by Maitena |
León Tolstoi, cuya cara era todo ceño, se expresó en esta línea: «La melancolía hace ir más despacio, enfría el ardor y pone en perspectiva los pensamientos, las observaciones y los sentimientos generados en otros momentos de mayor entusiasmo».
Hoy nos aterra la tristeza más que nunca. El experto en educación emocional y reivindicador de la tristeza Antonio Esquivias encuentra aquí razones históricas: «Del siglo XX se decía que era el siglo de la depresión. Quizás desde entonces confundimos la tristeza con la depresión, y eso se ha incorporado a la cultura popular. Hoy se ve a alguien triste y no se le deja estar triste», cuenta a Yorokobu.
La tristeza asusta porque es la única emoción que no nos inyecta energía para una acción inmediata, sino que nos sume en la parálisis, y contra este miedo inicial juega con éxito el concepto de la felicidad millenial, esa tontuna infantil y simplista que puede leerse en las tazas de Mr. Wonderful.
Declaró un día Julio Caro Baroja, escupiendo una flema muy suya: «No soy feliz ni puñetera falta que me hace». El especialista en educación emocional Antonio Esquivias se posiciona en contra del positivismo a ultranza: «Esa imagen de la felicidad se encuentra dentro de ese esquema actual de la positividad obligatoria. La felicidad no es una meta, no puede ser una cosa exigida; no es algo que haga falta para sobrevivir, sino una reconstrucción, un mirar atrás», explica.
Un rápido paseo por cualquier portal de empleo enseña que las ofertas de muchas empresas cuentan con requisitos emocionales entre sus exigencias. Hay que ser positivo, activo, entusiasta, constructivo… y creativo. Sin embargo, estas actitudes no nos aportan grandes dosis de creatividad. «La tristeza nos empuja a mirarnos hacia nosotros mismos, a buscar alternativas y a reestructurar nuestro mundo emocional.Los poetas tienen en la tristeza una fuente de inspiración porque en ella todo cambia. Pero si mi vida está satisfecha no necesito el cambio, sino la reafirmación», razona Esquivias.
La tristeza también expande la percepción y agudiza la memoria. El profesor australiano Joe Forgas hizo un experimento en el que dos grupos de personas debían acudir a una tienda. El primero visitó el lugar en un día cálido y agradable mientras en el local se reproducía una música feliz de Gilbert y Sullivan. El segundo entró en el establecimiento en un día frío a la vez que sonaba el Requiem de Verdi de fondo. Forgas había distribuido en la caja unas figuras de soldados, coches y animales. Al salir del local se instó a los participantes a que mencionaran los objetos que recordaban. El equipo de los tristes ganó la prueba: retuvieron la imagen con más nitidez y detalle.
La tristeza nos sume en nosotros mismos y, a la vez, nos proyecta al exterior. «Te hace ver de repente. Hay una agudeza en la vista, en la valoración de las cosas. Aparecen nuevas posibilidades. Los sentidos se agudizan de un modo muy importante, por eso esta emoción es creativa», coincide Esquivias.
El catedrático de la Universidad de Wake Forest (EEUU) Eric G. Wilson publicó el libro Contra la felicidad: en defensa de la melancolía para alertar de que la melancolía se encuentra en serio peligro de extinción y de que la caza a toda costa de la felicidad provocaría la evaporación del impulso que hay detrás de toda gran obra maestra.
La felicidad que se promociona hoy es una patraña y, si la tomamos en serio, nos garantiza unos achaques de frustración la mar de reconfortantes. Tiene trampa: nos dicen que no se puede medir, que sólo se comprende cuando se consigue (como la salmonelosis) y, a la vez, nos cuelan miles de libros, terapias o películas que nos indican los pasos que debemos seguir para conquistarla.
La tristeza, la decepción, la nostalgia, la melancolía potencian el espíritu crítico. Quizás por eso el rechazo a esta emoción no sea cosa natural, sino algo, cuanto menos, sugerido. ¿A quién perjudican los cabizbajos? Tal vez no es casualidad que esta felicidad superficial y saltimbanqui constituya el eje del mensaje de casi todas las campañas publicitarias.
Las psiquiatras de la Universidad de Harvard Modupe Akinola y Wendy Berry publicaron el estudio El lado oscuro de la creatividad: la vulnerabilidad biológica y las emociones negativas llevan a una gran creatividad artística. El ejercicio consistía en que varios estudiantes pronunciaran un pequeño discurso sobre su trabajo ideal. Se dividió a los participantes en dos grupos. Unos recibieron duras críticas y otros fueron halagados. Para comprobar las consecuencias del hachazo, distribuyeron material de manualidades y pidieron a los alumnos que realizaran un collage. El primer grupo afrontó la actividad con frescura y buen humor mientras el segundo se concentró en la tarea con una carga extra de estrés y abatimiento. De nuevo, la originalidad del segundo grupo superó con creces a la del primero.
No se trata de sumirse en un estado taciturno eterno, sino de sufrir con la plenitud necesaria los reveses de la vida y las pérdidas. La condena de la melancolía ha llegado a tal extremo que no es raro que uno se sienta culpable por no poder sobreponerse de ella instantáneamente. «Ahora se te muere alguien y a los tres días tienes que estar saliendo otra vez y parece que si no lo haces, estás incumpliendo algo», observa Esquivias.
Y si no te culpas tú, ya se ocuparán otros de hacerlo. El método actual para gestionar la tristeza del prójimo comprende dos frases. La primera es un ametrallamiento de consejos tópicos y de silogismos multiusos, y la segunda, cuando estos no logran curarte, es acusarte de falta de voluntad. «Resulta difícil que alguien nos diga: ‘oye, no pasa nada, tómate tu tiempo para llorar y vivir esa pena’», lamenta el especialista en educación emocional.
De esta naturalidad puede depender, según apuntan muchos expertos, que la humanidad siga inventando y evolucionando. El arte no es más que la proyección de uno mismo hacia una imagen falsa que nos ayuda a escurrir el dolor y cambiarlo por otra cosa. La tristeza nos hace más listos y nos enseña que la vida se puede moldear porque, en el fondo, sólo es una ficción maravillosa.
Esteban Ordóñez Chillarón, ¿Es más creativa la tristeza que la positividad?, Yorokobu 26/05/2016