Cuando
Max Weber escribió
La ética protestante y el espíritu del capitalismo, casi nadie pensaba que el capitalismo tuviese algo que ver con el 'espíritu'. Antes bien, la crítica reaccionaria no dejaba de lamentarse del modo en que el 'materialismo' de las sociedades industriales pisoteaba los valores espirituales (como aún hace de vez en cuando El Vaticano), y la crítica revolucionaria, habiendo reducido el espíritu a la degradada condición de falsa conciencia, lo consideraba a lo sumo como una colección de infames patrañas. En aquella obra, cuya estela está lejos de haberse agotado,
Max Weber hizo comprender a unos y a otros que ni los valores espirituales estaban siempre en la oposición al capitalismo (a veces, al contrario, constituían una formidable alianza estratégica con él) ni las justificaciones ideológicas se reducían a una mera excrecencia ideada para engañar a los explotados y lavar la conciencia de los explotadores. Si el capitalismo fuera únicamente esa fría maquinaria de extraer plusvalía sin más principio ni fin que ella misma, como el vampiro que succiona la sangre a los aldeanos para prolongar su inmortalidad, los aldeanos habrían quemado ya hace mucho tiempo el castillo del empalador y le habrían clavado una estaca en el corazón durante algún fatídico amanecer.
José Luis Pardo,
El capitalismo del espíritu, Babelia. El País 18/05/2002
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