Itzhak Fried |
¿Somos libres de decidir? Parece ser que no tanto como creemos, según una investigación de Itzhak Fried y Roy Mukamel de la Universidad de California, y Gabriel Kreiman de la Universidad de Harvard, cuyos resultados se publicaron en febrero de 2011 en la revista Neuron. Fried puso en marcha un experimento para estudiar la epilepsia. Implantó electrodos directamente en el cerebro de personas epilépticas para registrar la actividad de determinados grupos de neuronas. Como no se puede prever cuando se producirá un ataque, hay que esperar. Y, mientras, aprovechando la magnífica ocasión que brinda poder registrar la actividad cerebral con unos electrodos colocados en el cerebro, se pueden realizar experimentos interesantes. Por ejemplo, estudiar si tenemos libre albedrío o somos marionetas que se mueven al ritmo que dictamina nuestro cerebro.
Los voluntarios observaban un reloj en la pantalla del ordenador, con una manecilla que daba una vuelta completa cada 2,568 milisegundos. Su tarea era tan sencilla como, presuntamente, libre: después de que la manecilla diera una vuelta, podían apretar un botón en el momento en que “sintieran la necesidad de hacerlo”. Entonces, la manecilla se detenía y los voluntarios debían decir cuándo habían sentido la necesidad de apretarlo, que se tomaba como el criterio para saber cuándo habían tomado la decisión. Los investigadores colocaron electrodos en el área suplementaria motora, situada en el lóbulo frontal, de doce voluntarios para estudiar el comportamiento de 1.019 neuronas implicadas en la planificación de movimientos. Si tenemos libre albedrío, parece lógico que, después de que tomemos la decisión, las neuronas empiecen a trabajar. Pero los resultados muestran que una cuarta parte de esas neuronas se ponían en marcha un segundo y medio antes de que los voluntarios sintieran la necesidad de apretar el botón. Es decir, antes de que tomaran la decisión. ¿Quién les dio a las neuronas la orden de activarse?
Esta pregunta nos coloca en una situación interesante y delicada. Para los científicos partidarios del materialismo, que implica que todo efecto físico requiere una causa física, o del determinismo más estricto, que defiende que todo está predestinado, no hay margen para el libre albedrío. Nuestra actividad mental es efecto y no causa de lo que pasa en el cerebro. Hay que volver a la anterior pregunta: ¿quién o qué fue la causa de que se pusieran en marcha esas neuronas? La respuesta automática sería: la decisión de los voluntarios. Pero ésta parece darse después de que las neuronas empiecen a planificar el movimiento. Así que, para que exista libre albedrío, debería haber una causa anterior a la activación de las neuronas y que dependa de nuestra voluntad. Un algo que no se ha logrado encontrar en el cerebro. ¿Algo no físico?, ¿una especie de software sin hardware?, ¿el alma?
“¡Tenemos que comprobar si esto es real!” Según declaró John Dylan Haynes, del Centro Bernstein para Neurociencia Computacional de Berlín, éste fue su primer pensamiento tras ver los resultados del experimento que realizó en 2007: diez segundos antes de que sintamos que hemos tomado la decisión de hacer un movimiento ya se registra actividad cerebral preparatoria para realizarlo. Y es que nuestra libertad se ha visto amenazada por la neurociencia varias veces.
La investigación de Itzhak Friedy sus colegas es una réplica con tecnología más avanzada del experimento publicado en 1983 por el neuropsicólogo estadounidense Benjamin Libet, de la Universidad de California. Un experimento que le dio fama y generó una gran polémica. (…)
Éstas y otras investigaciones que arrojan resultados similares dificultan que se pueda avalar neurocientíficamente la existencia del libre albedrío. Incluso, algunos científicos aseguran que, simple y llanamente, el libre albedrío no existe. Y que, por tanto, la libertad de elegir no es más que una ilusión que genera nuestro cerebro. Es el caso del británico Francis Crick, premio Nobel en 1962 por el descubrimiento de la estructura del ADN, que en el año 1994 escribió: “Tu sentido de la identidad personal y de la libertad no son, de hecho, más que la conducta de una amplia asociación de neuronas y sus moléculas asociadas. Tú no eres otra cosa que un montón de neuronas”.
José Andrés Rodríguez, ¿Piensan las neuronas por nosotros?, Redes nº 23, pps. 8-14