Hay decenas de señales que hablan sobre la posición económica y social de cada personaje que nos cruzamos en esos lugares predilectos para reporteros t demás curiosos. Los locales los distinguen como carteles de neón. Nosotros no vemos nada.
Ni siquiera vemos quién es quién. Caminando por cualquier zona de África no se distingue una sola etnia. Son todos más o menos iguales. Ellos se distinguen perfectamente. (...)
Estas sociedades en las que nos movemos creyendo haber logrado entrar se subdividen en clanes con lazos familiares. En África hay clanes que tienen su propio idioma. Y sus propios códigos. Y sus líderes. (...) Son estos líderes lo que hacen y deshacen, ayudan o castigan. Aunque uno vaya por ahí creyendo que la policía es la autoridad. Toda esa jerarquía social atomizada, que parte de núcleos familiares y se extiende en círculos por toda la sociedad del país, es invisible para el visitante como las ondas del wifi que le atraviesan a una el cuerpo sin que se inmute.
Los estados terminan por ser artificios que hacen de contenedores de estos puzzles sociales, de estas complejas estructuras tribales imperceptibles para el ojo blanco. El ojo blanco deambula viendo paseantes negros o árabes, viendo ciudades o pueblos, viendo saludos entre vecinos, clases sociales, mujeres y hombre, pobres y adinerados. Pero no ve el enredo de hilos y conexiones que hay detrás, no ve quién conecta con quién. Para los autónomos es evidente, salta a la vista la estructura social. Para el visitante es como caminar por las Vegas con una venda en los ojos. No existe nada más que lo que traslada desde su esquema mental. Es lógico. No se ve lo que no se concibe. por eso pasa desapercibido todo el entramado. Por eso, en ocasiones, los intentos de análisis políticos, sociales y -cómo no- periodísticos, basados en el traslado de fórmulas o esquemas autóctonos occidentales, resultan absurdos. Ineficaces. Tratamos de comprender lo invisible sustituyéndolo por una idea preconcebida que no parece similar. Y a partir de ese error, aplicamos intentos de soluciones y derramamos tinta. Y, a veces, sangre.
Nacho Carretero, Ensayo sobre la ceguera, jot down (smart). El País, mayo 2017, nº 20