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Nosotros hemos multiplicado de manera indefinida las apariencias y su significado. La ropa habla del lugar social y físico del que procedemos, de los poderes específicos que ejercemos o de las dominaciones que sufrimos, muestra la clase, el carácter, la edad, el empleo que tenemos, el que no tenemos, la transgresión, la sumisión. Puedes decir: “Soy un joven de barriada que busca salir de la humillación enarbolando las mismas marcas que los burgueses de mi edad, pero yo escojo colores diferentes y los mezclo de una manera que a ellos les parece ridícula sin que yo me dé cuenta”. O: “Soy una burguesa de los barrios elegantes, mis hijos son mayores, mi marido me aburre, mi amante también, pero usted puede probar suerte si conoce el código y sabe cómo hacerles una señal al maître”.
Puedes vivir la experiencia de probarte ropa no para comprarla, sino para explorar unas apariencias inesperadas. En lugar de buscar como de costumbre lo que te va, lo que corresponde a tus gustos, tu estatus y tu estatura, tu morfología y tu idiosincrasia, pruébate ropa incoherente. Demasiado juvenil o demasiado anticuada para ti, demasiado elegante o demasiado vistosa o demasiado seria. Ropa en todo caso inadecuada, excesiva, fuera de lugar. Capaz de hacerte sonreír cada vez que te veas de esa guisa.
Imagínate como una de esas siluetas recortables para niños a las que se les cambia la ropa ajustándoles a los hombros, mediante lengüetas de papel que se doblan hacia atrás, todo tipo de prendas inconexas. Sueña que eres Barbie o Ken. Esfuérzate en verte como roquero, diplomático, agente comercial, rapero, campesino, charcutero, grafista, cazador de patos, intelectual, basurero, futbolista, ejecutivo. En cada caso imaginarás la vida que acompaña a esas piezas de tela: modos de hablar, modos de comer, domicilio, aficiones, viajes. Después vuelve a ponerlo todo en las perchas. Da las gracias al personal.
Roger-Pol Droit, 101 experiencias de filosofía cotidiana, Blackie Books, Barna 2014