El concepto de naturaleza humana se refiere a la noción de que hay aspectos del funcionamiento de la mente humana y del comportamiento humano que son comunes a todos los miembros de nuestra especie (o a la mayoría de ellos). La naturaleza humana incluye rasgos psicológicos y conductuales tanto de tipo general como de tipo específico. Entre los ejemplos de rasgos generales cabría mencionar la capacidad de pensar de forma consciente y abstracta, la capacidad de sentir y expresar emociones en particular, la capacidad de aprender y utilizar un lenguaje, y contar con motivaciones básicas para las actividades relacionadas con la supervivencia, la sexualidad, la amistad, la cooperación, la competencia y la crianza de la prole. Entre los ejemplos de aspectos más específicos de la naturaleza humana podríamos mencionar los sesgos perceptuales o cognitivos particulares, y las tendencias conductuales que manifiestan los individuos en particular en situaciones específicas, como la reacción de los hijos a la separación de sus padres, o la conducta de los hombres en materia de excitación sexual y cortejo en presencia de potenciales parejas. El concepto de naturaleza humana implica que esos rasgos psicológicos y conductuales humanos universales están por lo menos en parte controlados genéticamente y son funcionalmente significativos. Es de suponer que originalmente esos rasgos evolucionaran por selección natural porque hacían posible que los individuos que los poseían sobrevivieran y se reprodujeran mejor en sus entornos. Algunos de esos rasgos (por ejemplo, los rasgos vinculados a la supervivencia, la reproducción o la sociabilidad) tienen una larga historia evolutiva: los seres humanos modernos heredaron dichos rasgos de sus antepasados homínidos, primates o mamíferos. En cambio, otros rasgos han evolucionado más recientemente, tras la escisión entre los homínidos y los demás primates, o incluso tras la aparición del Homo sapiens, de la mano de un aumento significativo del tamaño y la complejidad del cerebro (por ejemplo, algunas habilidades cognitivas de orden superior, el lenguaje, la moral).
Mi respuesta a la pregunta de si realmente existe la naturaleza humana es un SÍ rotundo. Todos los psicólogos evolutivos darían inequívocamente esa misma respuesta, y sospecho que también muchos otros expertos y legos. Sin embargo, muchos eruditos del campo de las humanidades y las ciencias sociales (por ejemplo, muchos expertos en literatura, historiadores, antropólogos y psicólogos culturales) rechazan el concepto de naturaleza humana. Su argumento consiste en que aunque puedan existir predisposiciones genéticas hacia determinadas formas de pensar o de actuar, esas predisposiciones son invalidadas por las influencias del entorno, de modo que el pensamiento y el comportamiento del ser humano se configuran íntegramente a raíz de las experiencias y el aprendizaje tempranos, y de factores sociales, culturales, históricos políticos y religiosos. Steven Pinker ofrecía un análisis detallado de los argumentos en contra de la naturaleza humana, junto con una refutación, en su libro La tabla rasa: la negación moderna de la naturaleza humana, publicado en 2002. En gran medida, el rechazo de la naturaleza humana es una consecuencia de un malentendido acerca de dicho concepto, o se produce más por motivos ideológicos que por razones científicas.
Una plena comprensión de la naturaleza humana conlleva el reconocimiento de que la existencia de predisposiciones genéticas hacia determinadas pautas de pensamiento o de conducta no implica necesariamente que los pensamientos o los comportamientos humanos estén plenamente determinados genéticamente, ni que sean las mismas en todos los seres humanos, ni que sean inmutables. Esos conceptos erróneos en parte derivan de una tradición histórica del trabajo en el campo de la psicología y la etología comparativa durante el siglo xix y la primera mitad del siglo XX, donde se establecía una clara distinción entre el “instinto” (un concepto un tanto genérico e impreciso que se utiliza para designar todos los pensamientos y comportamientos que se consideraban genéticamente determinados, profundamente integrados en el cerebro, automáticos e inmutables) y la “inteligencia” (un término originalmente empleado para designar todos los aspectos del pensamiento y la conducta que se consideraban maleables y condicionados por el entorno a través del aprendizaje), y donde los aspectos conductuales de la naturaleza humana se definían como “pautas fijas de acción”. Esas ideas anticuadas sobre los instintos humanos o sobre la naturaleza humana han quedado superadas por la certeza de que los genes de todos los rasgos humanos, incluidos los rasgos psicológicos y conductuales, se dan en distintas variantes llamadas alelos; de que todos los rasgos humanos son una consecuencia de la interacción entre los genes y el entorno; de que las influencias genéticas en la mente y la conducta son probabilísticas y no deterministas (así pues, es posible que existan individuos que carezcan de rasgos humanos universales); de que lo más probable es que los rasgos humanos universales se manifiesten en unos entornos humanos específicos de la especie (y que probablemente no se manifiesten en entornos sumamente artificiales, o en individuos con unas experiencias vitales fuera de lo común); y de que los rasgos humanos universales son, en cierta medida, maleables y modificables a través de la experiencia. Otro malentendido frecuente sobre la naturaleza humana consiste en que la evolución por selección natural tiende a producir unos rasgos psicológicos y conductuales que son semejantes y homogéneos en todos los individuos, y que las desviaciones de la norma sencillamente reflejan el “ruido del sistema”. En realidad, la evolución por selección natural puede explicar tanto los aspectos normativos de los rasgos humanos universales (por ejemplo en situaciones donde la selección favorece la manifestación general de un rasgo en el seno de una población) y su variación (por ejemplo en situaciones en las que las distintas combinaciones de genes y entornos son igual de adaptativas, lo que da lugar a diferencias estables entre individuos o grupos en cuanto a la manifestación de dichos rasgos). Las investigaciones modernas sobre la naturaleza humana se centraron inicialmente en sus aspectos normativos, mientras que los trabajos más recientes se han centrado en las variaciones adaptativas de los rasgos psicológicos y conductuales humanos, entre los que se incluyen muchos estudios sobre la personalidad y las diferencias individuales.
