Contamos con estructuras cerebrales especializadas para la comprensión y producción del lenguaje hablado. Cuando llegamos a la adolescencia, dominamos nuestra lengua nativa sin necesidad de recibir instrucciones especiales. No obstante, en contraste, muchas personas sanas cuyos cerebros funcionan normalmente alcanzan la adultez sin saber leer.
Es importante señalar este hecho porque nuestro cerebro moderno de vida y nuestra ética del trabajo son invenciones culturales todavía mucho más recientes que la lectura. El neurocientífico sueco Torkel Klingberg señala que “un cerebro de la Edad de Piedra debe hacer frente a la Era de la Información”. No contamos, por ejemplo, con estructuras cerebrales especificadas genéticamente para la multitarea (multitasking), y diversos estudios indican que el desarrollar varias tareas en simultáneo, nuestro rendimiento es peor en todas ellas. (pàg. 44)
Nuestros cerebros funcionan de manera óptima con dietas ricas en proteínas y períodos extendidos de actividad física de baja intensidad, como caminar o correr, alternados con períodos de ocio. Tratar de extender permanentemente la capacidad mental más allá de su límites conduce a peor desempeño laboral, fatiga y, con el tiempo, a enfermedad psicológica y física crónica.
En la vida del hombre de Cro-Magnon había, en realidad, más ocio que trabajo. Entonces, el trabajo consistía en cazar o recolectar alimentos. Existe amplia aceptación de la idea de que la capacidad de ocio del hombre de Cro-Magnon fue una condición de la “explosión creativa” que tuvo lugar en la evolución humanan. En términos biológicos, nuestro cerebro es casi idéntico al de aquel hombre. Una vez que se satisfacían las necesidades básicas –alimento, abrigo, o protección frente a los elementos y la adversidad- no era necesario trabajar. (pàg. 47)
Andrew J. Smart, El arte y la ciencia de no hacer nada. El piloto automático del cerebro, Clave Intelectual, segunda edición 2015