Winston Churchill |
Winston Churchill no era precisamente un estudiante ejemplar. Cuando estuvo internado en un colegio de élite de la ciudad de Ascot, fue castigado con frecuencia y sus notas siempre se encontraron entre las peores de la clase. Año tras año, era incluido en el grupo de los menos avanzados y también le rechazaron varias veces en las pruebas de acceso a la Academia Militar de Sandhurst. Pero lo que muchos desconocían por aquel entonces, es que Churchill poseía otro tipo de habilidades que iban a jugar un papel fundamental en el futuro de la humanidad.
El joven, tras los episodios de fracaso, empezó a destacar en la política. Sus dotes de orador y el sentido del humor que mostraba en sus intervenciones públicas seducían a todos los británicos. La afinada intuición sobre lo que estaba pasando en la Alemania de los años treinta y la manera que tenía de gestionar las relaciones con los personajes más influyentes de la época, lo elevaron hasta el puesto más alto de la diplomacia británica. Una vez en el gobierno, fue capaz de unir en una alianza en contra los nazis, a países tan reticentes por aquel entonces, como eran los Estados Unidos de América y la Unión Soviética, lo que determinó para siempre el rumbo de la II Guerra Mundial y la historia. Poco después de ganar la guerra, fue recibido con honores, por amigos y enemigos, en el Parlamento.
Su gran carisma y facilidad para emocionar a sus compatriotas lo convirtieron en el primer ministro más famoso de todos los tiempos. La vida y logros de Churchill son un ejemplo perfecto de lo que puede conseguir una persona que posee una excepcional Inteligencia Social. Un concepto que introdujo en 1920 el psicólogo norteamericano Edward Thorndike, y que remite a la capacidad para comprender y relacionarse con sabiduría en nuestro trato con otros individuos. Thorndike abrió de esta manera, por primera vez, el debate de la existencia de inteligencias múltiples, una teoría que hoy en día es ampliamente aceptada. Este modelo de inteligencia, que incluye una dimensión social, fue apartado hasta tiempos recientes, cuando divulgadores y científicos lo han rescatado del olvido.
En la actualidad, el psicólogo e investigador de la Universidad de Harvard, Howard Gardner, es uno de los mayores defensores de la existencia de varios tipos de inteligencias. Gardner habla de hasta ocho diferentes: linguística, espacial, matemática, naturalista, corporal, musical, intrapersonal e interpersonal. Siendo esta última análoga a la Inteligencia Social. Entre los autores que más han contribuido al desarrollo del concepto se encuentra el psicólogo Daniel Goleman, quién han recopilado en sus libros una gran cantidad de investigaciones y anécdotas que demuestran la importancia, tanto de la Inteligencia Emocional como de la Inteligencia Social. Para Goleman, la Inteligencia Emocional es la cualidad de reconocer las emociones propias y gestionarlas de una manera eficaz. Pero la Inteligencia Social va un paso más allá de la psicología individual y se centra en cómo usamos toda esa información emocional para conectarnos mentalmente con los demás.
La Inteligencia Social es, por tanto, un conjunto de capacidades que todos poseemos, en mayor o menor grado, para comprender qué ocurre a nuestro alrededor e interaccionar con otras personas. La gente que tiene una Inteligencia Social muy desarrollada suele empatizar y hacer sentir bien a los que le rodean. Por medio de su comunicación verbal y no-verbal, emiten mensajes a su entorno que provocan sensaciones de aprecio y respeto. Además, son capaces de transmitir emociones positivas, lo que se traduce en más posibilidades de obtener la colaboración, llegar a un acuerdo favorable o incluso resolver un grave conflicto. Estas competencias sociales se pueden entrenar a lo largo de la vida y son tan necesarias en el patio de un colegio, como en las transacciones bursátiles más importantes de Wall Street. Un buen caso de cómo aplicar esas cualidades en situaciones difíciles nos la proporcionó uno de los padres de la Teoría de la Comunicación Humana, el psicólogo austriaco Paul Watzlawick, quien cuenta la historia de un oficial del ejército al que ordenaron dispersar un motín en una plaza pública. El oficial, cuando se acercó al lugar con su destacamento, apuntó a la gente y gritó: “Señores, tengo la orden de despejar la concentración, pero tengo entendido que hay muchos hombres buenos entre ustedes, por lo que les ruego se aparten para no herir a ningún inocente”. De manera inmediata, las emociones de la muchedumbre sufrieron un cambio radical y el lugar quedó despejado en pocos minutos sin que hubiera un solo disparo, gracias a la Inteligencia Social del militar.
Pablo Herreros, Inteligencia social I: Introducción. El caso Churchill, Somos Primates, 10/04/2015