Basándose en el mito griego, que muy resumidamente hace referencia a la historia de un joven que mata a su padre y desposa a su madre, Freud define este complejo como el deseo inconsciente de mantener una relación sexual (incestuosa) con el progenitor del sexo opuesto y de eliminar al padre del mismo sexo (parricidio). El complejo de Electra, por su parte, definiría la atracción sexual inconsciente que siente una niña hacia su padre y con su aparición, por tanto, se diferenciarían dos complejos distintos dependiendo del sexo de la persona que lo padezca. Esta idea a Freud no le gustaba aunque otros muchos creían que era necesaria ya que la educación y los rasgos de unos y otros eran distintos.
Y si hay un momento clave en la vida de las personas, esa es la adolescencia. Se sabe que es un periodo caracterizado por los trastornos de la identidad, los fallos de mentalización, la negación de la realidad psíquica, el predominio de la escisión y de ansiedades de abandono y de intrusión. Todo ello conlleva la tendencia a la actuación, la dificultad para elaborar las propias dudas y contradicciones, y para enfrentar los conflictos. Es decir, dificultades para vincularse a los otros, a un proyecto, a un tratamiento y, en definitiva, a ellos mismos.
Una característica destacada son las dificultades en atravesar el proceso de separación-individuación, por dos motivos principalmente. Por un lado, los padres también pueden encontrar dificultades en atravesar este período, al sentirse de algún modo amenazados por la situación, lo que duplicaría las dificultades del propio adolescente. Por otro lado se trata de un período donde otras personas de fuera del núcleo familiar pasan a revestir especial importancia, en la medida en que el adolescente necesita apoyarse en ellas, y pueden jugar un papel facilitador o entorpecedor del proceso de separación-individuación, interfiriendo así en la resolución de las situaciones de crisis.
En todo esto tiene un papel importante la violencia ya que aunque no es algo nuevo el hecho de que los adolescentes la ejerzan tiene una intensidad particular hoy en día debido probablemente a la complejidad de la vida social, a la explosión de los medios comunicación, de internet, redes sociales y a la mayor libertad de expresión que autoriza una sociedad liberal.
La violencia de los jóvenes, en efecto, ha llegado a ser desde algunas décadas un problema de salud pública, aun cuando estos jóvenes son más a menudo víctimas que autores de ella. Pero el carácter a menudo espectacular de esta violencia juvenil, su ausencia de motivaciones claras, la gratuidad aparente de muchos de estos gestos, sin beneficio para el interesado, no pueden más que aumentar la preocupación y el desasosiego de los adultos.
De hecho, los casos más extremos se plantean cuando esa violencia es ejercida contra los propios padres, algo que ocurre más de lo que se sabe ya que se trata de un asunto complicado que se suele ocultar en las familias.
Pero ahora un trabajo desarrollado por investigadores de la Universidad de Deusto y publicado en Developmental Psychology, ha permitido examinar, durante tres años y mediante entrevistas a 591 adolescentes de nueve institutos públicos y once privados de Bizkaia y a sus padres, la relación entre narcisismo y agresiones de hijos a padres.
El narcisismo, otro trastorno nacido de la mitología griega y también acuñado por Freud, hace referencia en su forma patológica extrema a algunos desórdenes de la personalidad, en que el afectado sobrestima sus habilidades y tiene una necesidad excesiva de admiración y afirmación.
Los investigadores han visto ese componente en algunos casos en los que los adolescentes sienten que deben conseguir todo lo que quieren aquí y ahora. No aceptan un no por respuesta. Cuando los progenitores intentan establecer límites, los hijos reaccionan con agresividad.
De hecho, un estudio llevado a cabo por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania), en el que participa la Universidad Complutense de Madrid, ha puesto de manifiesto que los niños de tres años controlan sus impulsos prácticamente de la misma forma que lo hacen los chimpancés, una situación que es distinta cuando los menores cumplen seis años, al registrar una mayor capacidad de autocontrol.
Es decir, según la investigación, la capacidad humana de controlar los impulsos tiene profundas raíces evolutivas y entre las causas que barajan los autores para explicar este cambio entre una edad y otra está la enseñanza activa de este tipo de habilidades de control por parte de padres, madres y otros adultos.
La educación desde la infancia para enseñar a controlar los impulsos se muestra, por tanto, como la clave para evitar este tipo de situaciones. No obstante, en Deusto se ha visto que el temperamento de los hijos es otra pieza importante y algunos niños y niñas son más impulsivos y aprenden más fácilmente la conducta violenta.
Estos jóvenes tienden a sentirse frustrados y rechazados y aunque no hay diferencias por sexos las estadísticas indican que el problema está aumentando entre las chicas. Cuando sucede, primero vienen los gritos e insultos y más tarde las agresiones físicas. Una vez que la conducta agresiva ha surgido en los adolescentes, los tratamientos deben intentar reducir la visión narcisista de ellos mismos. Para ello, el equipo sugiere “educar en el respeto y en la tolerancia a la frustración, y evitar la exposición a la violencia en los niños y niñas”.
María José Moreno, Mitología, educación y violencia adolescente, Cuaderno de Cultura Científica 17/12/2015
Referencias:
Cuadernos de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente, 2002; 33/34, 49-57
Cuadernos de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente, 2002; 33/34, 59-91
Calvete, Esther; Orue, Izaskun; Gamez-Guadix, Manuel; Bushman, Brad J. (2015) “Predictors of Child-to-Parent Aggression: A 3-Year Longitudinal Study” Developmental Psychology 51 (5): 663-667 DOI: 10.1037/a0039092
Esther Herrmann, Antonia Misch, Victoria HernándezLloreda y Michael Tomasello. (2015) “Uniquely human self-control begins at school age”, Developmental Science 18 (6). DOI: 10.1111/desc.12272