dispositivo que permite cobrar con tarjeta). El chip conecta con el terminal y el pago se efectúa instantáneamente.
A finales de 2010, Telefónica, La Caixa y Visa terminaron la fase de prueba de Mobile Shopping Sitges, un proyecto experimental que se ha llevado a cabo en la ciudad catalana de cerca de 28.000 habitantes. 1.500 ciudadanos y 500 comercios han utilizado móviles con tecnología NFC para hacer pequeños pagos (en compras superiores a 20€, el cliente tiene que teclear el número PIN de su tarjeta para validar la operación) en comercios, bares o restaurantes. «La comodidad y que el gasto pueda estar asociado a una cuenta de banco son armas muy poderosas. Esta tecnología está camino de ser el método de pago del futuro», afirman desde La Caixa. El éxito de la iniciativa ha llevado a las empresas impulsoras del proyecto a mantener en Sitges de forma indefinida la infraestructura en comercios y clientes.
Pero la aplicación más innovadora a la hora de pagar en España es con las
tarjetas contactless (sin contacto). Esta tecnología permite pagar solo con aproximar la tarjeta al terminal de venta, sin necesidad de introducirla. Ahora CaixaBank ha lanzado las pulseras Visa contactless, un dispositivo para llevar en la muñeca y realizar pagos en comercios. La pulsera funciona como una tarjeta y 20.000 clientes ya están disfrutando de ella.
La cuestión es una pasarela de pago universal, en la que flota la amenaza de un Gran Hermano y pondrá en marcha una muerte lenta del dinero en efectivo.
Lucas de la Cal,
Gran Hermano en el cole,
yorobu.es, 20/01/2015