Unos meses después, se abría el debate a las cuestiones éticas que supone la irrupción del transhumanismo. Últimamente, en febrero de 2016, ha tenido lugar en Madrid el Simposio Internacional Naturaleza Humana 2.0, que ha tratado de forma global estas cuestiones.
En diversos medios de comunicación se ha difundido la noticia de que el físico Stephen Hawking trabaja la posibilidad de “mentes sin cuerpo”. Aludiendo a su propia realidad, explora la posibilidad de transferir los contenidos de su cerebro a una máquina, de modo que en el futuro siga existiendo aunque su cuerpo material haya desaparecido.. Las fronteras están abiertas y la fantasía, a veces, queda corta ante las posibilidades técnicas.
El futuro de la evolución humana según el transhumanismo
El transhumanismo (abreviado como H+ o h+) es un movimiento cultural e intelectual de carácter internacional que tiene como eventual objetivo transformar la condición humana mediante el desarrollo y fabricación de tecnologías ampliamente disponibles, que mejoren las capacidades humanas, tanto a nivel físico como psicológico o intelectual.
Los pensadores transhumanistas estudian los posibles beneficios y alertan sobre los peligros de las nuevas tecnologías que podrían superar las limitaciones humanas fundamentales, como también la tecnoética de desarrollar y usar esas tecnologías.
Estos especulan sosteniendo que los seres humanos pueden llegar a ser capaces de transformarse en seres con extensas capacidades, merecedores de la etiqueta "posthumano ".
El significado contemporáneo del término transhumanismo fue forjado por uno de los primeros profesores de futurología, FM-2030, que pensó en "los nuevos conceptos del humano" en La Nueva Escuela alrededor de 1960, cuando comenzó a identificar a las personas que adoptan tecnologías, estilos de vida y visiones del mundotransicionales a "posthumanas" como "transhumanos".
Esta hipótesis se sostendría en los trabajos del filósofo británico Max More que empezaría a articular los principios del transhumanismo como una filosofía futurista en 1990, y a organizar en California un grupo intelectual que desde ese entonces creció en lo que hoy se llama el movimiento internacional transhumanista.
Influenciado por trabajos y obras primarias de ciencia ficción, la visión transhumanista de una futura humanidad diferente ha atraído a muchos partidarios y detractores de una amplia gama de perspectivas. El transhumanismo ha sido descrito por algunos, como Francis Fukuyama como «la idea más peligrosa del mundo»; mientras que para otros, como Ronald Bailey , consideran que es un «movimiento que personifica las más audaces, valientes, imaginativas e idealistas aspiraciones de la humanidad».
Por tanto, mientras para unos se abre un horizonte abierto de posibilidades para expandir la evolución de la humanidad y del ser humano, otros alertan de los peligros que implica esta manipulación.
Aunque suelen usarse como sinónimos, es necesario reconocer que es diferente el contenido del transhumanismo que del posthumanismo. El término posthumanismo es utilizado, por una parte, como forma de designar las corrientes de pensamiento que aspiran a una superación del humanismo en el sentido de las ideas y las imágenes provenientes del Renacimiento clásico. Así se pretende actualizar dichas concepciones al siglo XXI implicando frecuentemente una asunción de las limitaciones de la inteligencia humana.
Posthumano o post-humano es un concepto notablemente originado en los campos de la ciencia ficción, de la futurología, del arte contemporáneo y de la filosofía. Esos múltiples orígenes interactuantes han contribuido a la profunda confusión en torno a las similitudes y diferencias entre el posthumano de la posmodernidad y el posthumano del transhumanismo.
Además de que el posthumanismo toma cuerpo de naturaleza en la sociedad, las hipótesis sobre el surgimiento de un nuevo prototipo humano abren un período de reflexión sobre las promesas de la tecnología. La humanidad está a las puertas de un nuevo salto evolutivo de la tecnología, lo que ha dado origen a diversos escenarios de evolución que, por un lado, asustan, y por otro son motivo de esperanza. Al final todo dependerá del uso que los humanos demos a la tecnología.
