El Roto |
Qué extraña emoción es la esperanza. Cuán poco lineal es su relación con lo que ocurre, Qué frágil es su tiempo y cómo se desvanece para transmutarse en desesperación. Ernst Bloch comienza su monumental obra, El principio esperanza, localizando con precisión su habitat en el drama de la vida: "Me agito. Desde muy pronto se busca algo. Se pide siempre algo, se grita. No se tiene lo que se quiere". Así comienza todo drama: "tú tienes lo que yo quiero". Se pregunta Bloch "¿Cómo se transforma en sueños la vida más corriente, es decir la vida humilde y cotidiana?", y dedica mil quinientas apretadas páginas a responderla.
Hay emociones cuyo lugar y función están en el yo y su protección: la vergüenza, la culpa, el resentimiento, el orgullo. Otras nacen en las relaciones con el otro: el agradecimiento, el amor, la confianza, la envidia, los celos, el odio, la piedad, la empatía, Algunas nacen en la relación con el mundo: el miedo, la ira, la tristeza. Son muy interesantes las que están ligadas al conocimiento: la curiosidad, la sorpresa, emociones que nacen en el deseo de saber y en su cumplimiento ocasional. La esperanza pertenece a un grupo de emociones ligadas a la agencia, es decir, a nuestra capacidad para transformar los deseos en acciones que transformen la realidad. Es muy intrigante en la esperanza la fusión, la aleación, de lo cognitivo y lo emotivo. En todas las emociones se da esta mezcla, puesto que todas ellas son reacciones a la percepción de algo que ocurre o que nos ocurre. Pero la esperanza es una emoción que nace en lo que no ocurre pero puede ocurrir, al igual que el miedo, una de sus emociones contrarias.
El lugar de la esperanza es el espacio de lo posible. Un espacio que define los contornos de la agencia humana. Pues, aunque no lo pareciera, la esperanza está ligada a la acción, aún en los casos en los que el sujeto se sitúa con pasividad ante el futuro y deposita una esperanza en su realización que no depende de su acción, como quien compra lotería, sueña en su futura riqueza y ese sueño le despierta la esperanza. Pero aún así, como la canción de Topol en El violinista en el tejado, "Si yo fuera rico", los sueños se llenan de planes y acciones. Porque la esperanza nace para reforzar la resolución, que es la determinación a continuar un plan de acción aún cuando la evidencia que tenemos amenace seriamente su consecución. Es así porque una característica peculiar de la esperanza es que no está ligada solamente al conocimiento sino también y sobre todo a la voluntad que es la fuerza motora de la intención. La esperanza es como el sabor de esa fuerza de voluntad.
Uno de los desastres de las filosofías políticas hiper-racionalistas que han invadido el mundo contemporáneo es el abandono de la esperanza como centro de la acción. Claro, sí, en buena medida la forma de la política es "despertar" esperanzas. Es la retórica de los discursos promisorios. Pero esa lógica es muy diferente a la que no nace en las estrategias de publicidad sino que por el contrario, ocurre al observar lo que se hace y no lo que se dice, una esperanza que nace en la percepción de las posibilidades que producen las acciones. Y es digno de notar el efecto retroactivo que tienen las acciones de los otros en la producción de esperanza, porque la esperanza, como hemos notado antes, es frágil e inconsistente, y se vuelve desesperación con demasiada facilidad, y es la persistencia que observamos en la acción ajena lo que puede contribuir a su mantenimiento.
Una de las virtudes más notorias de la agencia (y también de las más olvidadas en la modernidad filosófica) es la valentía. La valentía es la capacidad para seguir contra toda esperanza. Es lo que le queda a la agencia para sostener la resolución cuando se ha perdido la esperanza y el yo se niega a caer en la desesperación. Por supuesto que la valentía es saber vencer el miedo (nos lo enseña Aristóteles, quien considera el miedo como una emoción muy natural y positiva, que, sin embargo, debe ser vencida para continuar el plan de acción) pero lo esencial de la valentía es el continuar la acción cuando ha acabado la esperanza. Hay un refrán en inglés que recoge este hecho: "When the going gets though, the though get going", que podría traducirse más o menos así: "Cuando la cosa se pone dura, los duros se ponen en marcha". Es un refrán de la sabiduría popular sobre la agencia. Habla de ese efecto retroactivo de la resolución sobre la esperanza. Porque cuando se ha perdido, aún queda la esperanza en que la valentía vuelva a hacerla nacer entre nosotros.
De todas las cosas que los humanos sabemos y podemos construir, con diferencia, lo más transcendental y decisivo es la construcción de espacios de esperanza. Son productos de la fuerza de la voluntad incluso o sobre todo cuando la esperanza ha desaparecido y la sombra de la desesperación se cierne sobre el paisaje.
Fernando Broncano, Espacios de esperanza, El laberinto de la identidad, 08/03/2015