Los lectores lo hemos sabido desde siempre: los sueños de la ficción engendran las verdades de nuestro mundo.
La ficción, cuya forma escrita fue inventada por algún secreto antepasado nuestro hace más de 5.000 años en un lejano desierto, posee al menos dos características extraordinarias. La primera es aquella que nos permite transmitir, de manera inmediata y con la menor ambigüedad posible, una cierta información práctica y precisa. La segunda es, paradójicamente, casi el reverso de la primera: una vasta ambigüedad que no limita a una sola interpretación la información recibida. Al contrario. Esta ambigüedad nos permite transmitir, en la historia del Swann de Proust, la angustia de saber que ningún conocimiento del pasado es suficiente, que la fuerza de la juventud no dura más que un instante, que toda elección comporta una pérdida y, sobre todo, que ese mismo lenguaje que cuenta la memorable historia no podrá contar nunca la plenitud de esa historia. Esta segunda característica del lenguaje requiere, en quien lo desentraña, lo escucha o lo lee, un misterioso arte que podemos llamar lectura profunda y que nos permite reconocer, en los personajes que amamos, nuestras propias identidades.
Alberto Manguel,
Sombras de bulto bello, Babelia. El País 22/05/2017
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