Dadas las implicaciones conceptuales de la categoría de política tal y como quedó elaborada en el libro I de
Política, no cabe duda de que
Aristóteles procedía a un debilitamiento de la misma al pasar a la descripción de la concreción que tendría
politeia como el mejor régimen. En efecto, los rasgos distintivos de
política, siguiendo la esencial contraposición hecha en aquel libro entre las categorías del
oikos frente a las propias de la
pólis, eran los de
libertad, igualdad, no instrumentalidad, deliberación, alternancia de gobernantes-gobernados, justicia, bien común, pluralidad y
virtud.
Aristóteles no buscó un nombre distinto del genérico de
politeia para la denominación diferenciada del mejor régimen porque entendía que era la plasmación de lo que correspondía sin más a la
polis, la mejor concreción, al menos en clave realista, de política. La categoría no podía conducir, sin embargo, a otro punto que a su encarnación en un sistema democrático (1), lo que en ningún lugar se muestra mejor que cuando, al proponerse la definición del concepto de ciudadano, verdadero eje de todo pensamiento político, nos dice que «el que hemos definido es sobre todo el de una democracia» (1275b, 5). En efecto, todo llevaba ahí, pero el caso es que otros factores hicieron que toda la ecuanimidad que caracterizaba al Estagirita no impidiera el rebajamiento normativo de lo que se imponía como conclusión lógica inevitable. El arraigado desprecio del trabajo dependiente y la experiencia política ateniense, juzgada negativa, seguramente jugaron su papel en el propósito de desfigurar aquella consecuencia.
Aristóteles pudo excluir de la ciudadanía a esclavos y mujeres, algo en lo que apenas podía encontrar oposición, jugaba a favor de una arraigada tradición, aun cuando algunos sofistas, cínicos y dramaturgos, como Eurípides, pusiesen en cuestión lo relativo a los esclavos, y, algo menos coherentemente, respecto de la mujer. El mecanismo intelectual, ideológico, del que se valió fue el de
naturalizar su situación de facto servil, embrutecida o meramente subordinada. Al esclavo se le negará la posesión por naturaleza (
phýsei) de la cualidad esencial que habilitaba para la ciudadanía: la presencia de un lógos pleno; a la mujer aunque se le reconociera su posesión, se le atribuirá una natural falta de autoridad (
àkyron) en su interior. Aparte de los precedentes griegos, se tardaría en desmontar ese mecanismo de naturalización de una inferioridad supuesta o accidentalmente histórica.
Jorge Álvarez Yagüez,
Aristóteles: perì demokratías. La cuestión de la democracia, Isegoria nº 41, julio-diciembre 2009, págs. 69-101
(1) Política y democracia van, pues, de consuno. El nacimiento de la democracia lo es de la política, de lo único que puede denominarse con propiedad por ese nombre.