De vez en cuando, como consecuencia de un accidente, los seres humanos nos planteamos ''cambiar los protocolos'' para eliminar la incertidumbre de nuestras vidas. Para tratar de reducir el número de accidentes, la muerte y la incapacidad. Hacemos leyes contra la -en lenguaje político- ''violencia de género'', -en español- los malos tratos a las parejas, generalmente, pero no siempre, mujeres, y esas leyes son inoperantes.
Se implantan limitaciones de velocidad, radares, controles en las carreteras, leyes contra el alcohol conduciendo, pero los accidentes siguen su marcha indiferentes a los seres humanos.
Ahora queremos implantar protocolos para evitar que un posible piloto perturbado, entre decenas de miles de profesionales perfectamente sanos, cause un accidente en un avión. Recordemos que un perturbado de un país altísimamente civilizado e inmensamente rico como es Noruega, Andreas Breivik, mato a 77 personas sin necesidad de subirse a un avión, o sin haber hecho un curso de salvajismo en los desiertos de Siria.
Durante 300 años, la ciencia física vendió, a base de ignorar sus propias ecuaciones, el determinismo en la naturaleza y la posibilidad de la regulación ordenada de las vidas humanas. Y los seres humanos compraron ese artículo, 50 años después de haberse demostrado que no existe el determinismo. Lo asumieron hasta el punto de proporcionar miles de millones para tratar de vencer la incertidumbre en el movimiento de los plasmas para controlar la fusión del isótopo ''tritio'' del hidrógeno para obtener energía abundante del agua.
La física y la ciencia comenzaron en 1600 cuando
Galileo cambió radicalmente la forma de preguntarse por el funcionamiento de la naturaleza. Indicó que había que dejar de lado los dogmas y sencillamente, experimentar y medir. 320 años después, en la década entre 1920 y 1930, los físicos descubrieron que, contrariamente a lo que creían, la naturaleza es incierta. La ecuación de
Schrödinger en 1925 indica que los electrones, una de las dos piezas básicas de esa naturaleza, no siguen trayectorias definidas, que de hecho, es imposible hablar de "la trayectoria de un electrón". La ecuación de
Heisenberg expresa que es imposible fijar con exactitud simultáneamente la velocidad y la posición de ese electrón.
Pero, curiosamente, esas afirmaciones sobre la inexistencia de la certidumbre en la naturaleza sólo hicieron más fuerte la sensación de que la ciencia, y sus derivadas, la técnica y las diferentes tecnologías, iban a ser capaces de reencontrar la certeza y eliminar la aleatorieidad de la vida de los seres humanos.
No es así, y ¡menos mal!. La naturaleza, y una de sus derivaciones, la sociedad humana, son inciertas. Son inciertas profunda e inevitablemente. Es imposible diseñar ''protocolos'' para eliminar la incertidumbre.
Podemos hacer maravillosos diseños de puertas de las cabinas de los aviones, podemos obligar a que en esas cabinas haya siempre 4 personas altamente profesionales. Podemos vigilar las cabinas desde tierra y desde el espacio. Seguirá habiendo accidentes aéreos.
Podríamos controlar a todos los conductores de las carreteras españolas (¿podemos hacerlo?). Hacer nuevas leyes, poner radares cada kilómetro, destinar decenas de satélites a vigilar el tráfico. Seguiría habiendo accidentes.
Podríamos poner cámaras conectadas a las comisarías en cada habitación de cada vivienda de España. Seguiría habiendo asesinatos.
Los electrones que componen la materia viven dentro de las interacciones de quintillones y más de ellos. Un electrón, en el espacio, a mitad de camino entre el Sol y Alpha de Centauro, esta sometido a las ondas electromagnéticas de trillones de estrellas del universo.
En la naturaleza no existe ''el átomo de hidrógeno'', sino quintillones de átomos de hidrógeno en interacción no lineal de todos con todos. No existe el apantallamiento, el aislamiento de unas partículas respecto a otras. Y esos zillones de interacciones generan movimientos irregulares, inciertos, indeterminados, según las propias ecuaciones de la física.
En el cerebro humano, las corrientes iónicas neuronales que son nuestra memoria y nuestros pensamientos son inciertas. Las redes neurales interaccionan unas con otras y el resultado es una mezcla de determinismo y aleatorieidad, donde esta última no es eliminable.
En una mesa de billar llena de bolas elásticas de diversas masas y tamaños, por ejemplo, de bolas de billar y de rodamientos, y agitada de manera regular mediante una máquina tipo reloj, el movimiento de las bolas es indeterminado, a nivel macroscópico, sin necesidad de bajar a nivel atómico. En cada choque entre dos bolas, se conserva la energía y la cantidad de movimiento de ambas. Esto proporciona tres ecuaciones para el choque, pero hay cuatro incógnitas en el mismo: las dos componentes de la velocidad de cada una de las bolas tras el choque. Las trayectorias son indeterminadas. No hace falta ir a la mecánica cuántica ni utilizar el
Principio de Heisenberg. En mecánica clásica existe el mismo principio de indeterminación.
La naturaleza es indeterminista a nivel fundamental. Y ¡ menos mal !
La alternativa sería que en la habitación, la zona del radiador estuviese a 100 grados y la pared opuesta a 0ºC. Lo que hace alcanzar el equilibrio a la temperatura de la habitacion es el indeterminismo del movimiento del aire.
La alternativa sería que no hubiese posibilidad de prosperar en la vida, que si naciésemos con una enfermedad, fuera imposible curarla. De hecho, sólo gracias a la incertidumbre en la naturaleza apareció la vida, y sólo gracias a ella aparecimos los seres humanos. Somos fruto de las fluctuaciones imprevisibles a la hora de la duplicación de las células.
La incertidumbre es inevitable, pero aceptado esto, podemos poner medios para vivir con ella. Sabemos que no es posible eliminar los accidentes de carretera. Hagamos los arcenes de las mismas bien amplios para permitir el acceso rápido al accidente de ambulancias, policías y grúas que estarán situadas en espera a poca distancia entre ellas. Sabemos que siempre habrá locos como Breivik. Tengamos preparada la respuesta para curar a los supervivientes.
Y aceptemos la realidad, el riesgo. Si pensásemos sólo en el accidente, nunca cogeríamos el coche. Mis dos peores accidentes los he tenido esquiando y en la bicicleta. ¿Debemos dejar de esquiar, de montar en bici, de coger el coche o el avión?
Lo que debemos hacer es aceptar la realidad de la naturaleza, y de una parte de ella que somos nosotros, y sabiendo que no es posible eliminar los accidentes, poner medios para minimizar sus efectos. Por ejemplo, sabiendo que inevitablemente hay crisis económicas, guardar mucha riqueza como colchón para amortiguar el golpe cuando se produce, lo mismo que tener preparadas las ambulancias a la orilla de las carreteras en amplios arcenes que permitan su acceso al herido en escasos minutos, como he dicho arriba.
Implantar, no protocolos que traten de eliminar los accidentes, sino el principio de precaución, que asume la realidad del evento improbable, y toma las medidas posibles, no para evitarlo, lo cual no es factible, sino para corregir lo mejor que sepamos sus efectos.
Y pensemos que, como he dicho también, la búsqueda de la eliminación de la incertidumbre es la implantación del ''Gran Hermano'': No la elimina, pero elimina la humanidad que queda en nuestras vidas.
Antonio Ruiz de Elvira,
¿Por qué es imposible eliminar la incertidumbre?, el mundo.es, 28/03/2015