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Sòcrates |
Porque basta una pregunta de verdad —repito: cuando no se pregunta para saber si el otro sabe ni para escuchar una respuesta tranquilizadora, sino para indagar acerca de la verdad de algo— para que toda esta estructura “educativa” se venga abajo o quede, cuando menos, puesta entre paréntesis, puesta en cuestión, suspendida en cuanto a su validez. Esto es básicamente lo que ocurría con las preguntas, aparentemente simples, que
Sócrates formulaba en la Atenas del siglo IV antes de nuestra era (“¿Qué es la virtud?”, “¿Qué es la justicia?” “¿Qué es la belleza?”). A veces se dice que estas preguntas aparecieron, así como la figura de
Sócrates, porque la sociedad ateniense estaba atravesando una profunda crisis de valores —los viejos valores heroicos, de la época homérica, ya no valían para un tiempo de paz y prosperidad democrática—, y por eso de pronto dejó de estar claro qué eran la virtud, la justicia o la verdad, y se necesitaba del filósofo para hallar las nuevas respuestas adecuadas a los tiempos. Nada más lejos de la realidad. En primer lugar, nunca hubo una época que no viviese una desgarradora crisis de valores, y los únicos lugares en donde todo el mundo está seguro de lo que es la justicia, la virtud o la belleza son las dictaduras y las tiranías, en donde siempre existe, por razones obvias, la misma unanimidad que había en el Kremlin. Pero, en segundo lugar, y esto es lo principal, no es la crisis de valores la que provoca las preguntas de
Sócrates (porque a eso es a lo que viene el filósofo, a preguntar, no a traer respuestas), sino las preguntas de
Sócrates las que hacen entrar en crisis la pretendida seguridad que los atenienses tenían acerca de sus valores. Lo cual explica, de paso, que
Sócrates no se hiciera demasiado simpático a la mayoría de sus conciudadanos, como demostró el modo en que acabó su vida. No fue, pues, una determinada crisis cultural lo que ocasionó el nacimiento de la filosofía, sino que fue este nacimiento el que puso en crisis la cultura, el que hizo que algunos hombres fueran capaces de adquirir la suficiente distancia con respecto a su propia cultura como para verla como lo que es, es decir, como algo absolutamente “no-natural”, y por tanto susceptible de ser sometido a crítica.
José Luis Pardo,
pardonomics, Facebook 05/02/2017