El transhumanismo llega a la cultura de la calle
El transhumanismo llega a la cultura de la calle tal como se desprende de su presencia en la prensa gratuita. Con fecha 28 de enero de 2016, el periódico gratuito “Viva Sevilla”, dentro del apartado “La tribuna de Sevilla”, Javier Serrano Martínez comenta un libro del que es autor: El hombre biónico.
Llega la hora del incipiente hombre biónico, el inicio del transhumanismo. El ser humano alcanzó la cúspide de la evolución gracias a su astucia para concebir herramientas; ahora esas herramientas trascenderán su biología. No se trata tanto de una mejora ‘per se’ de la especie sino de un ajuste a los nuevos desafíos. Retos cuya urgencia escapa a la parsimoniosa evolución biológica en su análisis de mutaciones interesantes. En la sociedad tecnológica, el entorno se transforma de manera exponencial. Lo que tardó milenios y luego requirió siglos, acontecerá ahora en apenas décadas, años, meses”.
Para el autor de El hombre biónico, esta presión de cambio incesante requerirá un organismo continuamente adaptable, un homínido que no acarrea objetos tecnológicos externos como muletas de apoyo, sino que integra la tecnología en su fisionomía.
En este sentido, el viaje hacia la sociedad de hombres biónicos comienza con puras soluciones médicas. Es tecnología paliativa de lesiones o discapacidades, para luego ir incorporando funcionalidades inéditas, más arriesgadas. El hombre biónico es un concepto demasiado provocador para hacerse realidad en unos años. Es un proyecto que todavía se inicia. La sociedad no está preparada para mutaciones mayores, que le resultan siempre monstruosas. Las propuestas han de responder a necesidades manifiestas e incontestables, haciéndose perdonar su transgresión a la esencia biológica humana.
El cuerpo y la mente biológicos nos han acompañado permitiéndonos un mundo de experiencias prodigiosas. ¡Sean reconocidos para siempre por ello! Llegará el día en que los suplementos tecnológicos acaben vendiéndose en comercios de bioelectrónica, quizá en droguerías y grandes almacenes.
Unidades bioplug and play, de usar y tirar. La oferta de tecnología biónica podrá resultarnos tan agotadora como los catálogos navideños de juguetes. Algunos suplementos biónicos serán tan indispensables que serán incorporados en el momento del parto -o antes incluso-. Interfaces de conexión a la red, extensiones de memoria, estimuladores de áreas cerebrales perezosas -o para la convivencia social-, etc, auténticos menús a la carta.
Las nuevas generaciones se servirán generosamente -quizá abusivamente- de la oferta de mejora tecnológica. En poco tiempo, muchos de nuestros bomberos, deportistas, maestros de escuela, etc. habrán conseguido ventajas funcionales respecto a la masa humana biológica, mediante algún tipo de ayuda tecnológica. Es urgente imaginar qué tipo de sociedad se podrá organizar cuando el hombre biónico tome el mando.
Y concluye el autor que comentamos: “Una sociedad donde individuos provistos de elementos tecnológicos bioconectados se pavonearán con insolencia sabiéndose mejor adaptados a los desafíos modernos, mientras el resto permanece anclada a sus unidades biológicas de serie, con lagunas en sus memorias, dificultades de aprendizaje, etc., a la hora de competir por el trabajo, el estatus social o la mera supervivencia. ¿Quién vencerá el desafío? ¡Hagan sus apuestas!”.
“Cuando dejemos de ser humanos”
En el suplemento IDEAS del diario El País (3 de enero de 2016), con el provocador título "Cuando dejemos de ser humanos”, se lee: “El transhumanismo pronostica que las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial y la robótica permitirán que la especie dé un salto evolutivo sin precedentes. La pregunta es: ¿a qué coste?”
Tres artículos –que mutuamente se complementan – intentan responder a esta pregunta. Están firmados por Albert Cortina y Miguel Ángel Serra, Javier Sampedro y Joseba Elola.
“Un futuro posthumano”
El primero de estos artículos, Un futuro posthumano, está firmado por Albert Cortina y Miguel Ángel Serra. Los autores son expertos en estos temas. Albert Cortina, es abogado y urbanista. Director del Estudio DTUM, Miquel-Àngel Serra, doctor en Biología, es gestor de investigación en la Universidad Pompeu Fabra. Ambos son coordinadores y autores del libro ¿Humanos o manos? Singularidad tecnológica y mejoramiento humano.
