Andrew J. Smart |
Muchas zonas del cerebro están especializadas para ciertas funciones. Por ejemplo, la corteza visual procesa información visual temprana, y la amígdala genera advertencias y nos ayuda a decidir si ofrecemos batalla o huimos. La red de estado de reposo está especializada para esos momentos en que no es necesario preocuparse por huir de un asaltante o revisar si llegó un mensaje al teléfono móvil. Cuando no hay nada especial para hacer, la red de estado de reposo se activa y empieza a hablar consigo misma (es decir, con el individuo). (…) La red de estado de reposo interviene en los momentos en que se deja vagar la mente o se sueña despierto. Se activa cuando estamos echados en el césped una tarde de sol, cuando cerramos los ojos o cuando miramos por la ventana mientras estamos en el trabajo (si tenemos la fortuna de tener una ventana en el lugar de trabajo). Lo más interesante, quizá, es que esos raros momentos en que exclamamos “¡Eureka!” pueden ser más frecuentes entre las personas que permiten que sus redes de estado de reposo dispongan de tiempo para reverberar.
Para muchos psicólogos experimentales y neurocientíficos, aceptar la idea de una red de estado de reposo no es fácil, puesto que un supuesto fundacional de la neurociencia cognitiva consiste en que a menos que se estimule el cerebro con una señal externa, cualquier actividad cerebral detectable no es más que ruido. ¿Cómo es posible que exista una red cerebral coherente dedicada a no hacer nada? En la actualidad, la importancia de la red neural por defecto es tema de controversia en los campos de la psicología y las neurociencias. ¿Para algunos psicólogos, el cerebro es básicamente reflexivo y su único motor son las demandas momentáneas del entorno.
Como resultado, algunos científicos consideran que estudiar el cerebro en reposo es una pérdida de tiempo. (…) En otras palabras, creen que no hay posibilidad alguna de que lo que hace el cerebro cuando el individuo no hace nada revista interés desde una perspectiva científica: si la persona no hace nada, el cerebro tampoco. (…)
Sin embargo, resulta que el cerebro no se limita a estar a la espera del próximo estímulo, sino que se encuentra activo siempre y espontáneamente: mantiene, interpreta, responde y anticipa. De hecho, el cerebro utiliza más energía para desarrollar su actividad espontánea e intrínseca que para ejecutar tareas específicas como multiplicar ocho por siete o rellenar las celdas de una plantilla de cálculo. Según el prestigioso especialista en neurociencia György Buzáki, profesor del Centro Rutgers de Neurociencia Molecular y Comportamental, la mayor parte de la actividad cerebral se genera intrínsecamente. Los etímulos externos suelen causar solo perturbaciones menores en el programa cerebral, que se controla internamente. Pero no nos equivoquemos: las perturbaciones externas son decisivas para que el cerebro se desarrolle con normalidad. No existe cerebro que pueda desarrollarse en aislamiento: necesita “calibrarse” respecto del mundo externo a través de la experiencia. No obstante, el cerebro en cuanto sistema complejo mantiene su equilibrio mediante patrones que el cerebro mismo genera. (…)
Lo que surge, sin embargo, es la idea de que las percepciones, los recuerdos, las asociaciones y los pensamientos pueden necesitar de una mente en reposo para abrirse paso en nuestro cerebro y establecer nuevas conexiones. (pàgs. 32-35)
El descubrimiento de una red en estado de reposo es muy reciente: se lo ha comparado al descubrimiento de la omnipresente “energía oscura” del universo.
Así como resulta inquietante imaginar que pueda existir en realidad un “lado oscuro de la fuerza” del que no sabemos casi nada, también provoca cierto escozor pensar que el cerebro desarrolla una gran actividad mientras miramos la nada. Durante buena parte de la historia de la ciencia moderna, lo que pareció ser mero ruido era, en realidad, alguna verdad profunda que aún no comprendíamos. En los campos de la neurociencia y la psicología, la actividad espontánea del cerebro se consideró ruido hasta hace muy poco. Pero podría ocurrir que ese ruido, en realidad, constituyera la clave para comprender de manera cabal nuestra mente.
Científicos como Buzáki y Raichle estiman que alrededor del 90 por 100 de la energía del cerebro se destina a sostener la actividad basal, lo que significa que, sin importar qué tarea realice, el cerebro en descanso representa la vasta mayoría del consumo energético total cerebral. Se trata de lo que se conoce como actividad intrínseca del cerebro. Cuando se activa la red neural por defecto al no hacer nada, esa red adquiere robustez y coherencia. Por lo tanto, nuestro cerebro parece violar de algún modo la segunda ley de la termodinámica que establece, que libradas a sí mismas, las cosas en general tienden a desordenarse y perder calor; es lo que se denomina “entropía”. Este es el motivo por el que el desorden de la cocina aumenta cuanto más tiempo se pasa sin ordenarla y limpiarla. Pero el viejo adagio “los platos no se lavan solos” no se puede aplicar al cerebro.
Muy por el contrario, cuando grandes porciones del cerebro quedan desantendidas porque nos tumbamos en el césped a gozar de una tarde de sol, esas áreas del cerebro que se encuentran en la red neural por defecto aumentan su organización y actividad. En el cerebro, los platos se lavan solos si los dejamos en paz. Resulta que el cerebro jamás se entrega al ocio; en rigor, es probable que trabaje más cuando no estamos haciendo nada. (…)
Durante la ejecución de una tarea mental, como añadir algo a la lista de tareas pendientes, solo se producen perturbaciones menores en la actividad basal del cerebro. Por ejemplo, la energía neural requerida para presionar un botón cada vez que se enciende una luz roja en un experimento de laboratorio no es más que una pequeña fracción (solo 0,5 por 100) de la energía total que el cerebro gasta en cualquier momento.
En cambio, el modo predeterminado del cerebro utiliza un porcentaje mucho mayor de la energía cerebral total. Tratar de elucidar qué está haciendo el cerebro para consumir toda esa energía cundo el sujeto no hace absolutamente nada, es la labor a la que han empezado a entregar Marcus Raichle y otros especialistas en neurociencias. (pàgs. 49-51)
Lo sorprendente de la DMN es que su actividad aumenta cuando no hacemos nada. ¿Qué significa esto exactamente? Desde la perspectiva de un investigador que utiliza imágenes cerebrales obtenidas con equipos de resonancia magnética, significa que la actividad que desarrolla esa red alcanza su pico cuando los sujetos yacen en la camilla del equipo sin hacer absolutamente nada. (pàg. 54)
Hasta hace muy poco, solo era posible estudiar la respuesta de los seres humanos a estímulos externos. No fue sino hasta que se se desarrollaron tecnologías que permitieron ver el interior de un cerebro vivo y estudiar su actividad durante el ocio que pudo descubrirse que la mayor parte de la actividad cerebral está dedicada a operaciones internas. (pàgs. 61-62)
El significado de todo lo dicho hasta aquí es que cuando nos echamos y dejamos vagar la mente –o en el extraño lenguaje de la literatura neurocientífica, entregarse al “pensamiento independiente del estímulo”-el cerebro se organiza másque cuando estamos tratando de concentrarnos en alguna tarea como asignar un código de colores al calendario Outlook. La actividad en esas regiones, y en la red en su totalidad, aumenta. (pàg. 65)
Andrew J. Smart, El arte y la ciencia de no hacer nada. El piloto automático del cerebro, Clave Intelectual, segunda edición 2015