Una crítica tradicional de la naturaleza humana plantea que existen demasiadas variaciones históricas, geográficas y socioculturales en la forma de pensar y en la conducta humana como para que se puedan identificar rasgos específicos de la especie. En realidad, el concepto de naturaleza humana no es incompatible con el hecho de que existan muchas variedades de seres humanos, que difieren por su raza, su lengua, su cultura, sus pensamientos y su conducta. La variación de los rasgos psicológicos o conductuales de los humanos es asombrosa. Incluso dentro del mismo continente, la misma raza y el mismo género, los seres humanos pueden ser tan diferentes entre sí desde el punto de vista psicológico y conductual como san Francisco de Asís y Adolf Hitler. Todos tenemos el potencial de amar y de hacer daño a los demás, de colaborar y de competir, de convertirnos en santos o en asesinos en masa. Las predisposiciones genéticas y la plasticidad del desarrollo pueden, dependiendo del entorno, arrastrar a una persona hacia un extremo u otro de la distribución: santo o asesino en masa. Sin embargo, la variación psicológica y conductual humana no es ni infinita ni aleatoria. San Francisco de Asís y Adolf Hitler tienen más en común entre ellos y con otros seres humanos que con las nutrias de mar, los elefantes o los chimpancés. Es imposible educar una mente humana para que piense como un chimpancé, o educar a un chimpancé para que piense como un ser humano. La naturaleza humana es lo que tienen en común la mente y la conducta de los seres humanos, lo que caracteriza la mente humana y la conducta humana, y lo que las diferencia de la mente y las conductas de otras especies. Al igual que la especie Homo sapiens tiene unas características identificables y distintivas en su anatomía, su fisiología y su genética, lo mismo ocurre con sus actividades mentales y su conducta. Por ejemplo, sería posible distinguir a los seres humanos de los chimpancés únicamente en virtud de sus características psicológicas y conductuales, y sin saber absolutamente nada sobre su aspecto físico o sobre la estructura y la funcionalidad de su cuerpo.
Otra objeción al concepto de naturaleza humana que han planteado algunos expertos en el campo de las humanidades y las ciencias sociales consiste en que aunque existiera la naturaleza humana, sería posible descartarla, pues resulta irrelevante para la vida de los seres humanos modernos. Por ejemplo, en su reseña del libro La tabla rasa, de Pinker, Louis Menand, catedrático de Literatura Inglesa en la Universidad de Harvard, escribía: “La cuestión no es si existe una base biológica de la naturaleza humana. Somos organismos de cabo a rabo; la que manda, como suele decirse, es la biología. La cuestión es en qué medida la biología explica la vida aquí fuera, en la calle del siglo XXI”. No obstante, cabría argumentar que la naturaleza humana explica muchísimas cosas de la conducta humana en el siglo XXI, como por ejemplo la conducta social de los catedráticos universitarios: su afán por conseguir estatus y recursos, el hecho de que establezcan alianzas políticas contra sus enemigos, su nepotismo para con sus familiares y otros protegidos, la utilización de su estatus y su prestigio intelectual para lograr mejoras económicas o favores sexuales, su sesgo en contra de los colegas que pertenecen a grupos minoritarios, etcétera, etcétera.