El movimiento transhumanista pretende ofrecer a nuestras sociedades contemporáneas un relato futurista que dé una cobertura filosófica, moral e, incluso, religiosa y espiritual a la dimensión tecnológica del proyecto neoliberal postmoderno en este siglo XXI, opinan Cortina y Serra.
Para esta corriente tecno-optimista, tenemos ante nosotros la responsabilidad de conducir el proceso evolutivo de la humanidad y de transformar radicalmente (mejorar) al ser humano, mediante la interacción e implementación en nuestro cuerpo y mente de tecnologías emergentes más allá de los condicionamientos y límites que nos impone la naturaleza, de la que somos parte inescindible.
Según el movimiento transhumanista, y tal como afirma uno de sus insignes oráculos, el ingeniero de Google Ray Kurzweil, lo que llama Singularidad será un acontecimiento que sucederá dentro de unos años con el aumento espectacular del progreso tecnológico, y debido al desarrollo de la inteligencia artificial y a la convergencia de las tecnologías NBIC (Nanotecnología, Biotecnología, Tecnologías de la Información y de la Comunicación y Neuro-Cognitivas).
Esa situación ocasionaría cambios sociales, culturales, políticos y económicos inimaginables, imposibles de comprender o predecir por cualquier humano anterior al citado acontecimiento. En esta fase de la evolución el transhumanismo predice que se producirá la fusión entre tecnología e inteligencia humana, dando lugar a una era en que se impondrá la inteligencia no biológica de los transhumanos.
A lo largo de este proceso el transhumanismo quiere difundir una ideología y una cultura favorables al “mejoramiento humano” (del inglés “human enhancement”) a través de la adopción de unas mejoras artificiales en el ser humano (genéticas, orgánicas, tecnológicas) con el objetivo declarado de hacerlo más inteligente, más longevo, más perfecto, más feliz, incluso para que pueda llegar a alcanzar la inmortalidad cibernética y la conquista del universo. No obstante, esta cosmovisión puede comportar riesgos.
¿Estamos preparados para el transhumanismo?
Los autores del libro se preguntan: ¿estamos preparados para ese cambio radical o bien pensamos que hay que conservar nuestro patrimonio genético y seguir siendo personas humanas, con nuestras limitaciones, pero conservando nuestra libertad y dignidad inalienables?
Constatamos que la aspiración de perfeccionarse es intrínseca a la naturaleza humana, que ha aunado los mecanismos selectivos propios de la evolución con la transmisión del saber científico-técnico (desde el fuego, el hacha y la rueda al ordenador, el cohete y el automóvil) y cultural (como el lenguaje, las artes, la religión).
Autores clásicos como Ovidio (Metamorfosis) ya soñaban en “mutaciones” de los seres humanos que hoy constituyen la pretensión de los transhumanistas, que auguran así un “humano mejorado” (o “transhumano”) primero y de un “posthumano” superior después. Como afirmaba el filósofo y visionario Günther Anders, uno de los padres de la tecnoética, el ser humano actual padece de “envidia prometeica”: se descubre inferior a las máquinas que él mismo ha fabricado y aspira a transformarse radicalmente usando la tecnología a su alcance.
Así, podría definirse el mejoramiento humano como el intento de perfeccionamiento, transitorio o permanente, de las condiciones orgánicas y/o funcionales actuales del ser humano mediante la tecnología. No se trata ya de la loable curación de personas enfermas, sino de potenciar de tal modo a las personas sanas, mediante el impresionante arsenal tecnológico en desarrollo, de modo que se genere un abismo entre humanos mejorados y no mejorados.
