Definir en qué consiste ese bien que todos los humanos deberían perseguir para vivir correctamente en comunidad ha sido, desde los griegos, el objetivo de la filosofía política. Unos -los sofistas- lo vieron con escepticismo. Era imposible dictaminar un bien común -una justicia- imparcialmente. No hay, en realidad, una esencia de la justicia, y si la hay, la desconocemos. Las leyes, necesarias para el gobierno de la comunidad, descansan en la autoridad de quien las promulga: ésa es su verdad. Así lo proclaman Trasímaco y Gorgias, en disputa con Sócrates en La República platónica. (16)
Victoria Camps, Introducción a la filosofía política, Crítica, Barcelona 2001