En primer lugar, para el cinismo, la filosofía es una preparación para la vida. (…)
En segundo lugar, esta preparación para la vida implica ocuparse ante todo de uno mismo. (…)
El tercer principio es que, para ocuparse de sí mismo, sólo hay que estudiar lo que es realmente útil en y para la existencia. (…)
En cuarto y último lugar, uno debe conformar su vida a los preceptos que formula. (…) Sólo puede haber cuidado de sí con la condición de que los principios que uno formula como principios verdaderos cuenten a la vez con la garantía y la autenticación de la propia manera de vivir.
En todo esto reconocerán principios que son del todo comunes y tradicionales. Pero a estos cuatro principios tan generales, tan comunes, que encontramos tanto en Sócrates como en los estoicos e incluso en los epicúreos, los cínicos agregaban un quinto, muy diferente, de su propia cosecha y característico. (…) Es el principio según el cual hay que parakharattein to nómisma (alterar, cambiar el valor de la moneda). Principio difícil, principio oscuro, principio a cuyo respecto se propusieron no pocas interpretaciones. (…)
El sentido de este cuarto principio podría aclararse, tal vez, si se recuerda la caracterización que los cínicos parecen dar de sí mismos al comentar el calificativo que se han atribuido, el de “perro” a Diógenes. (…)
El bíos kynikós , en primer lugar, es una vida de perro en cuanto carece de pudor, de vergüenza, de respeto humano. Es una vida que hace en público y ante la vista de todos lo que sólo los perros y otros animales se atreven a hacer, en tanto que los hombres suelen ocultarlo. La vida de cínico es una vida de perro. Como vida impúdica. En segundo lugar, es una vida de perro porque, como la de los perros, es indiferente. Indiferente a todo lo que puede suceder, no está atada, se conforma con lo que tiene y no exhibe otras necesidades que las que puede satisfacer de inmediato. En tercer lugar, la vida de los cínicos es una vida de perro, porque en cierto modo es una vida que ladra, una vida diacrítica (diakritikós), es decir, una vida capaz de combatir, de ladrar contra los enemigos, que sabe distinguir a los buenos de los malos, a los verdaderos de los falsos, a los amos de los enemigos. (…) En cuarto y último lugar, la vida cínica es phylaktikós. Es una vida de perro de guardia, una vida que sabe entregarse para salvar a los demás y proteger la vida de los amos. (…)
En el fondo, la vida cínica es a la vez el eco, la continuación, la prolongación, pero también el paso al límite y la inversión de la verdadera vida (esa vida no disimulada, independiente, recta, esa vida de soberanía). ¿Qué es la vida de impudor, si no la continuación, la prosecución, pero también la inversión, la inversión escandalosa de la vida no disimulada? La vida verdadera, lo recordarán, era una vida sin disimulación, que no escondía nada, una vida capaz de no avergonzarse de nada. Pues bien, en el límite, esa vida es la vida desvergonzada del perro cínico.
La vida indiferente, la vida que se conforma con lo que tiene, no es otra cosa que la continuación, el paso al límite, la inversión escandalosa de la vida sin mezcla, la vida independiente, que era una de las característica de la verdadera vida. La vida diacrítica, esa vida ladradora que permite distinguir entre el bien y el mal, es también la continuación, pero también la inversión escandalosa, violenta, polémica de la vida recta, la vida que obedece a la ley (al nomos). Por fin, la vida de perro de guardia, vida de combate y servicio, que caracteriza el cinismo, también es la continuación y la inversión de la vida tranquila, dueña de sí misma, la vida soberana que caracterizaba la existencia verdadera. (…)
Querría insistir en que la alteración de la moneda, el cambio de su valor, tan constantemente asociados al cinismo, quieren decir sin duda algo así: se trata de sustituir las formas y los hábitos que marcan de ordinario la existencia y le dan su rostro por la efigie de los principios tradicionalmente admitidos por la filosofía. Pero por el hecho mismo de aplicar esos principios a la propia vida, en lugar de limitarse a mantenerlos en el elemento del logos, por el hecho mismo de informar la vida como la efigie de una moneda informa el metal sobre el cual está impresa, se ponen de relieve las otras vidas, la vida de los otros, en cuento no es otra cosa que una moneda falsa, una moneda sin valor. (…) El juego cínico manifiesta que esa vida, que aplica verdaderamente los principios de la verdadera vida, es otra y no la que llevan los hombres en general y los filósofos en particular. (249-258)
Clase del 14 de marzo de 1984. Primera hora.
Michel Foucault, El coraje de la verdad, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires 2010