Tecnologías de uso dual como los chips subcutáneos que nos permiten abrir puertas sin usar llaves pero que también nos geolocalizan; las prótesis externas e internas al estilo de Blade Runner que nos doten desuperpoderes, técnicas genéticas como el CRISPR que sirven tanto para acabar con peligrosos parásitos como para modificar nuestro ADN de forma eficiente y permanente, métodos farmacoquímicos o electromagnéticos de aumentar artificialmente –y sin esfuerzo- nuestras funciones cerebrales como la memoria, la agudeza sensorial o la capacidad de cálculo, o intervenciones con células troncales que regeneren nuestros tejidos viejos o dañados, son algunos de los ejemplos de aumento de nuestras capacidades que nos convertirían en transhumanos. Y es solo el comienzo de una revolución que no ha hecho más que empezar.
Superinteligencia, superlongevidad, superbienestar
Para adelantar el advenimiento de la Singularidad, el transhumanismo nos propone tres elementos fundamentales: la Superinteligencia, la Superlongevidad y el Superbienestar.
En relación a la Superinteligencia, esta corriente de pensamiento insiste en que la explosión predictiva de la capacidad de computación alumbrará una inteligencia artificial que, tal vez, llegue a adquirir incluso una consciencia simulada en silicio. Si al final los humanos nos integrásemos –voluntariamente- en las tecnologías convergentes podríamos, según ellos, llegar a estar en contacto directo con esa inteligencia artificial. El resultado sería que nos fusionaríamos efectivamente con ella y sus habilidades se convertirían en las nuestras. Eso impulsaría a la especie humana, en opinión del filósofo transhumanista Nick Bostrom, a un periodo de Superinteligencia.
Respecto a la Superlongevidad, Aubrey de Grey, experto en investigación sobre el envejecimiento, sostiene, - desde una visión transhumanista-, que nuestras prioridades están fundamentalmente sesgadas y que tenemos que empezar a pensar seriamente en prevenir la enorme cantidad de muertes debidas al envejecimiento. Algunos transhumanistas van más allá y financian procesos criónicos, o incluso proyectos de una inmortalidad cibernética, que se nos antojan utópicos.
Finalmente, el filósofo transhumanista David Pearce expone que el Superbienestar tiene como objetivo, en primer lugar, investigar y eliminar el sufrimiento, y en segundo lugar, alcanzar la abundancia y la felicidad para todos, o sea, un nuevo “paraíso terrenal”.
Las propuestas del transhumanismo son retos a nuestra sociedad y a las tradiciones religiosas. Y por ello, no podemos ni debemos huir de nuestra responsabilidad, como seres humanos, de dar una respuesta coherente de acuerdo a nuestra naturaleza, libertad y dignidad.
En definitiva, mejorar la condición humana no es una crítica a la Obra del Creador, sino la capacidad de utilizar sus dones desde el intelecto en cumplimiento de nuestro propio destino.
Mientras que muchas tradiciones religiosas hoy día son escépticas con respecto a los transhumanistas ateos, cuyas enseñanzas ven opuestas a sus creencias, hay muchos transhumanistas creyentes que atestiguan la compatibilidad entre religión y transhumanismo.
A medida que las posibilidades del transhumanismo aumentan, las compatibilidades de la metafísica, la teodicea y la soteriología de las perspectivas religiosa y transhumanista van construyendo nuevas formas de “trans-espiritualidad”. En un futuro escenario religioso encontraremos tendencias bioconservativas y transhumanistas en todas las formas de creencias del mundo, y seguramente surjan nuevas tradiciones religiosas a partir del proyecto transhumanista.
Crearemos nuevos rituales religiosos y medios entorno a nuestras posibilidades biotecnológicas y cibernéticas, como lo hicimos entorno al fuego o las plantas medicinales. La creatividad humana seguirá manifestándose no sólo en maestría tecnológica, sino también en el continuo intento de llenar la vida y el universo con un sentido mítico y poético.
Por otra parte, urge evitar que el mejoramiento sea solo para ricos o para una elite perteneciente a una noocracia no democrática que domine el mundo, o que se haga sin tener en cuenta los riesgos asociados a las nuevas tecnologías y a nuestra propia ignorancia del ser humano y de la naturaleza.
Debemos evitar que las personas seamos transformadas en un sensor o en un producto tecnológico del capitalismo neoliberal –le llamen transhumano o posthumano- que sirva únicamente a intereses privados y a las fuerzas desbocadas del mercado y/o de la guerra.
