El Roto |
No creo ser alguien a quien le resulte indiferente la persistente decadencia de las humanidades en la educación en todos los niveles, y especialmente en el universitario. Se ha dicho múltiples veces, y con mucha razón, que las humanidades portan la tendencia al pensamiento crítico y que nuestros sistemas educativos no son muy proclives a esta forma de pensamiento. Quizá es que la propia universidad, creada en la edad contemporánea a imitación de la Universidad de Berlín que diseñó Wilhelm Humbolt, una universidad fundada sobre la creatividad y el pensamiento conceptual, en la que el lenguaje y las humanidades ocupaban un lugar central en la formación, y articulada a partes iguales sobre la educación y la investigación, sea ya una institución poco funcional o claramente obsoleta. Los nuevos diseñadores, economistas y protocolizadores de la educación, consideran suficientes unas breves habilidades de expresión y pensamiento que no hubiesen alcanzado ni de lejos lo que el sistema de educación secundaria humboldtiano exigía. En fin, no continuaré por esta senda en la que siempre me tropiezo con mis peores sentimientos y rencores.
Ahora bien, una vez dicho lo anterior, que no tiene por intención retórica ser captatio benevolentiae sino expresión del marco conceptual desde el que hablo, no es menos cierto que la decadencia de la universidad humboldtiana está produciendo igualmente una decreciente atención hacia el conocimiento científico por parte de los humanistas. Me hubiera gustado hacer una breve encuesta entre el profesorado de humanidades preguntando, primero, si atendieron a las noticias de las observaciones experimentales del Bosón de Higgs y de las ondas gravitacionales, y si podrían explicarme en unas breves frases por qué consideraban que podrían ser importantes estas dos observaciones. No me atrevo a anticipar la estadística, pero sí he hecho esta pregunta en algún curso superior de humanidades y la respuesta ha sido suficientemente expresiva del estado de las cosas. La educación integral en la que creía la universidad humboldtiana tenía dos direcciones, y lamentablemente aquí volvemos a comprobar su lenta obsolescencia.
Viene esto a cuento porque, como el sabueso de los Baskerwille, cuyo silencio era el dato fundamental para Holmes, la ausencia de un concepto en el pensamiento de una gran parte de los ensayistas y humanistas del momento es también el signo de lo que ha ocurrido. Y no me refiero a la palabra. El uso de las palabras, e incluso el uso repetido no implica el dominio del concepto. Estoy pensando en un concepto que debería estar en el horizonte de cualquier interpretación humanística, no necesariamente para tratar sobre él, pues no es necesaria la superación de la división del trabajo cognitivo, y cada uno debe ocuparse de lo que mejor sabe, sino porque, como digo, forma parte del horizonte conceptual sin el que es muy difícil entender nuestro mundo. Este concepto no es otro que el de información.
Si uno atiende a los grandes autores que prepararon desde el siglo XIX el pensamiento contemporáneo, Marx, Nietzsche, Freud, observará que el concepto de energía es central en la configuración de sus teorías. No se puede leer El Capital o los Grundisse sin conocer la importancia que tenía para Marx la máquina como objeto y como figura, y él entendía bien que una máquina es un dispositivo de transformación de la energía. Su concepto de trabajo como origen del valor está fundado sobre el gran descubrimiento de la ciencia decimonónica, que fue el concepto de energía, como el gran cemento de la naturaleza. Del mismo modo, el concepto de impulso, que tan central lugar ocupan en Freud y Nietzsche son formas orgánicas que expresan la energía.
El concepto de información, que nace en 1949 como concepto técnico de la mano de Claude E. Shannon y Warren Weaver, en su teoría matemática de la información, ha transformado revolucionariamente el marco conceptual de todas las ciencias: la física cuántica (Stephen Hawking), la genética (desde el descubrimiento del ADN), la biología evolucionista (a través de la idea de los memes), la lógica (en mis años de formación pude asistir a la transformación radical de la lógica desde la computabilidad), la economía,... Y, por descontado, la información es el sustrato fundamental de todo ese complejo de artefactos y procesos que llamamos nuevas tecnologías y que han transformado radicalmente nuestro mundo.
En los años setenta, los años del sueño de la semiótica, todavía se repetía una y otra vez aquello de fuente, canal y receptor, ahora ya ni eso (me parece que solo en periodismo les castigan con ese rollo). Lo sorprendente es que se haya hecho tan poco por transformar el marco ontológico desde el que se construyen las demás intuiciones metafísicas, epistemológicas, éticas y estéticas. Excluyo, claro, a quienes tienen formación en lógica y en ciencias cognitivas, pero todos sabemos que son/somos una minoría sin influencia real en el mundo del pensamiento actual, al menos en nuestro país y en el mundo latinoamericano (es muy interesante leer las visibilidades e invisibilidades en los trabajos sobre sociología de la filosofía contemporánea). Incluso en quienes han caído en esa creciente adición a las neuroéticas, estéticas,..y cosas parecidas, o sobre todo ellos y ellas, la increíble impericia en el manejo del concepto de información es sorprendente. Me asombra el uso repetido de las palabras "dispositivo", "máquina", "control", por todos los múltiples seguidores de la escuela deleuziana, sin reparar en lo obsoletos científicamente que estaban esos conceptos ya en Deleuze y Guattari (no es necesario estar de acuerdo con Sokal, en sus Imposturas intelectuales, para entender que las figuras retóricas a veces son también muy significativas de las carencias). Si Marx hubiera dispuesto del concepto de información le hubiera sido mucho más fácil pensar y entender lo que llamó el fetichismo de la mercancía. Otras corrientes, como la hermenéutica y la fenomenología se beneficiarían mucho, también, de incluir en su horizonte la extraña forma de ser que es la información. Pero no parece estar en la agenda por el momento.
Casi todo nuestro pensamiento contemporáneo se ha configurado sobre el horizonte de la civilización de las máquinas, es decir, de los dispositivos transformadores de energía. Sin embargo, la extraña relación entre energía e información es el gran territorio en el que se mueven la ciencia y la ingeniería contemporáneas. Las máquinas siguen siendo una parte sustancial de nuestro mundo, pero, como sabemos, son máquinas, cada vez más, organizadas mediante el flujo de información, tan importante como el flujo de energía. Nuestro capitalismo de casino es un capitalismo montado sobre la información (la bolsa ya está controlada por robots informáticos, no por cansados brokers gritones).
Muchas veces intento inútilmente argumentar que el olvido de la centralidad de la epistemología en nuestra cultura ha sido el gran éxito del capitalismo: un capitalismo de los buenos sentimientos, disfrazados de ética, que acepta casi todos los discursos "humanistas" menos los que ponen en cuestión las cuestiones centrales de distribución de bienes públicos. Y, hoy por hoy, la distribución y el control del conocimiento (información que proviene de una fuente fiable, para decirlo sin entrar en detalles técnicos) es la fuente básica de las desigualdades. Las otras se subordinan fácilmente a ésta. Las desigualdades económicas y políticas se sustentan sobre el control de la información y el conocimiento. Me llevaría mucho tiempo explicar cómo la incomprensión de la información impregna el trasfondo desde el que se elaboran las políticas públicas. Como si el conocimiento no figurase como un elemento tan central como la justicia en el orden de nuestras sociedades. Pero esto es lo que hay. Con la civilización de las máquinas también parece desvanecerse el sueño humboldtiano de una educación integral.
Fernando Broncano, Después de las máquinas, El laberinto de la identidad 28/02/2016