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Lo bello es un escondrijo. A la belleza le resulta esencial el ocultamiento. La transparencia se lleva mal con la belleza. La belleza transparente es un oxímoron. La belleza es necesariamente una apariencia. De ella es propia una opacidad. Opaco significa «sombreado». El desvelamiento la desencanta y la destruye. Así es como lo bello, obedeciendo a su esencia, es indesvelable.
La pornografía como desnudez sin velos ni misterios es la contrafigura de lo bello. Su lugar ideal es el escaparate.
Ser bello es, básicamente, estar velado.
... la visión de lo bello como secreto solo se llega gracias al conocimiento del velo como tal. Hay que volverse sobre todo al velo para advertir lo velado. El velo es más esencial que el objeto velado.
El encubrimiento erotiza también el texto. Según san Agustín, Dios oscurecía intencionadamente las Sagradas Escrituras con metáforas, con una «capa de figuras»,[51] para convertirlas en objeto de deseo. El bello vestido hecho de metáforas erotiza las Escrituras. Es decir, el revestimiento es esencial para las Escrituras; es más, para lo bello. La técnica del encubrimiento convierte la hermenéutica en una erótica. Maximiza el placer por el texto y convierte la lectura en un acto amoroso.
Estética del encubrimiento.
Byung-Chul Han, La salvación de lo bello, Herder, Barna 2015p.p1 {margin: 0.0px 0.0px 0.0px 0.0px; font: 15.0px 'Helvetica Neue'; color: #232323; -webkit-text-stroke: #232323} span.s1 {font-kerning: none}