A partir del Paleolítico inferior, el enterramiento de los muertos da testimonio de la importancia que tiene el mundo espiritual y el manejo de conceptos abstractos en los homínidos que ocuparon el viejo mundo. Independientemente de los fines utilitarios de las prácticas funerarias intencionadas, algunos autores han sugerido que podrían haber estado motivadas por atribuciones de tipo religioso, en el sentido de facilitar el tránsito a otra vida. Si esto fuera así, sería necesario contar con un cerebro organizado de tal forma que permitiera un pensamiento simbólico bastante desarrollado.
Es necesario tener presente que casi toda la trayectoria del ser humano se ha sucedido sin la existencia de la escritura. En las sociedades ágrafas, el arte puede constituirse como el principal elemento para representar el pensamiento simbólico y puede ser nuestra más valiosa herramienta para explorar nuestro pasado. A pesar que el arte mobiliar del Paleolítico se caracteriza por un enorme conjunto de piezas de características fundamentalmente instrumental (útiles, armas, adornos, etc.), aparecen numerosos objetos con carácter religioso, entre los que destacan las esculturas, las plaquetas y los huesos grabados. De todas formas, es el arte parietal (rupestre) el que más queda vinculado a lo religioso. Al arte del Paleolítico le sucede el arte del Neolítico de las primeras sociedades productoras. A partir de aquí, a lo largo de la historia, el arte ha ido cambiando con las culturas, reflejando la sociedad. Lo que está claro es que en la historia de la humanidad los fines religiosos del arte no han estado reñidos con los utilitarios y estéticos en tanto que una belleza sobrecogedora ayuda a asegurar la efectividad de lo mágico y lo espiritual.
A pesar de que la religión no prorrumpió originalmente como una adaptación biológica, las creencias y las prácticas religiosas se pueden encontrar en todos los grupos humanos. Algunos autores sugieren que estas podrían haber desempeñado un papel de cardinal importancia en facilitar y estabilizar de la cooperación entre los grupos humanos, pudiéndose convertir en un objetivo de la selección cultural. Un hecho que apoya esta hipótesis es que los grupos religiosos parecen durar más tiempo que los grupos no religiosos. De todas formas, a pesar de las marcadas características diferenciales entre las distintas religiones que se han dado lugar a lo largo de la historia de la humanidad, las personas no parecen mostrar diferencias en cómo realizan juicios acerca de escenarios morales o de contenido ético. Según algunos autores, esto podría indicar que la religión surgió a partir de funciones cognitivas preexistentes que podrían haber sido objeto de selección, generando un sistema diseñado de forma adaptativa para solventar, entre otras cosas, el problema de la cooperación entre personas genéticamente no relacionadas.
Dios visita a los pacientes de epilepsia
Una experiencia religiosa podría considerarse como un estado de actividad mental fisiológica que es representado en el cerebro humano. En este sentido, la intensidad de las experiencias religiosas se ha asociado con cambios en la actividad de varias regiones cerebrales. Incluso algunos estudios han encontrado una relación entre las experiencias religiosas y espirituales con la epilepsia del lóbulo temporal medial.
En varios trabajos, se ha medido la actividad cerebral durante experiencias místicas en las que las personas señalaban que se encontraban en un estado de unión con Dios. Estos trabajos han encontrado que son varias las regiones cerebrales y los sistemas neurales que median los diferentes aspectos de las experiencias místicas. Esto no nos debería sorprender, dado que este tipo de estados son muy complejos e implican marcados cambios somáticos, viscerales, perceptivos, cognitivos y emocionales. De esta forma, por ejemplo, la activación del lóbulo temporal medial podría estar relacionada con la impresión subjetiva de contacto con una realidad espiritual. Por otro lado, una región profunda del cerebro, denominada núcleo caudado, se ha relacionado en muchos estudios con las emociones de felicidad y con el amor. La activación de este núcleo durante las experiencias místicas podría estar relacionada con los sentimientos de júbilo y amor incondicional que se experimentan. Asimismo, una región de la corteza cerebral denominada ínsula podría ser la responsable de las respuestas somáticas y viscerales asociadas con estos sentimientos. La corteza prefrontal (regiones medial y orbital), por su parte, sería la encargada de hacer consciente a la persona de ese estado y de los sentimientos derivados del mismo y reportarle una experiencia emocional placentera. Mientras que la activación de la corteza parietal durante las experiencias místicas podría reflejar una modificación de los esquemas corporales.
De todas estas regiones cerebrales que se han relacionado con diferentes aspectos de la experiencia religiosa, la actividad de una de ellas (la corteza frontal medial) parece desempeñar un papel más nuclear. Se trata de una región muy importante para el cumplimiento y la adecuación de las normas sociales, para los procesos de autorreflexión y para la teoría de la mente, aspectos que podrían ser prerrequisitos para mantener una actividad religiosa integrada.
Por otro lado, experimentar una relación íntima con Dios también parece estar relacionado con diferencias anatómicas. En este sentido se ha encontrado que hay una marcada relación positiva entre este tipo de experiencias y el volumen cortical de la circunvolución temporal media del hemisferio derecho.
