1.Nuestra cultura emocional está cambiando. Contiene reglas del sentimiento, recomendaciones sobre las expresiones adecuadas o no socialmente (estar triste en un funeral o reírse en un entierro), normas que prescriben mandatos sobre las buenas y malas emociones, y creencias que incluyen valores. Entre las creencias de nuestra cultura emocional destaca la de que el objetivo de la vida es la felicidad. (…)
La cultura emocional actual bebe de la cultura psicoterapéutica, que conforma el ideal del yo y de las relaciones afectivas. Se desarrolla desde los años setenta del siglo XX y se difunde a través de la psicología científica y popular. La cultura psicoterapéutica es ya un esperanto moral que incluye una narrativa sobre la identidad personal y las normas emocionales. Tiene una afinidad electiva con el individualismo, ya en su vertiente expresiva –con valores como la autorrealización, el desarrollo interno y el crecimiento-, ya en su versión utilitaria –acciones y relaciones giran en torno al interés, y el cálculo entre coste y beneficio-. La moral de la cultura psicoterapéutica es emotivista y orilla toda comprensión social de la realidad en beneficio de una visión psicologicista.
Dentro de la cultura psicoterapéutica la psicología se ha amparado de la felicidad. Abandonada por la filosofía e ignorada por la sociología la psicología, ayudada en su vertiente científica por la economía ha hecho de la felicidad su objeto preferido, logrando que sus presupuestos y valores penetren en el sentido común contemporáneo. En los últimos veinte años es la llamada psicología positiva la que teoriza un nuevo concepto de la felicidad y difunde la obligación de ser feliz.
La psicología positiva se define como la nueva ciencia de la felicidad. Su principal adalid es Martin Seligman. Su aportación más importante es el concepto de “impotencia aprendida”, asociado a la depresión y al “pensamiento negativo”, cuya persistencia Seligman considera una enfermedad. La psicología positiva se propone superar el paradigma freudiano, centrado en los traumas, la infancia y el determinismo del pasado. La psicología positiva se centra en las “fortalezas”, en el presente y en la construcción del “estilo de pensamiento positivo”, es decir, optimista.
La psicología positiva influye tanto en la científica como en la popular, concretamente, en la literatura de consejos. En esta destaca el género de la autoayuda, asimismo en la difusión de valores hay que mencionar las secciones “personales” de prensa y revistas –antes femeninas, ahora también femeninas-, y las revistas de psicología popular. La literatura de consejos, fuertemente prescriptiva, constituye uno de los medios clave de extensión de la cultura psicoterapéutica haciendo que sus mandatos parezcan algo natural e incuestionable. Voy a esbozar los valores más importantes de la psicología positiva en Psychology Today, publicación estadounidense clave que se sitúa en un punto intermedio entre la psicología académica y la popular.
2.Para entender los valores que se encuentran en Psychology Today hay que conocer los presupuestos de la psicología positiva. Primero,
que el centro de la vida es la persecución de la felicidad, un concepto psicológico, sentimental y privado. Segundo, la psicología positiva sigue la creencia tardomoderna de que
todo problema tiene una solución, y opone a todo fatalismo –sobre todo el genético, que afirma que querer ser más feliz es tan fútil como desear ser más alto- a un voluntarismo extremo. Este forma parte del ideario estadounidense y su antropología optimista: el individuo es capaz, con empeño y fortaleza, de superar cualquier obstáculo. Tercero, que para alcanzar la felicidad hay que seguir técnicas a fin de cambiar el estilo de pensamiento, de “negativo” en “positivo”. Un método centrado en controlar la tendencia a la crítica, a la preocupación excesiva, así como las emociones que nos producen desdicha, como la ira, la angustia y la tristeza, sea cual sea su causa. Del presupuesto de que la felicidad es una meta alcanzable a través de la voluntad, se infiere que ser infeliz se debe a que no ha perseverado en las técnicas para mudar el estilo de pensamiento y así apartar la desdicha y la depresión.
