El Roto |
Cuando se discute sobre la objetividad, cuento siempre una anécdota familiar. Ocurrió en una sobremesa allá por los noventa. Mi padre charlaba conmigo y mis otros primos mayores, cuando apareció uno de los pequeños, que tendría cinco o seis años, y queriendo participar nos anunció que había sido su primer día de colegio.
—¿Y cómo ha ido el primer día? —preguntó mi padre.
El niño se quedó pensativo y respondió: «Muy bien, muy bien… Solo han llorado dos». Y tras una breve pausa, apuntilló: «una niña y yo».
Mi primo se había pasado la mañana llorando, pero eso no le impidió observar que el primer día de clase había sido un éxito. Por eso pienso que la objetividad existe y está al alcance de un niño.
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Los primeros defensores de la objetividad son los científicos. Creen en ella por defecto, y tiene su lógica, porque si no creyesen en ella para qué tomarse tantas molestias.
Pero otra gente desconfía.
Los más escépticos son los periodistas. Muchos no creen en la objetividad y proponen la honestidad como alternativa. Tengo entendido que así se enseña en las facultades. Me imagino un profesor escribiendo fuerte en la pizarra: «La objetividad no existe», y a un alumno respondiéndole que eso será bajo su punto de vista.
La objetividad puede definirse de distintas maneras, pero yo me estoy refiriendo a la menos filosófica y más mundana: la objetividad como ausencia de sesgos personales al opinar, razonar, e informar. En eso piensan quienes la niegan, me parece. Dicen que no existe queriendo decir, quizás, que es imposible ser objetivo del todo. Y eso lo acepto —nadie puede desprenderse por entero de sus sesgos—, pero entonces podrían decir solo eso.
Porque la objetividad claro que existe. Existe como existe el coraje, la libertad o la justicia: como un ideal. No es posible ser perfectamente iguales, ni del todo libres, pero a nadie se le ocurre decir que la igualdad o la libertad son invenciones.
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Esta discusión no es solo semántica. Y es que negar la objetividad daña al periodismo y empobrece el debate público. Lo hace a través de una lógica falaz: como es imposible librarnos de nuestros sesgos, entonces hay que abrazarlos y entregarse a ellos.
Es la actitud que percibo en eso que algunos llaman periodismo activista, crítico, comprometido o ético, y que a mi me despierta gran escepticismo. También en amigos que militan de ser subjetivos; «No pretende ser objetivo», me han llegado a decir en mitad de una discusión. Pero no veo virtudes en esa adhesión al prisma de cada uno, excepto para discutir de fútbol o decidir a gritos si la ciencia ficción es un género mejor que el terror. Sé que esas personas piensan que su actitud es honrada y hasta humilde, y quizá tengan razón, pero a mí me parece asumir una derrota antes de empezar.
Yo defiendo lo contrario: perseguir la objetividad.
No es un propósito fácil para el periodismo. La culpa es de las personas, por cómo somos. No nos gusta poner en cuestión lo que ya sabemos, o creemos que sabemos, y tenemos un sesgo natural que nos hace preferir la información que confirma nuestras creencias. Nos parece más convincente y más gratificante. Por eso existe una demanda importante, y quizás mayoritaria, de información sesgada e ideologizada. A este respecto, internet quizás haya sido perjudicial. Antes cada medio necesitaba alimentar una gran audiencia y eso les obligaba a mantener cierta pluralidad.
Para el periodismo, la gratificación ideológica es un negocio tentador: buscas una audiencia con los mismos prejucios que tú y te dedicas a darles la razón. Eso puede hacerse desde el cinismo o desde la absoluta sinceridad con diferencias inapreciables.
En mis pesadillas veo el debate público cayendo en un equilibrio perverso: un montón de medios y periodistas parciales e ideologizados que los ciudadanos consumen encantados.
Por suerte las cosas no llegan a ese extremo.
Eso es así por múltiples razones, pero sobre todo por una: porque hay personas que atemperan sus prejuicios y tratan de ser objetivos. Algunas son reporteros, analistas o intelectuales, pero la mayoría son lectores que premian una forma de mirar. Personas que eligen perseguir la objetividad. No la van a alcanzar nunca, pero encontrarán sus cadáveres más cerca de la meta.
Kiko Llaneras, Sobre la objetividad: existe, importa y está al alcance de los niños, jot down 18/01/2016