De forma genérica, la creatividad designa, en primer lugar, la capacidad de una persona para crear. (…)
Los psicólogos diferencian dos tipos de pensamiento: el divergente y el convergente.
En el primero pensamos el máximo número de soluciones posibles para resolver una cuestión, las cuales desechamos rápidamente si no nos llevan a nada. Se trata de un proceso no sistemático que aplicamos cuando la lógica no nos permite avanzar. De esta forma, nos sobrevienen ideas inesperadas, a veces en situaciones insólitas: mientras nos duchamos o por la mañana, cuando todavía estamos medio dormidos.
Por el contrario, el pensamiento convergente es estrictamente racional; se basa en el análisis y la atención. Nos rompemos la cabeza durante horas repasando con la mente, una y otra vez, las informaciones más importantes, puliendo nuestros conceptos cada vez más, hasta que, finalmente, son perfectos.
Dado que resulta muy difícil medir la creatividad con criterios objetivos, en las últimas décadas los psicólogos se han centrado en el pensamiento divergente: han investigado el momento del discernimiento en el que, de repente, tenemos la ocurrencia de cómo resolver un problema.
Daniela Zeibig, Estrategias para un pensamiento creativo, Mente y Cerebro 70, 2015