En cualquier momento podemos desaparecer repentinamente. Imagínate, pues, como hace tanta gente, que, cuando subes a un avión, estás en peligro de muerte. O cuando emprendes un largo viaje en coche. O cuando el tren se pones en marcha. También puedes morir atropellado por un autobús, un camión, un coche, incluso una moto. Hay accidentes inverosímiles acechándote por todas partes, a cada segundo. En realidad, si lo piensas con calma, no tienes ningún motivo para no temer una muerte próxima. Si descartas tal hipótesis, no es solamente por el malestar que te crea. Es, sobre todo, porque la posibilidad te parece muy lejana. Y tienes razón. Tus probabilidades de seguir vivo dentro de una hora (e incluso mañana) son relativamente elevadas. ¿Por qué, entonces, preocuparse por una eventualidad tan improbable?
El problema es que tu muerte es una certeza. No el día ni la hora, por supuesto. Pero es inevitable del todo. Segura, sin falta, sin excepción. Por lo tanto, tienes que imaginar tu propia desaparición, que es infalible. Intenta imaginar tu agonía, tu cadáver, tu entierro, cómo se pudre tu cuerpo, tu esqueleto. Visualiza la tumba, los líquidos inmundos. Sé consciente de que no volverás a ver la luz del día ni la redondez del mundo. Se te habrán acabado para siempre los vientos tibios, las humedades, los destellos, los colores y los perfumes. Nunca más tendrás otras pieles que acariciar o mordisquear.
Es posible que estas ideas te produzcan tristeza. Seguramente te aliviará saber que esta desazón es absurda y, en realidad, carente de objeto. En estas morbosas elucubraciones, te supones vivo y muerto a la vez. Estás muerto, de lo contrario no estarías enterrado ni en proceso de putrefacción. Al mismo tiempo sigues estando vivo, capaz todavía de sentirte afectado por sensaciones y emociones. Ahí es donde reside el error. Es en tu cabeza presente, en tu cuerpo en vida, donde existen estas imágenes. Cuando estés muerto, ya no existirán.
No podemos imaginarnos muertos. Siempre será un pensamiento de persona viva. Toda nuestra imaginación está en la parte de la vida. Aunque sea morbosa, sepulcral, vampírica, aunque esté llena de telarañas y ataúdes bajo tierra, la imaginación no tiene ninguna relación con la muerte. La imaginación, estrictamente hablando, no tiene nada que ver con ella. Solo hay un universo. Que no tiene exterior. Lo que pensamos sobre su exterior lo pensamos en el interior, y no hablamos en modo alguno del exterior. ¿Te tranquiliza eso? Evidentemente no, pero ahora has vislumbrado una diferencia entre vida y filosofía. La primera siente pánico, se conmueve, se impacienta, se excita. La segunda está convencida de que todo puede arreglarse si se piensa en ello de la manera adecuada. Y eso es falso. O al menos ambiguo.
Roger-Pol Droit,
101 experiencias de filosofía cotidiana, Blackie Books, Barna 2014