Por supuesto, ¡la suerte favorece a los que están preparados! El trabajo duro, el ser puntual, el llevar una camisa limpia (preferiblemente blanca), el utilizar desodorante, y este tipo de cosas convencionales contribuyen al éxito; son, sin duda, necesarias, pero es posible que sean insuficientes porque no son la causa del éxito. Lo mismo se puede decir de los valores convencionales de la persistencia, la obstinación y la perseverancia: necesarias, muy necesarias. Es necesario salir a la calle y comprar un décimo de la lotería para poder ganarla. ¿Significa que el esfuerzo de ir a comprar el décimo ha causado la ganancia? Es más, puesto que la mayoría de los éxitos están causados por muy pocas “ventanas de oportunidad”, el no aprovecharlas puede ser mortal para la carrera profesional de uno. ¡Hay que arriesgarse!
Observe que nuestro cerebro invierte a veces el sentido de la causalidad. Suponga que las buenas cualidades son causa del éxito; a partir de ese supuesto, a pesar de que parezca intuitivamente correcto pensarlo, el hecho de que toda persona inteligente, trabajadora y perseverante tenga éxito no implica que toda persona de éxito sea una persona inteligente, trabajadora y perseverante (es sorprendente que esa falacia lógica primitiva, el afirmar lo consecuente, pueda venir de gente que por lo demás es muy inteligente).
El que todos los millonarios sean trabajadores duros y persistentes no hace que todos los trabajadores duros y persistentes se conviertan en millonarios: hay muchos emprendedores que no han tenido éxito y que eran trabajadores persistentes. En un caso de empirismo ingenuo de libro de texto, podemos encontrar otro de los rasgos que tienen en común estos millonarios: el gusto por asumir riesgos. Es evidente que hace falta asumir riesgos para tener un gran éxito; pero también es necesario para tener un gran fracaso. Si hacemos un estudio similar sobre la gente en bancarrota, sin duda podemos concluir que tienen también una gran predilección por asumir riesgos.Forma lógica de la falacia (si p entonces q, q, por tanto p).
Si soy ser una persona inteligente, trabajadora y perseverante tendré éxitoTengo éxitoPor tanto, soy una persona inteligente, trabajadora y perseverante.
Mi intuición es que, si los millonarios tienen unas características parecidas a las de la población en general, habría que interpretar que es porque la suerte desempeñó un papel. La suerte es democrática y afecta a cualquiera independientemente de sus rasgos iniciales. (pàgs. 33-34)
Aún a riesgo de parecer sesgado, tengo que decir que la mente literaria puede ser intencionalmente propensa a confundir ruido y significado, es decir, a confundir un orden aleatorio y un mensaje con un objetivo preciso. Sin embargo, no es algo excesivamente dañino; hay pocos que afirmen que el arte es una herramienta de investigación de la verdad, más que un intento de escapar de ella o hacerla más digerible. El simbolismo es hijo de nuestra incapacidad y nuestra falta de voluntad de aceptar el azar; otorgamos significado a cualquier cosa; vemos figuras humanas en manchas de tinta.
En mi propia experiencia, los agentes económicos que “asumen riesgos” son más bien las víctimas de ilusiones (que llevan a un exceso de optimismo y de confianza porque subestiman los posibles resultados adversos) y no lo contrario. (…)
En el mundo de los mercados es donde la costumbre de confundir la suerte por las habilidades es muy predominante, y llamativa. (…) La actividad económica es el campo donde hay más confusión y sus efectos son más perniciosos. Por ejemplo, solemos tener la errónea impresión de que una estrategia es una buena estrategia, o que un empresario es una persona dotada con una “visión”, o que un operador es un operador con mucho talento, sólo para darnos cuenta en el 99,9% de las ocasiones que su rendimiento anterior es atribuible a la suerte, y sólo a la suerte. Pregunte a un inversor de éxito que explique las razones de su éxito; ofrecerá una profunda y convincente interpretación de los resultados. Con frecuencia, estas ilusiones son intencionadas y merecen ser descritas como “charlatanería.Nuestra mente no está equipada con la maquinaria adecuada para tratar con probabilidades; esta dolencia incluso afecta al experto y, a veces, sólo al experto. Puede que disfrutemos presentando conjeturas como verdades. Es nuestra naturaleza.
Somos defectuosos y no hay necesidad alguna de corregir nuestros fallos. Tenemos tantos defectos, estamos tan poco ajustados a nuestro entorno, que tenemos que aceptar estos fallos. Estoy convencido de ello, tras haber pasado casi toda mi vida adulta y profesional en una fiera lucha entre mi cerebro (que no está engañado por el azar) y mis emociones (totalmente engañadas por el azar) y haber conseguido únicamente ignorar mis emociones más que racionalizarlas. Tal vez podamos deshacernos de nuestra humanidad; necesitamos trucos sencillos, y no una gran ayuda moralizante. Como empirista (de hecho, empirista escéptico) desprecio al moralizador más que a nada en el mundo: todavía me pregunto por qué creen ciegamente en métodos eficaces. El dar consejos supone que nuestro aparato cognitivo, más que nuestra maquinaria emocional, ejerce cierto control sobre nuestras acciones. La moderna ciencia conductista demuestra que es totalmente incierto. (pàgs 44-48)
Nassim Nicholas Taleb, ¿Existe la suerte? Las trampas del azar, Booket, Grupo Planeta, Barna 2009