Cuarto y derivado del anterior, que
los estados de ánimo son consecuencia de la interpretación de los acontecimientos, y no de las circunstancias, incluidas las sociales. Puesto que ser feliz está en nuestro poder, no serlo es una prueba de la debilidad de la voluntad, de no seguir lo suficiente los mandatos de la psicología positiva. Por ello
cada uno es responsable de su suerte. Ni la herencia genética ni el marco social (la desigualdad, el desempleo, la pobreza) explican los estados de ánimo, mudables si nos transformamos interiormente.
3.El primer valor que se descubre en el análisis crítico de Psychology Today es la flexibilidad. Esta se vincula con la capacidad de tolerar la incertidumbre. Esta, característica nuclear de la modernidad líquida y consecuencia de la desinstitucionalización, de la decadencia de las instituciones (sobre todo familia y ocupación) que servían de ancla personal y social, transforma su sentido. Se hace de la necesidad, de la inseguridad y la carencia, una virtud. La flexibilidad se entiende como una resistencia para saber “superar los obstáculos” y se recomienda el
grit, el aguante, la resistencia ante la adversidad. Pero a la vez la flexibilidad se identifica con la capacidad de adaptación, sobre todo en el ámbito laboral. Dicha adaptabilidad es congruente con la habilidad cognitiva para reinterpretar los acontecimientos y traducir la adversidad en “positividad”. Incluso las desgracias han de encararse positivamente. Frente a una enfermedad grave, que supone un
egoshock, se debe atender al “crecimiento” interior que conlleva, uno de los conceptos más comunes del individualismo expresivo. Se recomienda un equilibrio entre “el lamento y la aceptación”, y la necesidad de “abrazar simultáneamente la pérdida y el crecimiento”. También se alude a si, con las experiencias extremas “se ha ganado más de lo que se anticipaba (…) si tras la pérdida de uno mismo se recobra la sensación de dominio”, haciendo uso ahora del lenguaje del individualismo utilitario.
La flexibilidad es, en este primer sentido, capacidad de aguante y determinación. En un segundo sentido se relaciona con el imperativo de “dejar las opciones abiertas”, y se vincula con la suerte. “La concentración excesiva no se aviene con la
serendipity”, se afirma. Ser demasiado “concienzudo” supone empeñarse (
try too hard) y centrar el esfuerzo en un solo objeto o enfoque; por tanto se recomienda la apertura de miras, un enfoque vital “relajado” en vez de “preocuparse”. La suerte sonríe a quien está dispuesto a recibir lo imprevisto. Variar de actividad o de contactos sociales favorece la suerte “para atrapar más fácilmente las posibilidades que pasan como un rayo a nuestro alrededor cada día” (
Make your own luck, Psychology Today, mayo-junio 2010, 43:31). Es notable cómo la psicología positiva hace de todo, hasta del azar, algo relacionado con la voluntad. En este caso con la disposición a la apertura, a la flexibilidad: “Tanto la suerte vaya mal como bien, los beneficios de la
serendipityson muchos. Por ejemplo, aumenta nuestra felicidad del día a día y trae variedad a nuestra vida”.
Otra recomendación es la de seleccionar las amistades. La psicología positiva afirma que la inversión en contactos sociales es una de las claves para la felicidad, pero apunta a una sociabilidad utilitaria, que sirva para un yo positivo y que no sea fuente de problemas y exigencias. Las amistades pueden ser “ambivalentes” o “abiertamente negativas” que la tradición del pensamiento positivo había condenado. Utilizando metáforas médicas, se afirma que los amigos pueden “producir alteraciones corporales” o “estresores que suban la presión arterial y que provoquen inflamaciones en el cuerpo” (
Adults, Psychology Today, enero-febrero 2013: 45). Se pueden tener “amigos fláccidos, semejantes a los kilos de más que se pierden con un ejercicio regular (…) quizá se sienta la obligación de conservarlos, pero uno no se nutre de su compañía”.
