Este vínculo entre la acción y la percepción ha quedado especialmente claro en la última década con el descubrimiento en los lóbulos frontales de una nueva clase de neuronas denominadas canónicas. En algunos aspectos, estas neuronas se parecen a las neuronas espejo […] Como las neuronas espejo, cada neurona canónica se activa durante la ejecución de una acción específica, como extender el brazo para coger una ramita o una manzana. Pero la misma neurona se activará también ante la “visión” de una manzana o una ramita. En otras palabras, es como si la propiedad abstracta de la “agarrabilidad” estuviera siendo codificada como un aspecto visual del objeto. En nuestro lenguaje corriente existe la distinción entre percepción y acción, pero se trata de una distinción que según parece el cerebro no siempre respeta.
V. S. Ramachandran, Lo que el cerebro nos dice
Hay que descartar de una vez por todas la idea de que la percepción consiste en hacer una simple fotografía realista de lo que tenemos delante de nuestros ojos. Existen múltiples factores que inciden en la percepción de un objeto que van más allá de la clásica impresión de formas y colores. Si pensamos en el ejemplo de Ramachandran, cuando vemos una manzana, rápidamente, la percibimos como “agarrable”, una propiedad pragmática no presente ni en el objeto ni en el sujeto, sino en la relación entre ambos. Seguramente que también la percibimos como “comible”, “lanzable”, “pateable”, “rompible”… es decir, percibiremos muchas de las posibilidades de acción que podemos realizar con el objeto en cuestión. Pero, es más, esta percepción lleva emparejado también un impulso a la acción. Cuando vemos una manzana colgando de la rama de un árbol… ¿quién no siente el impulso de arrancarla de la rama? Lo mismo nos pasa cuando vemos un botón cualquiera… ¿quién no desea pulsarlo?
Evolucionamos para manipular el entorno, para sobrevivir en él. Así, la idea de manipulación, de manejar el entorno y de moverse en él, debe ser central a la hora de entender la percepción. Además, no puede entenderse de modo aislado como si de una cámara de fotos se tratase. Percibimos a la vez que nos movemos en un entorno cambiante de luz y objetos, según una serie de objetivos: obtener alimento, huir de un depredador, etc. La percepción ha de estar integrada en este sistema de acciones y no verse como algo aislado.
Veamos un ejemplo con una curiosa ilusión óptica que nos ofrece Ramachandran.
Imatge 1 |
Imatge 2 (Imatge 1 invertida) |
Al observar estas circunferencias coloreadas siguiendo una gradación perfecta del blanco al negro ocurre un hecho muy interesante. Si nos fijamos, nuestro cerebro interpreta unas circunferencias como cóncavas (como huecos) y otras convexas (como salientes) ¿Qué criterio utiliza para decir que unas son de una manera y otras de otras? Si el lector voltea la pantalla de su ordenador de modo que gire la imagen 180 grados (o, menos bruto, que copie la imagen y la gire en el visor de imágenes de Windows), comprobará que los círculos convexos ahora son cóncavos y viceversa. La interpretación de la imagen se ha invertido completamente ¿Por qué?
Porque nuestro cerebro tiende a interpretar las imágenes como si el foco de luz siempre estuviese arriba. Si ahora volvemos a mirar la imagen comprobamos que los círculos con la parte blanca arriba son siempre interpretados como convexos, mientras que los que tienen la parte blanca abajo lo son como cóncavos. Nuestro cerebro evolucionó durante cientos de miles de años en entornos en los que la gran mayoría del tiempo la luz provenía del astro rey, es decir, de arriba, por lo que es más probable acertar si siempre interpretas cualquier fenómeno dudoso como iluminado desde encima de ti.
Este ejemplo sirve muy bien para ilustrar cómo es imposible entender la percepción sin nuestro pasado evolutivo, o sin comprender la función perceptiva en ese mismo marco. En cualquier fenómeno biológico, origen, estructura y función son tres aspectos completamente inseparables.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, La máquina de Von Neumann 10/09/2015