Dialogar con un erizo es imposible: si le preguntas, se siente cuestionado; si le pides que argumente, se enrosca; si le enseñas un dato, te lanza una púa. Mientras los demás rumiamos nuestras dudas e incertidumbres, los erizos se pasan todo el día chillando certezas. Saben cómo se gobierna una economía abierta en un mundo globalizado, cómo construir un orden internacional más justo, cómo solucionar la crisis de la democracia representativa, cómo construir la Europa social, cómo debe funcionar un sistema educativo, cómo se financian los servicios públicos, cómo se logra la inclusión social.
Para los erizos no hay dilemas, tensiones ni alternativas dolorosas entre las que elegir: hacemos un muro con México, o con Grecia; prohibimos entrar a los musulmanes, echamos a los que hay dentro o les obligamos a adoptar nuestras costumbres; nos salimos de España, la Unión Europea o las Naciones Unidas, lo que toque, y nos volvemos a la moneda nacional; cortamos el comercio con China, porque explota a sus trabajadores, o con Estados Unidos, porque también lo hace, o con los países en vías de desarrollo, porque no les van a la zaga. ¿No les da envidia? ¿No añoran las certezas del erizo?
Los erizos están en campaña. En Austria, EE UU o Reino Unido les va mucho mejor de lo que nunca soñaron. En España también se presentan a las elecciones. A ambos lados del espectro político. ¿Cómo se distinguen? Por sus gritos. Por sus miedos. Por su respuesta, que siempre es la misma: protegerse. ¿Han oído alguna vez a un erizo chillar: ¡pensad!?
José Ignacio Torreblanca, Erizos, Café Steiner 23/05/2016