by Eduardo Chillida |
Lo propio de la experiencia filosófica es que en ella los datos son encontrados; no se infieren o deducen de la productividad del pensamiento. Éste se halla inmerso en ellos antes de iniciar su marcha reflexiva y razonante. Tales datos deben carecer de artificio; no pueden ser hallados a través de la actividad ingeniosa. Simplemente están ahí, sin que quepa duda ni discusión al respecto. Deben, pues, resplandecer con luz propia, con los caracteres de lo que de suyo es evidente.
La experiencia filosófica se inaugura, dice Platón, con el asombro. Pues bien, lo asombroso, lo sorprendente y chocante de la experiencia sobre la cual reflexiona la filosofía consiste en lo siguiente: en que ese dato que se da no revela ni muestra, en su puro darse o mostrarse, rastro alguno respecto a qué o quién sea eso que lo da o muestra.
En cambio, comparece como determinación intrínseca del dato la presencia de un límite que parece vedar, o imposibilitar, toda indagación respecto al sujeto o ser desde el cual, o en relación al cual, se da eso que se da, o aparece lo que aparece. Ese límite no es extrínseco al de lo del cual se parte, o al aparecer del comienzo: se halla incrustado en él, inserto dentro de éste de manera irrevocable. Lo que aparece y se da es un dato con ese límite incorporado. Tras él subsiste el enigma, o el misterio (pàg. 33).
Eugenio Trías, La razón fronteriza, Círculo de lectores, Barna 1999