La autoridad simbólica del padre ha perdido peso, se ha eclipsado, ha llegado irremisiblemente a su ocaso”. Esto lo escribe el psicoanalista italiano
Massimo Recalcatti, en su luminoso ensayo titulado
El complejo de Telémaco. El tema central del ensayo es, para decirlo en términos lacanianos, la “evaporación del padre”, pero su periferia da ideas sugiere un dibujo de ese fenómeno creciente, muy de este milenio, que es la evaporación de la autoridad en general.
Una vez ida la autoridad paterna, las demás autoridades comienzan también a evaporarse, detrás del padre van cayendo en el descrédito los gobernantes, los políticos, los sacerdotes, el rey, los soldados y los policías, y casi cualquiera de esas figuras públicas que en el siglo XX tenían una sólida e incuestionable autoridad, ha visto como el respeto que su figura imponía se ha ido diluyendo.
Las causas de esta evaporación son múltiples, en esta era de la transparencia, no hay líder social, institucional o político al que no se le vean las costuras. La autoridad no resiste la exposición brutal a la que la someten las redes sociales o los medios, cada vez más invasivos, de comunicación; la autoridad necesita una zona de claroscuro para operar y rearmarse, para ocultar sus miserias, porque sin esa zona quienes están sujetos a su autoridad le preguntan ¿por qué eres tú la autoridad y no yo?, y lo preguntan con ese feroz tuteo al que nos invita la relación interactiva, la jerarquía plana que ofertan las redes sociales.
La transparencia de este milenio hace muy evidentes las flaquezas, las debilidades, las ridiculeces y las corruptelas de esas figuras de autoridad que solían protegerse bajo la conveniente opacidad que ofrecía el siglo anterior. Da tentación pensar, desde esta perspectiva, que la autoridad ha sido siempre una ilusión y que antes los padres de familia, los políticos y los sacerdotes, la tenían porque podían ocultar sus flaquezas y sus miserias. No hay autoridad que resista el despiadado escaneo que aplican las redes sociales, combinadas con la diabólica inmediatez de los medios de comunicación, porque ya el escaneo, al margen de las inmundicias que revele, sitúa a la persona en un nivel de exhibición desde el cual es muy difícil transmitir autoridad.
Un padre de familia contemporáneo, con cuenta de Facebook o de Twitter, abre una ventana en su intimidad por la que pueden asomarse sus hijos y contemplarlo tal como es, lejos de su autoridad paterna, como quien en el siglo pasado espiaba a su padre mientras hablaba con sus amigos en el bar.
Massimo Recalcati, que para explicar la evaporación del padre se centra en los hijos, propone que en el siglo anterior el hijo tenía una relación edípica con su padre, el hijo-Edipo desafía a las viejas generaciones, “su figura fue inspiración de las grandes revueltas de 1968 y 1977: hijos que reclamaban, en contra de sus padres, la posibilidad de un mundo distinto, y padres que reaccionaron negando los derechos de sus hijos”, y luego apunta que en el siglo XXI el hijo-Edipo ha cedido su lugar al hijo-Telémaco.
Telémaco es el hijo de Ulises, en la
Odisea de Homero, que espera durante 20 años el regreso de su padre, que se ha ido a la guerra de Troya. Telémaco espera a Ulises, trata de salvar su tierra de los invasores que quieren quedarse con ella y con su madre, Penélope. Cuando finalmente regresa Ulises, Telémaco no lo reconoce porque la diosa Atenea, para despistar a sus enemigos, lo ha convertido en un mendigo. Más tarde, el hijo reconoce al padre y se abrazan, antes de eliminar a los invasores.
A partir de estos arquetipos,
Recalcati elabora una profunda inmersión psicoanalítica en la paternidad contemporánea, que excede el tema de este artículo, pero ofrece una imagen de la que quisiera momentáneamente adueñarme: Telémaco mira obsesivamente al mar, al punto por el que desapareció la embarcación de su padre, mira el mar con la ilusión de ver a Ulises, pero también mira con la esperanza de que el mar le traiga un objeto, un trozo de algo, un mensaje que lo oriente, que le ayude a entender cuál es su situación, a entender el presente y a vislumbrar el futuro.
Telémaco es el hijo que espera una señal de su padre, y el hijo-Telémaco del siglo XXI espera que su padre le explique por qué no le ha tocado heredar un reino, “sino un cuerpo muerto, una tierra agotada, una economía enloquecida, un endeudamiento ilimitado, la falta de trabajo y de horizontes vitales”.
Decíamos que la transparencia contemporánea, la luz intensa sobre las zonas de claroscuro, esa ventana a la intimidad que abren las redes sociales, merma la autoridad, pero también lo hace el torrente de información que está a nuestra disposición en cualquier pantalla, ese torrente que nos hace cada vez más autosuficientes. Pensemos en un habitante de este siglo, debidamente conectado, que puede leer un libro, oír música, ver una película o la televisión, comunicarse con sus amigos de viva voz, por escrito o por Skype, que puede comprar un champú anticaspa, un viaje al Caribe mexicano, o pagar sus impuestos a Hacienda o una multa al Ayuntamiento, o entregarse a una sesión de sexo virtual, o mirar desde el punto de vista de un pájaro su casa, su barrio, su pueblo, su país, el planeta por donde corren los caballos de crin arremolinada, en una playa del mar Caspio en el alba, y todo esto puede hacerlo sin más instrumental que su teléfono, sin salir de su habitación ni levantarse de su cama. Ya no tenemos que salir de casa para ver el universo, el universo viene a nuestra habitación con gran docilidad: el
Aleph de
Borges hoy sería un Samsung.
Durante el siglo pasado, y los siglos precedentes, el padre era la autoridad, era el que indicaba el camino, el que daba consejos sobre la relación con los amigos, o con las novias, el que nos enseñaba a lustrar los zapatos y a reparar la bicicleta, era el que sabía todas esas cosas que hoy los jóvenes aprenden con un tutorial en Internet. Hace unos días tenía que ponerme una corbata y cuando estaba frente al espejo, echando de menos a mi padre (un hombre del siglo XX que sabe hacer hermosos nudos) y fracasando ruidosamente una y otra vez, apareció mi hija con la tableta en la que había seleccionado un tutorial en YouTube que enseñaba, mejor que un padre, a hacerse un impecable nudo inglés en la corbata.
Ese tutorial me hizo pensar en todo el terreno que hemos perdido los padres en este siglo, y en la poca autoridad que le quedará a mi hijo cuando sea padre. Y cuando al padre le pasa eso, el resto de las figuras de autoridad van también desvaneciéndose.
Ya no queda claro quién manda, en el siglo XXI la autoridad se fragmenta, está en la oficina de una entidad financiera, en una empresa de Internet, en una institución dedicada a la seguridad y al espionaje, en un holding farmacéutico, nadie sabe bien dónde está la autoridad, y cada vez creemos menos en los que dicen que la tienen. Abusando de la imagen de Telémaco, que espera a su padre frente al mar, que mira hacia el horizonte con la esperanza de que aparezca una señal que lo oriente, se me ocurre pensar que en este milenio, que apenas empieza y ya huele a chamusquina, no solo los hijos son Telémaco, también los padres, y los que mandan y tienen todavía alguna autoridad; estamos todos frente al mar, mirando al horizonte en espera de una señal.
Jordi Soler,
Los hijos de Ulises, El País, 26/04/2015