Desaparecer como especie o superar a la especie
Según los autores citados, estos retos no dejan de ser los que han existido a lo largo de toda nuestra historia, pero asumen ahora una dimensión tal que, por primera vez, se plantea una intervención directa en el proceso evolutivo que puede llevar a nuestra desaparición como especie.
¿Qué hace al ser humano tan diferente del resto de seres vivos y, nos atrevemos a decir, tan único, tan singular? No es la ciencia y la técnica, sino la cultura, la educación, las humanidades, como afirma el biólogo Edward Wilson en su reciente libro The Meaning of Human Existence (2015). Un ser humano que posee la extraordinaria tarea de cuidar, de forma responsable, el planeta Tierra, y no de contribuir a su destrucción prematura, de proteger al más débil y vulnerable y no de menospreciarlo o eliminarlo, de orientar el innegable progreso científico-técnico hacia el bien de todos y no solo de algunos privilegiados.
Sean o no ilusorias las aspiraciones del transhumanismo la sociedad debe tomar conciencia de las mismas, abrir un amplio debate interdisciplinar y ejercer, desde un pensamiento crítico, una auténtica democracia real favorable al interés colectivo y al bien común. Construyamos pues, mediante una ética global que respete la dignidad inalienable de las personas, y bajo los principios civilizatorios de Libertad, Igualdad y Fraternidad recogidos en la Declaración Universal de la ONU (1948), una auténtica Humanidad para el siglo XXI.
¿Puede una máquina ser inteligente?
Por su parte, el periodista científico Javier Sampedro afirma: “Ya hay dispositivos que nos superan en muchos ámbitos. Queda por ver cuándo nos sobrepasarán en talento”. ¿Serán posibles a corto plazo las máquinas inteligentes?
Para Sampedro, “los avances de la inteligencia artificial son tan brillantes que resulta inevitable extrapolarlos al futuro. A un día en que busquemos en Google con solo pensarlo, o llevemos incorporada la Wikipedia en un chip de acceso instantáneo para nuestra memoria perezosa; en que nuestra propia inteligencia de carne y nervio se vea multiplicada por mil gracias a una red neuronal adosada al lóbulo frontal; un día, al fin, en que todos los conocimientos, emociones y vivencias del individuo se puedan descargar en la nube y hayamos inventado así el alma inmortal. Y en que las máquinas nos sobrepasen en talento, nos manden a criar malvas y conquisten la galaxia, esperemos que en ese orden”.
Lo difícil no es imaginar todo eso, sino regresar al planeta Tierra y ver qué es la inteligencia artificial, dónde está ahora mismo, qué se puede esperar de ella en el futuro inminente, y cuáles son sus riesgos reales en este presente continuo en que nos ha tocado vivir. Este es un asunto menos estrepitoso en la forma, pero más interesante en el fondo.
¿Cómo reconocer que una máquina es inteligente?
¿Puede una máquina ser inteligente? ¿Cuándo sabremos si lo es? Uno de los padres de la inteligencia artificial (AI en adelante), el matemático y científico de la computación Marvin Minsky [recientemente fallecido], dice que el concepto de inteligencia artificial es como el de “zonas inexploradas de África”, que cuando lo alcanzas desaparece de la definición. La inteligencia, según la ironía de Minsky, es cualquier proceso de resolución de problemas que todavía no entendamos. Además de mala uva, esta ley de Minsky tiene mucha razón.
El ejemplo perfecto es Deep Blue, el supercomputador que, redondeando un poco, le pegó un repaso a Gary Kaspárov en los años noventa. Hasta un día antes de la partida fatídica, cualquiera habría considerado que ganar al campeón del mundo de ajedrez sería una prueba de inteligencia. Pero desde entonces todo se torció: Deep Blue había hecho trampa al no usar la estrategia humana de intuir la forma de la partida a varias jugadas vista, había ganado a base de poderío computacional bruto y sin la menor consideración, era mucho más grande que el cerebro de Kaspárov, en fin, la ley de Minsky hecha carne: el ajedrez ya no era inteligencia.
