Hannah Arendt piensa sobre todo en los efectos perversos de los totalitarismos del siglo XX -del nazismo, que conoció en primera persona, al comunismo-, aunque en realidad su crítica resulta inseparable del ámbito de la política y del poder concebidos en su totalidad. La filósofa judía distingue entre una verdad puramente racional -científica o metafísica, por poner dos ejemplos- y otra que se corresponde con los hechos: la denominada «verdad factual», que incide directamente en la política al relacionarse con la opinión (o con lo que la posmodernidad llama «relatos» o «narrativas»). «Los hechos y las opiniones -subraya
Arendt-, aunque deben mantenerse separados, no son antagónicos; pertenecen al mismo campo. Los hechos dan forma a las opiniones, y las opiniones, inspiradas por pasiones e intereses diversos, pueden divergir ampliamente y aún así ser legítimas mientras respeten la verdad factual. La libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos». Estas palabras, con su apostilla final, son de una permanente actualidad. Y, al leerlas, se intuye perfectamente el vínculo concreto que enlaza la crisis política de nuestros días -el auge populista o el nihilismo moral- con una quiebra intelectual consistente en la pérdida de prestigio y de credibilidad que afecta a los medios de comunicación. El correcto funcionamiento de la democracia exige proteger la verdad de los hechos frente a la fuerza persuasiva de la falsedad y la intoxicación.
Daniel Capó,
'Verdad y mentira en la política', Hannah Arendt ante el totalitarismo, ABC 23/0572017
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