Es esta una sociabilidad selectiva al servicio de la “positividad”. Para eso se recomienda alejarse de quienes se preocupan en exceso, a los seres proclives al pensamiento negativo. Lo
worriersson personas “altamente sensibles, con límites mentales delgados” y que no saben distanciarse de los problemas, cambiar la interpretación de las experiencias difíciles, ni tampoco poner límites a los demás. Los amigos débiles emocionalmente y “negativos” son “tóxicos” y devienen una carga para el yo positivo y flexible
. Se vinculan flexibilidad cognitiva, adaptabilidad, fortaleza emocional y fiabilidad social.
La recomendación de cortar los vínculos con los débiles y resistentes al cambio de identidad psíquica que exige la persecución de la felicidad lleva a un segundo valor, lo que llamo autovalidación. Es preciso sacar el sentimiento de la propia valía y aprobar nuestros actos sin necesidad de los demás. Contra la idea extendida en la tradición psicológica de que es preciso tener afectos y vinculación (
attachments) para alcanzar una identidad segura y sana, se enfatiza que ello no se aplica a los adultos, que han de aprender a crecer sin necesidad del reconocimiento del otro incluyendo la pareja: “El afecto no sólo reduce los adultos a niños sino el matrimonio a una búsqueda de la salvación, seguridad y compensación por las decepciones de la infancia” (
Adults, Psychology Today. Mato-junio 2012, 45:3).
La autoestima debe provenir de uno mismo. Así, la autovalidación se vincula con el valor de la autosuficiencia, clave para un yo fuerte en un mundo incierto. Como el manido concepto de autoestima, la autovalidación es un valor psicológico que menosprecia el presupuesto sociológico de que el reconocimiento es social, y la identidad consecuencia de la interiorización de la imagen que los otros nos dan de nosotros mismos: “Para quienes caen en la trampa de la imagen-espejo el desarrollo de una discusión sobre política puede convertirse en una afrenta. El yo auténtico se ve amenazado por quienes quieren influirte para que vayas en otras direcciones” (
Adults, Psychology Today, mayo-junio 2012, 45:3). Todo ello apuntala la autosuficiencia como un valor supervivencial en un entorno inestable y amenazante. La autovalidación engendra una concepción solipsista de la identidad, amparada por la autosuficiencia. Y apunta a otro valor, la autenticidad, que estaría más allá de la comprensión social del yo.
La autovalidación y la conciencia de la propia valía –el
self-worth-, se tornan en valores extremos cuando las relaciones se vuelven un campo minado. De la presunción de que el yo no necesita afectos para madurar se pasaba a la necesidad de apartarse de los amigos que entorpecen el proyecto de un yo positivo. Y asimismo a la visión de la pareja –identificada con el matrimonio en la psicología popular estadounidense- como una jungla en la cual cada cónyuge devalúa continuamente al otro. Se afirma que hay que olvidar el tópico de que los problemas se deban a una mala comunicación, como se creía en pasados decenios. Y reconocer que la gente hace daño intencionadamente (…). Es signo de “madurez” superar la ansiedad sin pedir ayuda a la pareja. Desde este marco mental de crecimiento (
growth mindset) conseguiremos el respeto del otro.
Pero en Psychology Today también hay críticas a las creencias de la psicología positiva. Primero porque la presión cultural constante sobre el imperativo de ser feliz lleva a una autoinspección permanente, una reflexividad que no nos hace más dichosos. Segundo porque dicho imperativo presenta la vida como una plétora de elecciones. (…) La importancia cultural de la elección y el imperativo de la felicidad dan lugar a un “yo avaro” (
stingier self) centrado en sus derechos (
entitlements) y no en sus deberes en relación al otro (
The expectation trap, Psychology Today, abril, 2010).
