Si nos atenemos al eterno proceso de corrupción que inunda nuestra política, se podría pensar que los políticos se creen con más derecho a delinquir que los demás. Se trata de una actitud inseparable de la enfermedad de la arrogancia, que más que una dolencia antigua, es una dolencia arcaica.
El poder es una dimensión que favorece la arrogancia. Los que llegan a él se creen con más derechos. Es una evidencia palmaria y se debe a una razón: todavía se confunde el poder con la usurpación y autoconcesión de derechos, todavía padecemos formas de poder medieval de tipo aristocrático que siempre han estado ahí, y que se han deslizado por encima y por debajo de todas las ideologías sin ninguna excepción.
La arrogancia es una gramática del poder que permanece intacta desde el Medioevo y que ni está basada en teorías políticas ni en ideas filosóficas. Está basada en la creencia casi religiosa de que tienes más derechos que los demás y de que puedes robarle a la ley espacios que los demás ni pueden ni deben robar. Los políticos ignoran que concederse más privilegios que los demás es caer en el grado cero de la política desde el ejercicio mismo de la política. Puede ser una pasión humana, pero es una aberración filosófica y moral.
La arrogancia suele generar indignación, por la sencilla razón de que la indignación es la respuesta más natural al que se arroga poderes que nadie le ha dado. Se trata de una actitud que no tiene nada que ver con la moda y que es casi una fórmula matemática: a más arrogancia más indignación.
En los últimos periodos el poder ha llevado a cabo movimientos que excedían con creces lo que le había exigido el ciudadano, pero a esos movimientos tremendamente arrogantes en el más estricto de los sentidos se les ha llamado “necesidad”, justamente como los antiguos, ya que decir “necesidad” es lo mismo que decir “destino”.
Como vemos, la política sigue definida por arcaísmos petrificados. En la literatura griega aparecía el destino cuando surgía lo inexplicable y lo aterrador. Es hermoso que nos digan desde Bruselas que todo se debe al destino, a la necesidad, a una deidad que está por encima de los dioses y los hombres. ¡Qué viaje más emocionante al pensamiento mágico, por no decir al grado cero del pensamiento!
Todavía confundimos la política con la simbología. Enarbolamos símbolos como chamanes del paleolítico, enarbolamos ideas inmensamente pervertidas con una arrogancia inaudita. No sabemos romper el muro del arcaísmo, nos sabemos abrir las puertas del futuro.
El pensamiento político tiende a deslizarse mucho hacia el pensamiento mágico, que es el pensamiento de los chamanes, los adivinos y los santeros. Una evidencia: en épocas electorales todos los políticos se dedican a vomitar profecías, muchas de ellas llenas de arrogancia.
Paradójicamente, suele ser entonces cuando la política llega al grado cero y volvemos, como por arte de magia, a la edad de los oráculos.
Jesús Ferrero, La arrogancia y el grado cero de la política, El Boomeran(g), 20/04/2015