En un homenaje al filósofo Jean Cavaillès, publicado el pasado año en Le Monde Diplomatique con motivo del aniversario de su fusilamiento, el físico Etienne Klein cita algunas de las respuestas del pensador francés ante sus jueces alemanes. Preguntado por las motivos subjetivos que le habían movido a la acción responde que, hijo de soldado, "había sabido encontrar en la continuidad de la lucha un antídodo para la humillación de la derrota"; responde asimismo que, dado su amor a la Alemania de Kant y de Beethoven, con su postura militante "demostraba que realizaba en su vida el pensamiento de sus maestros alemanes".En su tarea de filósofo una de las cosas que más interesaba a Cavaillès era la cuestión del infinito, concretamente el infinito matemático cuya elucidación, a decir de David Hilbert, lejos de concernir tan sólo a los intereses de una disciplina especializada afecta a la dignidad misma del espíritu humano. Nacido en 1903 en el departamento francés de Deux Sevres, Jean Cavaillès realiza estudios de Filosofía y de Matemáticas en una de las más prestigiosas instituciones de enseñanza, la École Normale Supérieure. En 1930 obtiene una beca de la fundación Rockefeller para proseguir estudios en Alemania. En colaboración con la gran matemática Emmy Noether, alemana y judía, publica la correspondencia entre Dedekind y Cantor, monumento literario relativo al infinito. Una de las cartas se refiere a la demostración de que hay el mismo número de puntos en un cuadrado de lado L que en un segmento de longitud L; comprobando que no hay error en la prueba, Cantor escribe a su colega "Lo veo, pero no lo creo...", es decir: lo concibo pero no lo intuyo, cosa que hubiera podido decir igualmente de muchas otras proposiciones relativas al tema, pues en el dominio del infinito no siempre valen las leyes de nuestra intuición finita. Cuando la mente concibe con cartesianas claridad y distinción que una parte A (el conjunto de los números enteros) estrictamente contenida en B (el conjunto de los números racionales) no contiene sin embargo menos elementos que la segunda, cabe la seguridad de que hemos pasado a otro horizonte: el espíritu se halla embarcado en el infinito, lo cual no es en absoluto óbice para que contemple con lucidez y, de ser necesario, con entereza las vicisitudes en el entorno de su existencia empírica.La primera estancia de Cavaillès en Alemania es sólo de un año, pero vuelve a Alemania con frecuencia y comprueba como el nacional-socialismo circunda el cuerpo social, cuya piel se hace progresivamente porosa al ungüento que acaba así infiltrándose por entero. Alemania está dejando de ser para Cavaillès la patria de esos héroes intelectuales que evocará ante sus jueces.Movilizado al estallar la guerra, da muestras de gran firmeza en el combate. Cae prisionero en Bélgica pero consigue fugarse y vuelve a Francia instalándose en la capital de Auvernia, Clermont Ferrand, localidad en la que la universidad pública francesa del Estrasburgo ocupado había encontrado refugio. Allí entra en contacto con la Resistencia y contribuye en 1941 a fundar el periódico clandestino Liberation.Meses más tarde es nombrado profesor de filosofía en París, prosiguiendo allí su militancia clandestina. Detenido en 1942, consigue de nuevo evadirse, aunque forzado ya a la absoluta clandestinidad. Tras un encuentro con el general de Gaulle en Londres, retorna a la Francia ocupada, encargado de importantes misiones. En agosto de 1943 es detenido por la Gestapo, torturado, encarcelado en Fresnes y finalmente fusilado el 17 de enero de 1944 en la ciudad de Arras.Hay unanimidad entre los que le conocieron. El deber pasaba para Cavaillès por actualizar plenamente nuestra condición de seres de razón, sin eludir los extremos en los que ésta a veces corre el peligro de abismarse: de ahí lo ineludible de la cuestión del infinito, auténtico fantasma para el espíritu, obsesión indisociablemente filosófica y matemática. Mas el deber pasaba también por no doblegarse ante las circunstancias que hacen imposible precisamente la realización de la condición humana. Esta convicción le condujo a alternar el debate conceptual con el combate militante, en el cual dio pruebas de una extraordinaria audacia, moviéndose en el filo de la navaja, aplicando su capacidad de lógica a resolver las necesidades logísticas que permitían el sabotaje de trenes, y contribuyendo a perturbar la existencia de los ocupantes nazis y sus colaboradores.Al no darse las circunstancias de dignidad social en las cuales cada uno de nosotros pudiera luchar por afrontar los problemas invariantes de la existencia, la actividad de pensar sólo le parecía posible si se asociaba inextricablemente con la actividad militante. Pensar en razón de la exigencia de subvertir y viceversa: tal era la regla de vida que parecía acompañar a Cavaillès. De ahí los arrestos para escribir en la cárcel un abstracto tratado sobre lógica y teoría de ciencia. Klein recuerda al respecto las bellas palabras de Cangilhem: "Generalmente, para un filósofo, escribir una moral, es prepararse a morir en su lecho. Pero Cavaillès, en el momento en el que hacía todo lo que es necesario para morir en combate, componía una lógica. Nos dejó así una moral, sin necesidad de haberla redactado".Cavaillès fue un gran lector de ese otro pensador del infinito que es Spinoza. Hubiera sin duda leído con emoción los versos que en 1964, veinte años después del fusilamiento en Arras, Jorge Luis Borges dedicó al sefardí de Holanda:
"Las traslúcidas manos del judío
Labran en la penumbra los cristales
Y la tarde que muere es miedo y frío.
Las manos y el espacio de jacinto
que palidece en el confín del Gheto
casi no existen para el hombre quieto
que está soñando un claro laberinto
No lo turba la fama, ese reflejo
De sueños en el sueño de otro espejo
Ni el temeroso amor de las doncellas
Libre de la metáfora y del mito
Labra un arduo cristal: el infinito
mapa de Aquel que es todas sus estrellas".
Víctor Gómez Pin, El honor de los filósofos, El Boomerang 16/07/2015