Menand también reiteraba una frecuente objeción ideológica y errónea a la naturaleza humana: “Las ciencias de la naturaleza humana tienden a validar las prácticas y preferencias del régimen, cualquiera que éste sea, que las esté patrocinando. En los regímenes totalitarios, la disidencia se considera aberrante. En los regímenes con apartheid, el contacto entre razas se considera aberrante. En los regímenes de libre mercado, el interés propio del ser humano está profundamente integrado en su cerebro”. Ese tipo de afirmaciones simplemente vienen a expresar lo que los filósofos denominan la falacia naturalista, a saber: la suposición errónea de que la naturaleza humana puede utilizarse para validar el statu quo. Quienquiera que utilice la naturaleza humana para determinar lo que es aceptable o inaceptable desde un punto de vista moral, cultural, social, político, económico o religioso está, sencillamente, haciendo un mal uso de la ciencia.
La ciencia ya ha respondido en gran medida a las preguntas de qué es la naturaleza humana y de si existe o no, de la misma forma que la ciencia también ha contestado a las preguntas de qué es la evolución biológica y si ha dado lugar a la vida, incluida la vida humana, en este planeta. Sin embargo, igual que ocurre con la negación de la evolución biológica por los creacionistas, siempre quedará gente que niegue la naturaleza humana o que le reste importancia, ignorando todas las pruebas científicas.
Mientras tanto, los científicos que estudian la naturaleza humana han dado el siguiente paso, desde las preguntas de qué es la naturaleza y de si existe o no, a la pregunta más interesante de por qué la naturaleza humana es como es. La biología evolutiva nos brinda dos respuestas diferenciadas a esa pregunta. La primera dice que la naturaleza humana es como es porque se trata de una expresión particular de una naturaleza primate más general. El Homo sapiens es un tipo particular de animal –un primate– y nuestra especie evolucionó a partir de unos primates que se asemejaban mucho a los grandes primates de hoy en día. Compartimos muchos aspectos de nuestra naturaleza primate con otros monos y simios porque hemos heredado muchos de nuestros rasgos psicológicos y conductuales de los mismos ancestros que tenemos en común con esos monos y simios. Por consiguiente, ese componente “filogenético” de la naturaleza humana se comprende mejor a través del estudio comparativo de los rasgos psicológicos y conductuales de los humanos y de otras especies de primates, a la luz de las relaciones filogenéticas entre dichas especies.
La segunda respuesta evolutiva a la pregunta sobre las características de la naturaleza humana es que los rasgos psicológicos y conductuales humanos universales representan adaptaciones a los entornos en los que evolucionaron los seres humanos y en los que viven actualmente. Aunque algunos aspectos de los entornos físicos/ecológicos y sociales de los seres humanos son parecidos a los de otros animales, los humanos se han adaptado a un entorno “cognitivo” (es decir un entorno preponderantemente definido por los pensamientos y el lenguaje) que es exclusivo de nuestra especie. A fin de comprender plenamente los aspectos adaptativos de la naturaleza humana, podemos investigar con dos enfoques diferentes. Uno de los enfoques consiste en estudiar los correlatos de aptitud o las consecuencias de las variaciones de los rasgos psicológicos y conductuales humanos. En otras palabras, podemos verificar si los individuos que poseen determinados rasgos sobreviven o se reproducen mejor que los que carecen de dichos rasgos. El otro enfoque consiste en el método de la “ingeniería inversa”, utilizado por los psicólogos evolutivos. Si un rasgo ha sido configurado por la selección natural como una adaptación al entorno, debe existir un buen encaje entre la estructura o “diseño” de ese rasgo y la función por la que supuestamente ese rasgo fue objeto de selección.
La investigación científica sobre la naturaleza humana ha logrado sustanciales avances durante los últimos cincuenta años, pero todavía hay muchas cosas que desconocemos o que no comprendemos. Una comprensión más completa de quiénes somos, de dónde venimos y, posiblemente también a dónde vamos, requerirá una integración de los descubrimientos de las investigaciones de muchas disciplinas científicas, como por ejemplo la genética humana, la biología evolutiva, la primatología, la antropología, la sociología, las ciencias económicas, la psicología, las neurociencias, las ciencias cognitivas y alguna más.
Dario Maestripieri, Las bases evolutivas de la naturaleza humana, Claves de Razón Práctica nº 251, Marzo/Abril 2017
Bibliografia:
- Barnett, S. A., Instinct and intelligence, Englewood Cliffs, Prentice-hall, 1967.
- Menand, L., «What comes naturally. Does evolution explain who we are?» The New Yorker, 25 de noviembre de 2002.
- Pinker, S., La tabla rasa: la negación moderna de la naturaleza humana, Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica 2003