“Dar un mal nombre de los objetos es añadir infelicidad al mundo”, escribió Albert Camus, que también sabía que definir es una tarea complicada. En La democracia sentimental (Página Indómita) Manuel Arias Maldonado escribe que la tarea intelectual consiste en establecer gradaciones en vez de distinciones tajantes. Richard Dawkins ha hablado de “la tiranía de la mente discontinua” y una forma de que una sobremesa familiar no termine nunca en intentar delimitar la idea de especie.
El populismo es una categoría resbaladiza. Para muchos es más un estilo político, estrechamente ligado con una estrategia retórica, que una ideología propiamente dicha.
Aunque hay muchos ejemplos de populismo de izquierdas, que el partido asociado en España al populismo sea de izquierdas parece aumentar la desorientación. Muchos partidarios de Podemos parecen incomodarse por que la formación aparezca en la misma enumeración que Donald Trump o Marine Le Pen. El elemento xenófobo de Le Pen o Trump no está en Podemos; esa distinción, vinculada a una idea étnica o no de pueblo, es la que a menudo se cita en primer lugar para diferenciar entre el populismo de izquierdas y de derechas.
Una línea frecuente de defensa consiste en decir que si Podemos es populista, los otros también lo son: sería una distinción sin diferencia, una categoría inútil. Esto está relacionado con una confusión frecuente entre populismo y demagogia. Todos los partidos tienden a la demagogia, pero eso no los convierte automáticamente en populistas. También es frecuente que los partidos descalifiquen las propuestas de sus rivales diciendo que son populistas, lo que no ayuda a aclarar la confusión.
Para Manuel Arias Maldonado,
Albertazzi y McDonnell lo definen como una ideología “que enfrenta a un pueblo virtuoso y homogéneo contra un conjunto de élites y ‘otros’ peligrosos, que se representan privando (o intentando privar) al pueblo soberano de sus derechos, valores, identidad, prosperidad y voz”.Esencialmente, el populismo posee cuatro propiedades interrelacionadas: 1) la existencia de dos unidades homogéneas de análisis: el pueblo y la elite; 2) una relación de antagonismo entre ambas; 3) la valoración positiva del “pueblo” y la denigración de la “elite”; y 4) la idea de la soberanía popular, traducida en la prevalencia de la voluntad general como matriz decisoria.
Jan Werner-Muller destaca la idea de un pueblo uniforme y la negación de la legitimidad del adversario; no todas las críticas a la élite son populistas y tampoco son populistas todos los enemigos del pluralismo.
En Populismo (La Huerta Grande), José Luis Villacañas lo resume como “Carl Schmitt atravesado por los estudios culturales”. El nacionalismo tiene que ver con la filología y el romanticismo; una parte del populismo tiene que ver con la French Theory y el posmodernismo. Si el populismo -“una construcción lingüística” y una respuesta a la crisis de la modernidad- “dispone de una política comunicativa ultramoderna dirigida al afecto, al sentimiento, a la teatralidad y a la espectacularidad, lo que podemos llamar la producción de homogeneidad, de algo común”, su diferencia con otros partidos es que “por detrás de la simplificación del mensaje, hay una teoría muy elaborada sobre la necesidad del lenguaje simplificado”.
En un artículo de Kiko Llaneras y Jordi Pérez Colomé, el profesor de la Universidad de Macedonia en Tesalónica Takis Pappas declaraba: “El populismo es iliberalismo democrático”. Su objetivo sería desmontar la democracia liberal: “Los partidos populistas se enfrentan a instituciones democráticas como la prensa libre, la división de poderes y especialmente la autonomía judicial”.
Es posible que ninguna de estas definiciones o caracterizaciones sea perfecta. Se puedan encontrar ejemplos que las maticen y, sin duda, algunos supuestos defensores de la democracia liberal han contribuido a debilitarla. Pero quienes se oponen a la inclusión de Podemos en la categoría deben pasar por alto la formación, los referentes, el armazón conceptual y los discursos de sus líderes. Chantal Mouffe ha hablado de la necesidad de oponer un populismo de izquierdas a un populismo de derechas. Tiene que ver con el discurso de construir una patria de Errejón, con su gusto por la catacresis y lo que llamaban “el aprendizaje latinoamericano”. El partido ha modificado algunas posiciones y no es elegante sacar cosas del pasado remoto, pero tras las elecciones estadounidenses Pablo Iglesias escribió en su blog un interesante post titulado “Donald Trump y el momento populista”. Cualquiera que haya seguido con cierta atención la aparición de Podemos puede pensar, ante la negativa a relacionarlos con el populismo, que se ha encontrado con la famosa posverdad de la que todos hablan.
En Estudios del malestar (Anagrama), José Luis Pardo escribe, a propósito del comunismo, que como todos los ismos es un término propagandístico
La palabra populismo se interpreta de varias maneras: cuando se percibe como un insulto, se niega, o se devuelve con el viejo “y tú más”. Por otro lado, se intuye que para quien lo discute ese populismo de Podemos, si lo hubiera, sería mejor que el de los demás. Y por otro, es una manera de afrontar la política de la que no siempre conviene hablar mucho. El modelo no es Camus sino Humpty Dumpty. La cuestión no es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes, como decía Alicia; más bien, “Lo que importa es saber quién manda”.una palabra en principio semánticamente vacía, sin contenido descriptivo, ideada para que sus partidarios la llenen de sentido derramando en ella “la felicidad y todas las cosas que juzgues bellas”, como decía el poeta, exactamente al contrario de lo que sucede con el término antagónico, ‘capitalismo’, voz igualmente hueca hecha para ser colmada con el conjunto de todos los males imaginables (aunque, como sucede con todo lo que está vacío, si el arma cae en el campo del enemigo los “valores” asociados a estas voces se invertirán, y la marca de la infamia se convertirá en signo de distinción).
Daniel Gascón, ¿Hay algún populista en la sala?, Letras Libres 24/11/2016