Ballesteros (EFE) |
El diccionario Oxford declaró post-truth como palabra del año 2016. Y a partir de ahí, periodistas y políticos han empezado a usarla en español a cierra ojos, traducida como “posverdad”.
La era posverdad designa este tiempo de falsedades del que tanto se ha beneficiado Donald Trump, entre otros. Ya no importan la verdad demostrable ni la noticia cierta, sino la activación de emociones y de reacciones inmediatas, para lo cual se aprovecha la abundancia de canales que carecen de verificadores. Como escribió en un magnífico artículo la directora de The Guardian, Katharine Viner, “la nueva medida de valor para demasiados medios es la viralidad, en vez de la verdad o la calidad”. El objetivo de muchos de ellos consiste en satisfacer los impulsos más primarios de los lectores aun a costa de abdicar de los principios éticos.
La teoría posverdad señala que cuando los pinchazos en las noticias demuestran que al público le interesan los detalles de los suicidios, o las falsas y alarmantes amenazas de bomba (como ocurrió en París tras los atentados de 2015), o dónde están ubicados los controles de alcoholemia, se satisfacen esos antojos a pesar de que ello produzca fenómenos de imitación o se alienten consecuencias perjudiciales para todos. En esta era posverdad se han transfigurado también en recomendables la banalización informativa y el engaño del público con titulares ambiguos, usados como cebo.
El prefijo post- (abreviado en pos-) puede denotar una situación ya superada, pero no necesariamente desaparecida. Así, al mencionar “la era posindustrial” no se pretende señalar que no existan industrias, sino que ese sector dejó de ejercer su papel fundamental. De igual modo, era posverdad no significa que la verdad se haya evaporado, sino que ha dejado de ser prioritaria.
Ahora bien, el diccionario inglés registra post-truth como adjetivo: “Política posverdad”, “campaña posverdad”. Pero en español se ha empezado a usar como sustantivo: “confundidos por la posverdad”, “un ejercicio de posverdad”.
Post- o pos- pueden preceder a un sustantivo (“posguerra”), a un adjetivo (“posbélico”) o a un verbo (“posponer”). Cuando se anteponen a un sustantivo suelen señalar un periodo posterior a una acción (“cuidados posparto”) o a un tiempo histórico (“el posfranquismo”); o significar la época que sigue al auge de un movimiento cultural o político (“el posmodernismo”). Sin embargo, “verdad” no es una acción, ni un tiempo histórico, ni un movimiento cultural. Y tal vez por eso a mucha gente (merced a su intuición de la lengua) le chirría que a esta palabra se le peguen por delante pos- o post-.
Pero además de esa duda gramatical, podemos preguntarnos sobre todo si “posverdad” no formará parte de lo que la propia palabra denuncia, si no estará desplazando a vocablos más indignantes, como “mentira”, “estafa”, “bulo”, “falsedad”…
El engaño siempre existió, sí, pero antes todos decían luchar contra él. Ahora, por el contrario, se empieza a cultivar como una buena técnica profesional el revoltijo de trampas de lenguaje basadas en el sensacionalismo, los sobrentendidos, la insinuación, la alusión, la presuposición, los eufemismos. Y si se trata de definir ese paquete, lo de “posverdad” suena realmente a broma. Porque puede que estemos llamando “era de la posverdad” a la “era de la manipulación”.
Alex Grijelmo, Posverdad que sí, El País 24/12/2016