Inteligencia artificial (AI) es el concepto padre. Surgió por primera vez en la conferencia de Dartmouth (Nueva Hampshire, EE UU) en verano de 1956, aunque en realidad se remonta hasta el mismísimo Alan Turing, uno de los padres de la computación. Se popularizó y languideció, para reverdecer en los últimos años gracias al aluvión de datos que nos ha invadido, la mayor capacidad de almacenamiento y sobre todo, a la proliferación de unidades de procesamiento gráfico (GPU), que han dado la potencia necesaria para implementar lo que se llama procesamiento paralelo (no en vano, uno de los grandes nombres en este campo es Nvidia, uno de los principales fabricantes de microprocesadores).
En la década de los 50, el sueño de aquellos pioneros era construir máquinas que tuviesen nuestros sentidos y capacidad de raciocinio. Es lo que se ha dado en llamar IA fuerte o inteligencia general artificial. Hasta ahora solo se ha conseguido en la ficción, por ejemplo con C3PO, HAL 9000, el agente Smith o Terminator.
También existe la inteligencia artificial débil o estrecha, que es la que se centra en un tipo específico de problema. Podemos llamarla estrecha o débil, pero esa tarea concreta pueden hacerla mejor que nosotros, ya sea jugar al ajedrez, o buscar nombres que comiencen en y.
Guillermo Vega, Aprendizaje profundo o el peligro de no saber cómo piensa una máquina, Retina. El País 17/04/2017 [retina.elpais.com]