En los años 90, cuando un robot atravesaba una habitación esquivando obstáculos, primero observaba el entorno con su cámara y luego procesaba la información intentando reconocer los objetos. Problema: con los procesadores de esa época, la computadora tardaba una eternidad en crear ese mapa de su entorno, por lo que sus movimientos eran lentísimos. Entonces, el ingeniero en robótica australiano Rodney Brooks se puso a pensar: ¿cómo es posible que una mosca se mueva con tal velocidad esquivando todo tipo de objetos, incluso en movimiento, si apenas tiene cerebro? ¿Cómo con esa ínfima capacidad de cómputo puede hacer lo que los robots no pueden ni soñar?
Respuesta: es que gran parte del movimiento de la mosca (y de cualquier otro ser natural) no es procesado por una unidad central, sino que responde directamente ante la percepción. Fue el descubrimiento del inconsciente en IA. Tal y como
Marvin Minsky nos decía en su
Society of mind, la mente puede ser un inmenso conjunto de módulos funcionales, de pequeños programas, subrutinas, homúnculos, o cómo queramos llamarlos. El caso es que muchos de estos pequeños robotitos no tienen por qué procesar nada, o solo procesar muy poquita información, es decir, son simples, automáticos e independientes de la unidad de control. La idea es que del funcionamiento cooperativo de robotitos “estúpidos” pueden emerger conductas muy sofisticadas e inteligentes.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez,
Inteligencia sin mente, La máquina de von Neumann 21/05/2017
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