La prueba de lo que te digo es que a lo largo de ese mismo libro —por si no lo tienes a mano, te lo adjunto— usa decenas de veces el término barrio. De sus capítulos, te pido que te detengas en el dedicado a las tabernas, el VIII. Es cierto que el barrio "ya no es lo que era", es decir que, como sostiene Lefebvre, es una suerte de anacronismo que tuvo sentido cuando, de manera objetivable, se correspondía con esa unidad religioso-administrativa que fue la parroquia. Pero, a pesar de ello, es inevitable reconocer que el término nos permite remitirnos a una unidad a la que, al margen de perimetraciones oficiales e incluso de su homogeneidad morfológica o social, damos el valor de fuente de identidad compartida —"nuestro barrio"— a partir ya sea de una experiencia biográfica personal y al tiempo colectiva, ya sea para aludir a un tipo específico de sociabilidad "de proximidad".
¿Lo ves? "Tu" barrio es el barrio donde hiciste un aprendizaje de vida fundamental con quienes eran tus vecinos o tu pandilla, puesto que ahí aprendiste el paso del hogar a la vida pública. Y luego "tu" barrio es el espacio de tus movimientos cotidianos, que podrías incluso objetivar si te dedicaras a mapear tus desplazamientos a pie del día a día en torno tu domicilio: la panadería o el paki donde te avituallas, el bar al que bajas a comprar tabaco o hacer el aperitivo, la biblioteca o el centro social "del barrio", la plaza o la calle principales donde paseas al perro, la parada de metro o de autobús desde la que vas a otros sitios, la gente con la que te cruzas por la calle y la reconoces "porque es del barrio". Etc.
De hecho, es eso que te acabo de decir lo que da sentido al valor "barrio" y lo que lo hace indispensable, incluso para Lefebvre, en su caso porque permite actuar como lo que en el mensaje a Miquel Fernández llamaba, siguiendo siempre a Lefebvre, mediaciones. En efecto el barrio, como noción, es fundamental como operador de mediación dialéctica, como tú mismo dices, entre espacio físico y espacio social, entre espacio social y espacio común, entre espacio cuantificado y espacio cualificado. O, como acabo de señalarte, entre la esfera doméstica y la experiencia de la vida pública total, es decir entre lo totalmente privado y lo totalmente público, de igual manera que el "vecino" es una figura mediadora entre la propia familia y los desconocidos totales que conforman la experiencia radical de lo urbano.
En relación a eso, la noción de "área" en la Escuela de Chicago es del todo incompatible, básicamente por los chicaguianos, en este caso Robert E. Park y como tú bien recuerdas, entendía el "área" como área natural, en la línea de la adhesión de toda la escuela al darwinismo social y la invención que conviene atribuirles de la ecología urbana. Difícil asimilar esa concepción de la ciudad como hecho natural a una perspectiva como la de Lefebvre, empeñada no solo en politizar el espacio, sino sobre todo en subrayar su condición dialéctica, que es justamente lo que le lleva a criticar la noción de barrio como no dialéctica, al tiempo que la emplea precisamente por sus virtudes como concepto mediador.
Por supuesto que lo que acabo de decir no le resta nada a la extraordinaria potencia metodológica de la Escuela de Chicago, ni a sus tantísima lucideces. Siento por ella una fascinación total, a pesar de su funcionalismo, de su moralismo, de su culturalismo. De hecho, una de las cualidades que cabe reconocerle a Manuel Castells es la de haber hecho un relectura en clave marxista de lo mejor de la escuela, sobre todo de sus exponentes más materialistas, como Amos Haxley. Si te interesa esa vindicación crítica y politizadora que hace Castells de los chicaguianos, mirate la primera parte de La cuestión urbana (Siglo XXI). Y si quieres saber más sobre esa conexión, mírate lo que dice Castells sobre la Escuela de Chicago en La Ville aux résseaux, que es una larga entrevista que le hace Géraldine Pflieger (Presses Polytechniques et Universitaires de Laussanne).
Manuel Delgado, ¿A qué llamamos barrio?, El cor de les aparences 14/03/2016Comentario para José Mansilla, colega del OACU