Pocos han oído, sin embargo, hablar de Watson, el supercerebro post-Deep Blue que IBM presentó hace cuatro años. Watson resuelve un tipo de problemas mucho más complicados (matemática e intuitivamente) que el ajedrez: es capaz de entender las preguntas de los crucigramas, como por ejemplo: “La primera persona mencionada por su nombre en El hombre de la máscara de hierro es este héroe de un libro anterior del mismo autor”. ¿Es eso inteligencia humana? Seguro que no, aunque solo sea por la ley de Minsky.
Otro de los padres de la AI –tal vez el padre de la AI—, Alan Turing, imaginó el más famoso test que debería pasar una máquina para que la consideráramos inteligente: el test de Turing. En términos modernos, consistiría en esto: una máquina deberá considerarse inteligente cuando, por correo electrónico, pueda hacerse pasar por un humano al chatear con un humano de verdad. Pero casi nadie cree ya en el test de Turing: ni en que aprobarlo demuestre inteligencia, ni en que suspenderlo demuestre la falta de ella. Para engañar a un humano, después de todo, no hace falta ser Sherlock Holmes (ni Watson).
Retos filosóficos y teológicos
El asunto de mayor interés filosófico, sin embargo, no es si es posible construir desde cero una mente humana —eso ya sabemos hacerlo, sin ecuaciones y en solo nueve meses—, sino si es posible superarla. Ese es el futuro transhumano o posthumano del que nos hablan los oráculos. Y en este sentido, y como siempre, solo cabe recordar que el futuro ya está aquí.
La capacidad y rapidez de cálculo de las máquinas supera a la humana desde hace décadas. Los experimentos y deducciones que, hasta hace no mucho, habrían servido a un buen estudiante de bioquímica para conseguir su doctorado, son ya rutinarios para los robots de los laboratorios.
El último prodigio de la inteligencia artificial es un algoritmo que aprende a reconocer la escritura en 50 alfabetos, generando conceptos nuevos que hasta ahora estaban reservados al Homo sapiens. Las máquinas yanos superan en muchos ámbitos.
La mayor candidez del posthumanismo no es científica, sino política. ¿Saben quién cuenta con la tecnología punta de la inteligencia artificial ahora mismo? Pista: no es una institución civil.
Uno de los problemas que la filosofía del transhumanismo detecta es el que se están borrando las fronteras de lo real y de lo virtual. Rosi Braidotti, filósofa italo-australiana aboga por construir un futuro transhumano mejor que el presente humano aprovechando las ventajas de las nuevas tecnologías.
Como hemos visto en estos ensayos en El País-Ideas (enero 2016), el transhumano puede ser mejor persona que el humano.
Ese ser con capacidades ampliadas —hoy, gracias a teléfonos inteligentes y tabletas; mañana, gracias a quién sabe qué prótesis o artilugios tecnológicos incorporados— puede llegar a convertirse en un ser más ético, menos centrado en su interés propio, más consciente de las necesidades de la gente que le rodea, del planeta en el que vive.
Esto es parte de lo que plantea Lo Posthumano , erudito y frondoso ensayo de Rosi Braidotti. La filósofa y teórica feminista, declarada heredera de la tradición de Spinoza, aboga por trascender la negatividad construyendo, desde ya, futuros posibles. Y afirma que las nuevas tecnologías, bien usadas, son una poderosa herramienta de cambio hacia un futuro posthumano que permita corregir muchas de las cosas que hizo mal el humano a secas.
Este es el gran reto de la condición posthumana, sostiene Braidotti, nacida en Italia en 1954 y educada en Australia. Profesora universitaria y directora del Centro para las Humanidades de la Universidad de Utrecht (Holanda), es una prolífica ensayista de torrencial conversación.
Para la filósofa Braidotti, el impacto de las nuevas tecnologías es inmenso en nuestra sociedad. “No sé si nuestros jóvenes se dan cuenta de las posibilidades que ofrecen esos dispositivos que ellos necesitan cambiar cada dos años porque, si no, no son lo suficientemente cool. Yo implantaría cursos obligatorios de programación para hacerles comprender el potencial que tienen entre manos. Todos debemos convertirnos ennerds , en cierto modo, por un tiempo.