Un sistema de creencias
La conducta humana está guiada por el sistema de creencias que tengamos. Desde un punto de vista cognitivo, la asimilación de una creencia parece implicar dos fases. En primer lugar se necesita una representación mental que hace que la creencia se adquiera y en segundo lugar, se lleva a cabo un análisis que evalúa dicha creencia y la pone en tela de juicio, ocasionando dudas sobre la misma. Una región de nuestro cerebro, que está implicada en el procesamiento de la información emocional y afectiva (la corteza prefrontal), parece ser crítica para la fase de evaluación de la creencia. Recientemente, un grupo de investigadores de la universidad de Iowa ha mostrado que la lesión de la zona ventromedial de esta región cortical hace que los pacientes sean más susceptibles a las creencias dogmáticas y muestren una tendencia al autoritarismo y al fundamentalismo religioso. Estos datos guardan una íntima relación con lo que sabemos sobre el desarrollo del cerebro. ¿Quién no se ha dado cuenta de la facilidad que tienen los niños para creerse las cosas? Creer en los Reyes Magos, en gnomos, elfos u otras criaturas mágicas es algo muy vinculado a nuestra infancia. Resulta que la corteza prefrontal en niños se encuentra desproporcionalmente inmadura en comparación con otras regiones cerebrales. Esto podría explicar la predisposición de los niños a creerse las cosas. Asimismo, también se ha demostrado que los niños en sus juicios morales suelen mostrar gran deferencia al autoritarismo. Estos patrones de conducta se van perdiendo a medida que la corteza prefrontal va madurando. No obstante, durante la vejez el funcionamiento de la corteza prefrontal suele verse comprometido, haciendo de las personas ancianas un blanco más fácil para el engaño por su tendencia a creerse con más facilidad las cosas.
El sistema de creencias religiosas presumiblemente interactúa con otros sistemas de creencias, con la adquisición de los valores sociales y morales y nos ayuda a determinar la selección de nuestras metas a largo plazo, el control de la propia conducta y el equilibrio emocional.
Depresión y religión
Diferentes trabajos científicos han encontrado una asociación inversa entre depresión y religiosidad. Recientemente, un grupo de científicos de Columbia University de Nueva York ha publicado un trabajo longitudinal que ha durado más de treinta años. Estos autores han puesto de manifiesto que la importancia que la religión tiene para las personas se relaciona con una corteza cerebral más gruesa en diferentes regiones del cerebro (regiones occipitales y parietales de los dos hemisferios, lóbulo frontal mesial del hemisferio derecho y las regiones del cuneus y precuneus del hemisferio izquierdo). Asimismo, este aumento en el tejido cerebral podría conferir a las personas que tienen un riesgo familiar alto de sufrir depresión una mayor resistencia a desarrollar la enfermedad. Dicho de otra manera, la importancia que la religión tiene en la vida de una persona podría ayudar a aquellas personas más vulnerables y predispuestas para desarrollar depresión, proporcionándoles cierta resistencia neuroanatómica.
Química y genética de la espiritualidad
En cuanto a la química de la conducta religiosa, la mayoría de las investigaciones se han centrado en dos sustancias que utilizan las neuronas para comunicarse: la dopamina y la serotonina. Por ejemplo, respecto a la dopamina, distintos trabajos han encontrado que los niveles cerebrales de esta sustancia se encuentran elevados durante la vivencia de una experiencia religiosa intensa, pudiendo explicar algunos cambios que se generan en la percepción de los estímulos sensoriales y en la percepción del paso del tiempo que suele devenir muy rápido durante dichas experiencias.
¿Qué nos pueden explicar los genes de la espiritualidad y de la religión? Hay un gen, el DRD4, que está implicado en mediar la neurotransmisión de la dopamina en la corteza cerebral. Se ha podido comprobar que las personas que tienen en su ADN ciertas variantes de este gen presentan conductas con rasgos antisociales, son atraídos por la búsqueda de la novedad y del riesgo mientras que rehúyen de las convenciones sociales y las causas prosociales. No obstante, otras variantes del mismo gen podrían estar relacionadas con rasgos diametralmente opuestos. En esta línea, un grupo de investigadores de la universidad de California ha encontrado que el gen DRD4 interactúa con la religión para fomentar las conductas prosociales. Parece ser que algunas variantes del gen pueden hacer más susceptibles a las personas a las influencias del ambiente y la religión, por su parte, puede actuar como una influencia del entorno que fomente la conducta prosocial. Se trataría de una interacción entre genes y ambiente, en la que las personas con una determinada susceptibilidad genética presentarían una mayor conducta prosocial cuando se encuentren en un entorno que les promueva a ello. De forma añadida, se ha visto que las personas que actúan prosocialmente porque esto les hace sentirse bien, presentan una variante del gen que genera un mayor nivel de dopamina en comparación con las personas que presentan otra variante y se comportan de forma prosocial solo cuando el entorno les empuja a ello o les da el contexto propicio para fomentar dicha conducta (como es el caso del contexto religioso).
En definitiva, la conducta religiosa es un fenómeno exclusivamente humano del que no se ha encontrado un equivalente en otras especies animales. Se trata de algo universal, en tanto que está presente en todas las culturas modernas y, por los vestigios arqueológicos que disponemos, podemos decir que ha sido evidente en todos los períodos de la historia y de la prehistoria. Desde diferentes disciplinas se ha intentado explicar el origen de esta conducta. Por lo que se refiere a la neurociencia cognitiva, durante los últimos años diversos investigadores han intentado elucidar sus bases neurales, vinculando la emergencia de la religión en nuestros ancestros con el desarrollo de diferentes procesos cognitivos, como la cognición social y la representación simbólica, que presumiblemente han derivado de la expansión de distintas regiones cerebrales ubicadas en complejas redes neurales con nodos en zonas prefrontales, parietales, temporales e incluso subcorticales.
Diego Redolar, ¿En qué cree nuestro cerebro? Bases neurofisiológicas de las creencias religiosas, jot down, 07/02/2014
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