El pasado (real, si se me permite el audaz adjetivo) ha perdido capacidad de interpelación. Ha pasado a ser una desvaída sombra al servicio de nuestra nostalgia o de nuestro tedio, pero no el contrapunto del presente, el recordatorio de esa condición contingente de cuanto nos va ocurriendo que nos habilita para pasar a la acción. Sin un pasado de semejante tipo, lo existente se convierte en condena fatal o en azaroso sinsentido, pero no en ocasión para intervenir en la propia historia, determinando su deriva. En definitiva: un pasado que, de mover, solo lo hace en la dirección de la añoranza, desemboca en un presente desactivado, un presente sin espesor alguno. Es, por si todavía no se han dado cuenta, el presente en el que vivimos instalados.
Manuel Cruz,
La nostalgia como negación de la política, El País 07/05/2017