Si es cierto que el 70% de los mensajes que se envían es sexting [mensajes sexuales], ¡qué estamos haciendo! Revela una gran pobreza de nuestra imaginación colectiva e individual. Lo que tenemos en las redes sociales es una red del cotilleo. Y tanto el sistema educativo como el político no recompensan la auténtica innovación”.
Preguntada si en el futuro seremos sustituidos por robots, responde: “ No soy tecnofóbica. Los robots llegarán. En la exposición +Humanos del CCCB se puede ver, limpian la casa, mecen la cuna, son esclavos industriales, cada vez más inteligentes. Pero la forma específica de inteligencia encarnada no se puede improvisar, es imposible de replicar. La placenta no se puede replicar”.
Braidotti se siente esperanzada con la nueva humanidad emergente. No se trata del final de lo humano sino del acceso a otro nivel superior de consciencia. “Yo estoy en el lado de los esperanzados. Pero al mismo tiempo veo la evolución como algo que va más allá de la mejora o ampliación de capacidades del ser humano. La mejora de la que se habla, la de Nick Bostrom y la inteligencia artificial, consiste en acelerar la evolución ya sea vía implantes o con algún tipo de prótesis relacionada con computadoras. Ese es un acercamiento aceleracionista a la evolución, yo soy más gradualista. Los niños interactúan con gran rapidez con la tecnología, acceden a ella desde los tres años. Esperan que todo sea interactivo, sus cerebros serán distintos. Habrá un salto evolutivo porque, simplemente, han acelerado, son más inteligentes que nosotros en ese ámbito. Pero también habrá más disléxicos, tendrán problemas de déficit de atención, no podrán escribir a mano. Eso ya lo sabemos hoy, así que imagínese las siguientes generaciones”.
Braidotti se queja de que la mejora del ser humano, la ampliación de capacidades, está estancada en terrenos superficiales. Despotrica contra la dictadura de la imagen, contra el culto al cuerpo y contra la pornografía, que degrada a la mujer. “Se traslada una idea de que todas las chicas están preparadas para el sexo. La moda es: estoy depilada, estoy a punto, caliente, de la mañana a la noche. No solo se reconstruyen partes normales del cuerpo con un poco de bótox o un poco de silicona, se reconstruye también la vagina. Las chicas quieren la misma vagina de Paris Hilton. El hecho de que sepamos cómo es la vagina de Paris Hilton ya resulta preocupante, ¿necesitamos tener este tipo de información?”
Ese optimismo que quiere impulsar de cara a un futuro posthumano convive con un diagnóstico pesimista de la realidad actual. “Estamos en plena evolución y en pleno retroceso: el hambre, la guerra, el cambio climático, poblaciones enteras están siendo barridas, la situación de la mujer, que está retrocediendo, violaciones en las guerras… Este es el problema de la visión de Nick Bostrom: no estamos en un solo camino hacia la gloriosa evolución; es una vía que hace zigzag.
Conclusión
Los dispositivos biónicos podrán recoger permanentemente nuestras ondas cerebrales, amplificarlas, compararlas con la pauta de referencia para el estado de felicidad consensuado y realizar “manipulaciones” interesadas. Una ingeniería inversa para un estado de felicidad inducido. Esto supone un reto para las tradiciones religiosas. ¿Podría existir una religión inducida? O al menos, ¿es posible una espiritualidad biónica? ¿Podrán incorporarse los códigos éticos en un chip entegrado?
El hombre biónico que describe el transhumanismo es una garantía para el debate en disciplinas como la filosofía, la ética o la teología. Seguir siendo humanos sin serlo del todo planteará un sinfín de interrogantes. ¿Dónde reside la esencia del ser humano? ¿Podrá un individuo considerarse humano con el 50% de su biología remplazada por dispositivos tecnológicos? ¿Con un 80%?
¿Qué nuevos riesgos nos acechan en la sociedad de hombres y mujeres biónicos? Por el momento, las preguntas están abiertas y solo nos resta tantear, dentro de nuestros límites y con honestidad intelectual, las fronteras éticas y religiosas de estas nuevas tendencias.
Leandro Sequeiros, El transhumanismo cuestiona las tesis fundamentales de nuestra cultura, Tendencias21.Tendencias21 de las religiones 23/02/2016