El psicólogo
Edward Thorndike fue el primero en identificar, y demostrar, el «
efecto halo». Describió este fenómeno en su artículo El error constante en la calificación psicológica y explicó por qué si nos gusta una persona tendemos a calificarla con características favorables a pesar de que no disponemos de mucha información sobre ella. Es decir, que el atractivo o la belleza (o ser seducidos por ambos) nos puede confundir hasta el extremo del error. La historia de Rato ha sido la de un efecto halo perdurable en el tiempo. Hasta su caída.
Rato ha tenido la sonrisa más confiable de la política española y de la economía mundial. Sonrisa embaucadora, finalmente. Su gesto sereno, su porte clásico y elegante, su voz pausada, su aparente serenidad, su calculada sobriedad… ayudaban a construir una
imagen de solvencia, claramente sobrevalorada. Una imagen que le ha permitido defraudar al fisco y a la opinión pública por igual.
Rato ha generado confianza, también, por su determinación. Lo explica muy bien el también psicólogo
Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía por haber integrado aspectos de la investigación psicológica en la ciencia económica, cuando afirma que en el proceso de seleccionar a un líder se tiende a favorecer a los que corren riesgos y tienen suerte, en lugar de elegir a los más sabios.
Kahneman afirma: «Uno de los peligros reales en la selección de líderes es que se los elija por su exceso de confianza. Nosotros asociamos liderazgo con determinación. Esa percepción del liderazgo empuja a las personas a tomar decisiones con bastante rapidez para que no se las considere indecisas o dubitativas». Rato nos parecía tan encantador, como ejecutivo. La combinación ha demostrado que ni la ética se garantiza con la estética, ni el talento con el instinto.
La caída de Rato demuestra, además, que debemos repensar nuestros procesos de creación y evaluación de la confianza públicas. La vigilancia democrática debe sustituir a la confianza acrítica. Lo explica muy bien, otro psicólogo imprescindible,
Roderick M. Kramer,
cuando afirma que: «Confiar en los individuos por el rol que tienen es decir, confiar en el sistema que los selecciona y capacita también ayuda, pero no es infalible. Y no basta la
due diligence para protegerse; se necesita una vigilancia constante para asegurarse de que el entorno no ha cambiado».
Un equipo de matemáticos y psicólogos de la Universidad de Bergen (Noruega) ha demostrado empíricamente que la simetría (también la claridad) que subyace en lo que percibimos como belleza, por ejemplo, propicia juicios de verdad y mejora la fluidez del procesamiento mental. Los resultados de dos experimentos revelaron un mecanismo mental relacionado que conformaba los juicios intuitivos entre lo bello y lo verdadero. Es decir,
confundimos con gran facilidad apariencia con esencia.
Ahora que
Immanuel Kant está de moda en la política, gracias
a las menciones y al afecto de
Ángel Gabilondo por su obra, conviene recordar lo que
nos recomendaba la académica de la lengua, Inés Fernández, sobre qué palabra debíamos guardar, en cualquier circunstancia: «Podríamos guardar la trilogía kantiana: verdad-bondad-belleza. Aquello que es bueno es bello, y también es verdad». Rato alteró el orden. Pensaba que era bello, no fue bueno, y su imagen acabó como una mentira.
Antoni Gutiérrez-Rubí,
¿Por qué nos seducía Rodrigo Rato?, verne/El País, 17/04/2015
Enlaces de interés:–
Rodrigo Rato, una biografia no autoritzada (Sergi Picazo. Crític, 17.04.2015)