“Nuestra búsqueda contemporánea de felicidad se ha desecado en una caza de la dicha, en una vida a resguardo de los malos sentimientos, libre de dolor y confusión. Esta definición anodina del bienestar omite la mitad de la historia, la alegría rica y plena que proviene del sentido de la vida” (
The hidden side of happiness, Psichology Today, abril 2006). Hay que señalar no obstante que dicho “sentido” no tiene significado moral, sino que incluye tanto una vaga compasión, “un sentimiento amplio de empatía”, como el valor expresivista del “crecimiento”: “El crecimiento no es un billete directo a la vida buena. Pero quienes son maduros y felices son los que han alcanzado el fin más elevado del potencial humano”. Se advierte un lenguaje híbrido, entre moral –la Vida Buena- y el psicologicista del individualismo expresivo –“crecimiento”, “potencial”-. Asimismo se reconoce que “la felicidad más profunda es el resultado de una inversión sostenida en otras personas, no es el resultado de centrarse en uno mismo: tiene que ver con sostener nuestros propios valores, decidir quién eres, utilizar tu talento especial e invertir en otros” (
The expectation trap, Psichology Today, abril 2010: 70). De nuevo el lenguaje moral fuerte –la defensa de los valores- se mezcla con el del individualismo expresivo –la autenticidad- y el utilitario –la inversión en otros-. Es precisamente en esta mezcolanza donde radica el éxito de la literatura prescriptiva actual, que ofrece una panoplia de normas contradictorias entre las que el individuo del
capitalismo emocional (
Eva Illouz) encuentra una guía para modelar su yo y hacer sus elecciones vitales.
Los últimos número de Psychology Today se distancian claramente de la psicología positiva: “Llevamos 5 años de un siglo que exalta el bienestar de la misma manera que antes priviloegiaba el desarrollo del carácter o la piedad religiosa” (
The tiranny of high expectations, Psychology Today, enero-febrero, 2015, 48). Desde la crítica a la psicología positiva se recuperan emociones “negativas” como el miedo o la angustia, ahora entendidas como reacciones funcionales y adaptativas ante la amenaza. Por otra parte, se discuten conceptos que se daban por supuestos de consejos como la autenticidad, valor clave que separa la conciencia del individuo de su entorno social: “¿Qué pasa si no hay un yo
underlying? (…) ¿Qué pasa si no es real? (…) La verdad es que la búsqueda para encontrar el yo auténtico está destinada al fracaso, No hay cosas tales como unicornios ni yoes auténticos” (
Searching for the self, and other unicorns, Psychology Today, 48, 2, enero-febrero 2015: 50-).
Al cabo, la concepción del yo es siempre la consecuencia de un marco cultural específico. En la modernidad tardía la cultura psicoterapéutica ha abrazado el imperativo de la felicidad. Lejos de liberarnos la psicología positiva, presente en la literatura de consejos, ha producido una nueva disciplina, externa e interna. Esta incluye la crítica y a la postre la intolerancia social hacia los sentimientos “negativos”: la queja, la duda, la preocupación, la tristeza, el dolor profundo. De los demás y de uno mismo. Nuestra cultura camina hacia la disminución de la intensidad, haciendo equivalentes emoción y debilidad. Quien no es flexible, adaptable y autosuficiente es considerado como insociable, infantil y dependiente. Ello engendra una sociabilidad más tensa donde se reduce la empatía, la atención a los problemas emocionales de los oros, y por supuesto la compasión, concebida desde el marco cultural psicoterapéutico como una patología, algo que desafía unas relaciones donde predomina la lógica utilitaria. Quien no es feliz es un fracasado, un débil, un ser poco fiable socialmente. El individuo fuerte ha de navegar contra la incertidumbre. La literatura de consejos promete una nueva forma de salvación: el cambio del yo a través de la voluntad. Pero el progreso del discurso psicoterapéutico está contribuyendo a hacer de la existencia una prisión donde hay que ser positivo pesar de que el marco socioeconómico vaya haciendo de la vida más un tránsito en la supervivencia que una conquista de la felicidad interna. Hay que estar alerta ante esta retórica “positiva” para que no devenga parte del sentido común. El análisis y cuestionamiento de la cultura pueden ayudar a ello.
Helena Béjar,
Olvida la empatía, Claves de razón práctica nº 240, Mayo/Junio